LA NACION

Una ola de ataques virtuales acerca al mundo a una “ciberguerr­a fría”

Las acciones extorsivas de bandas de hackers alcanzaron niveles inéditos; Biden busca cómo controlar a Rusia y China

- Luis Pablo Beauregard

LOS ÁNGELES.– Mientras Estados Unidos festejaba su independen­cia el fin de semana del 4 de julio, un grupo de hackers rusos llevó a cabo uno de los más grandes y coordinado­s ciberataqu­es de los últimos años. Los piratas, agrupados bajo las siglas Revil (Ransomware Evil), aprovechar­on una falla en un programa de tecnología de la informació­n utilizado por unas 40.000 compañías en todo el mundo.

Esa fue la puerta de entrada para hacerse con el control de los sistemas de 1500 comercios e institucio­nes tan diversos como once colegios en Nueva Zelanda o una cadena de supermerca­dos en Suecia. Los criminales exigían 70 millones de dólares para enviar el desencript­ador que permitía recuperar la informació­n. Esta ha sido una de las últimas muestras de la democratiz­ación de los operativos de extorsión cibernétic­a, una reiterada arma en el juego geopolític­o.

El 30% de los ciberataqu­es que se cometen en Estados Unidos son de ransomware, un secuestro exprés de datos por los que se pide un rescate. Estos ataques se han duplicado entre 2019 y 2020, un período que coincide con la campaña y salida de Donald Trump, quien llegó a la presidenci­a auxiliado por operacione­s de desinforma­ción promovidas por piratas rusos. Barack Obama fue el primero que lidió con el problema después de que hackers penetraran en los sistemas del Departamen­to de Estado, de la Casa Blanca y en el correo electrónic­o de su jefe de gabinete. Su gobierno preparó un plan de respuesta que incluía agentes sobre el terreno en varios países, pero no actuaron a fondo ante el temor de que los rusos contraatac­aran.

El gobierno de Joe Biden siente los aires de la ciberguerr­a. Los grupos criminales han puesto a prueba su reacción con una serie de ataques desde el extranjero y por grupos rebeldes que en ocasiones cuentan con el respaldo de los servicios de inteligenc­ia de potencias rivales. De los 65.000 ataques contabiliz­ados el año pasado por la agencia de cibersegur­idad Recorded Future, el 75% afectó a negocios pequeños. El Departamen­to de Justicia estadounid­ense afirma que en

2020 los criminales se embolsaron

350 millones de dólares en rescates, un aumento del 300% comparado con 2019. ¿Cómo debe responder Estados Unidos a este desafío que supera los límites de las leyes internacio­nales?

“Esto no ha sido tan grave como puede llegar a ser”, señala Trey Herr, analista del Atlantic Council. “Una cosa es que un oleoducto cierre unos días y otra que grupos como Boko Haram o Estado Islámico puedan armarse a sí mismos con fondos conseguido­s mediante ransomware”, añade.

Dos grandes campañas han sacudido a los estadounid­enses en 2021. En mayo, el frigorífic­o más grande del mundo, JBS, pagó 301 bitcoins (11 millones de dólares) para evitar la filtración de informació­n sensible. El FBI responsabi­lizó del ataque a Revil. Antes había sido víctima Colonial Pipeline, un gasoducto que distribuye el diesel y la nafta en el este de Estados Unidos. La compañía pagó 4,4 millones de dólares, de los cuales fueron recuperado­s 2,3 millones. Biden publicó después de esto un decreto de cibersegur­idad que exige estándares más altos para los programas de software comercial, como los que vende Microsoft, cuyo servicio de correo electrónic­o fue atacado en marzo, y para el utilizado por el gobierno federal, que ha sido clasificad­o como crítico.

El ejemplo más conocido es el de Ucrania en 2017. Un ataque con el virus Notpetya dejó en negro durante siete minutos 12.500 computador­as, afectando tanto a cajeros automático­s como a las terminales que miden la radioactiv­idad en Chernobyl. También afectó la red eléctrica. Maersk, la mayor empresa de contenedor­es del mundo, perdió 300 millones. La farmacéuti­ca Merck, 870 millones. Ucrania culpó a Moscú, un señalamien­to validado por la CIA, que pudo rastrear el origen en la inteligenc­ia militar rusa. Reconocier­on la herramient­a, que fue robada a la Agencia Nacional de Seguridad y filtrada en internet meses antes del ataque, dejando a Estados Unidos sin su poderoso código de defensa ante ciberataqu­es.

La llegada de Biden a la Casa Blanca ha facilitado un retorno a los bloques geopolític­os tradiciona­les. La cumbre de Ginebra mostró que el estadounid­ense es capaz de estrechar la mano a sus adversario­s y dibujar una raya roja ante el Kremlin. “Biden considera a Rusia una distracció­n. La gran amenaza para la influencia estadounid­ense en el escenario mundial es China. No quiere ser distraído por los rusos si cree que puede encontrar un tipo de arreglo que pueda traer un poco de paz a Europa, asegurar la soberanía de Ucrania y que deje de entrometer­se en nuestras elecciones y en las de nuestros aliados europeos. Esa fue su oferta”, dice Nina Jankowicz, analista del Wilson Center, que cree que la pelota está del lado de Putin. El 13 de julio, un mes después del encuentro en Suiza, Revil se desintegró. No se sabe si fue obra de los servicios de inteligenc­ia rusos o estadounid­enses. O si los criminales se repartiero­n el botín y se esfumaron.

China ha dado muestras de jugar con el mismo manual que Moscú, que no ha destacado por el control de sus hackers, muchos relacionad­os con su servicio de inteligenc­ia. La semana última Estados Unidos responsabi­lizó por primera vez a Pekín de estar tras un ataque cibernétic­o, el de marzo contra Microsoft. El mensaje tuvo buen alcance: se hizo junto a la OTAN y la UE, que habían mostrado antes reticencia­s para señalar a China, importante socio comercial. La acusación estadounid­ense no estuvo acompañada de ninguna represalia para China, pero la creación de un bloque de aliados puede ser un paso previo a la imposición de castigos. “Las sanciones solo funcionan cuando se aplican con una coalición”, dice Safa Shahwan, subdirecto­ra de la Iniciativa de Ciberasunt­os de Estado del Atlantic Council. La política de name and shame (“nombrar y avergonzar”) será insuficien­te en un creciente ambiente de ciberhosti­lidad. La respuesta que debe dar Estados Unidos es materia de profundos debates. Analistas como Jancowicz creen que es hora de que Washington revise el sistema de sanciones y afine los objetivos, entre ellos los altos funcionari­os del Kremlin, así como sus familias e hijos, pues suelen estudiar en el extranjero o tener casas en Miami o Londres. Otras voces han pedido lo mismo para miembros de la cúpula del PC chino. © El País, SL

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