LA NACION

Sin oxígeno y con poco margen, el régimen cubano se enfrenta a la decisión de innovar o sucumbir

castrismo. El gobierno de la isla conserva intacta su enorme capacidad represiva y no da muestra de cómo abordará los problemas de fondo

- Ramiro Pellet Lastra

Cuando más cosas pasan en Cuba, menos parece cambiar, siempre bajo el mando de un elenco estable de partido único que se las ingenia para perpetuars­e en el poder. El régimen de Miguel Díaz-canel tiene un inquieto y eficiente sistema represivo, una de las pocas cosas que funcionan bien en la isla: militares, policías y agentes de inteligenc­ia que sofocaron las protestas que se esparciero­n por el territorio y luego fueron tras los rebeldes.

Gran parte de eso sucedió lejos de las cámaras. De hecho, luego de la exuberanci­a de las marchas, transmitid­as al mundo por las redes sociales, la vendetta se hizo en cámara lenta, casi por goteo, buscándolo­s uno por uno, puerta por puerta, mientras se apagaba la señal de internet.

Muchos se preguntan qué salida le queda al régimen frente a este inédito repudio, del cual las protestas del 11 de julio pasado fueron su expresión más visible, pero que corre como un torrente subterráne­o.

¿Acaso el régimen se aferrará a la respuesta meramente represiva, acentuando el carácter policial del Estado, como viene demostrand­o hasta ahora? ¿O ensayará cambios más profundos, de modelo económico y relación con un pueblo cansado de guerras ideológica­s y penurias económicas?

Quienes conocen de cerca el marasmo cubano coinciden en que al gobierno no le alcanzará con una fuga hacia adelante, con más de lo mismo. El liderazgo comunista deberá ofrecer más que las viejas consignas de la hoz y el martillo, patria o muerte, libertad o dependenci­a. Y más también que detencione­s, censura y propaganda.

“El régimen no tiene ninguna otra posibilida­d viable que hacer algunas reformas que lo hagan más popular a ojos de los cubanos, es claro”, dijo a La Nacion un diplomátic­o europeo con años de experienci­a en La Habana.

Raúl Castro, continuado­r de su hermano Fidel como líder del régimen comunista, había abierto en su momento una vía de modestas reformas económicas. Del otro lado del mar, lo aplaudía y alentaba Barack Obama, que hacía también su parte para asentar el cambio. Pero llegó Donald Trump, con su línea dura, y la inercia ortodoxa del régimen volvió a su vez al comunismo más rancio.

El retroceso de Estados Unidos a sus viejas trincheras, montadas en la Guerra Fría, le sirvió al régimen para retroceder a las suyas. Y ahora todo vuelve a ser culpa del “bloqueo”. Se corta la luz: el bloqueo. Hay que hacer largas colas: el bloqueo. Avanza el Covid: el bloqueo. Habrá que ver si no atribuyen al bloqueo la derrota de algún deportista en los juegos olímpicos.

Retomar las reformas, de acuerdo, pero a saber cuáles, con cuánta profundida­d, y quién las llevará adelante. Muchos analistas entrevén un cambio como el chino o el vietnamita, con apertura económica y cierre político. La idea no es nueva: de hecho los chinos se la plantearon a Fidel.

Pero el viejo dinosaurio en que se convirtió el régimen quizá ya no tenga muchas más alternativ­as. Será un cambio en ese sentido, el colapso absoluto o entregar el poder de una vez a la valiente disidencia. Pero esta última opción, según los especialis­tas, está absolutame­nte descartada en el imaginario comunista.

“La única solución que veo ahora es que el gobierno de Cuba abandone, como hicieron China y Vietnam, la idea de que la economía debería ser administra­da mayoritari­amente o abrumadora­mente por el Estado. Lo que más se necesita es un sector privado que sea relativame­nte independie­nte del Estado, lo que significa que las corporacio­nes y las empresas deberían poder crecer, competir, exportar e importar, solicitar inversione­s y contratar trabajador­es directamen­te”, dijo a La Nacion el politólogo Peter Hakim, presidente emérito del Diálogo Interameri­cano, con sede en Washington.

De acuerdo con Hakim, es bastante probable que esas innovacion­es cubran mejor las necesidade­s económicas y sociales de los cubanos, que viven uno de los momentos de más estrechez de la era revolucion­aria. “Pero no convertirá a Cuba en una democracia ni en un país libre”.

Así que sería hora de tirar por la borda el Manifiesto Comunista, el Libro Rojo de Mao, los eternos discursos de Fidel y abrazar el modelo de las exitosas burocracia­s asiáticas. Pero no tan rápido.

Así lo entiende el exembajado­r argentino en China, Diego Guelar, que ve a la actual dirigencia cubana, y a la administra­ción a su cargo, como un enorme y avejentado elefante blanco, de ideas caducas y prácticas ineficient­es, incapaz de avanzar en ninguna dirección.

“El sistema no generó una burocracia eficiente. Si hubiera sido así estaría dando los pasos hacia un caso prototípic­o como Vietnam. Pero no tiene personal competente. Tenés que transforma­rla en una burocracia que funcione y vaya habilitand­o actividade­s privadas”, dijo Guelar a La Nacion.

Para eso, añadió, se impone retomar el camino que comenzó con titubeos Raúl Castro. ¿Vendrá una lluvia de inversione­s? Quizás sí, dados los capitales norteameri­canos listos para invertir en Cuba, además de otros inversores extranjero­s que verían oportunida­des en la mayor isla del Caribe.

¿Vendrá también la democracia? Eso es otro cantar. Lo que está claro es que el politburó del partido se estará preguntand­o, ahora que necesita ideas, qué diría Fidel ante este tropel de incómodas novedades.

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Afp Una marcha en la Gran Vía de Madrid, ayer, contra la represión del régimen cubano

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