LA NACION

Putin y la nueva visión rusa del mundo en 2021

- Gonzalo S. Paz Doctor en Relaciones Internacio­nales, profesor e investigad­or de la Universida­d de Georgetown, Washington DC

La percepción compartida de preocupaci­ón sobre el clima ahora definida como un tema de seguridad estratégic­a abre una ventana para la cooperació­n con Occidente y el resto del mundo

El presidente Putin acaba de firmar, el 2 de julio, la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de la Federación Rusia. Aunque algunos analistas y comentaris­tas no les otorgan mucho valor a este tipo de documentos, declarándo­los generales, vagos o poco específico­s, lo cierto es que su preparació­n insume una gran cantidad de tiempo, reflexión y recursos humanos al máximo nivel. En este caso, el organismo coordinado­r fue la Secretaría de Seguridad Nacional (un poco el equivalent­e al National Security Advisor de Estados Unidos), a cargo del todopodero­so Nikholai Patruschev (de máxima confianza de Putin y bien conocido por los últimos equipos presidenci­ales argentinos), y lleva claramente su sello. El resultado es un documento de 44 páginas que, si bien está conectado con los previos, es seminal, como mínimo inaugura otra etapa y quizá una era. Su análisis exhaustivo obviamente excede este artículo, pero vale la pena hacer unos comentario­s iniciales sobre este verdadero y preciso termómetro de cómo Putin y su grupo ven al mundo y a la propia Rusia.

Este documento debe ser actualizad­o cada seis años y por ende una primera e inevitable herramient­a analítica es compararlo con los documentos previos, en particular con el último, de 2015, y evaluar los cambios y continuida­des. Aquel vio la luz después de los eventos de Crimea, que marcaron un deterioro brusco de las relaciones con Occidente. En ese sentido, una mayoría de observador­es en Occidente considera que hay cambios sustancial­es. El nuevo documento refleja la profundiza­ción de la fragmentac­ión de la globalizac­ión. El espíritu del documento es de independen­cia estratégic­a de Rusia. China aparece como un aliado importante, pero no tanto bilateralm­ente, sino a la par de la India, viejo aliado ruso y también aliado estratégic­o desde ya hace varios años de Estados Unidos. Dicho de otro modo, la relación bilateral con China aparece subsumida y rebalancea­da en el triángulo China-india-rusia. Esta pragmática recontextu­alización de las relaciones con China (relaciones que, no está de más decirlo, siguen siendo muy importante­s) es un ajuste no menor, pero sería ingenuo por otro lado deducir de esta lectura un pronóstico de mejora de las relaciones con Estados Unidos en el corto plazo.

Si Xi Jinping despliega desde 2013 su bandera de la Iniciativa de la Franja y Ruta de la Seda (inspirada originaria­mente en la vieja Ruta de la Seda, pero por cierto excediendo desde hace rato la referencia histórica inicial), y Estados Unidos despliega su contención articuland­o el Pacífico con el Índico con sus socios Japón, Australia e India en el Indo-pacífico (o Indo-pacífico Libre y Abierto, en su versión más japonesa), Putin lucha desde 2015 para introducir y sostener en la grieta entre las dos superpoten­cias su propia idea de una deseable Asociación de la Gran Eurasia, su sello personal. Esta idea, de la que se habla poco fuera de la esfera rusa, inicialmen­te limitada a lo económico, llega ahora oficialmen­te a la Estrategia de Seguridad Nacional de 2021, llamada a defender la relevancia de Rusia como potencia, insistir en su predominio en su entorno y defensivam­ente, prevenir o demorar el alineamien­to gravitacio­nal estratégic­o de la región en la Iniciativa de la Franja y la Ruta. La Iniciativa genera mucha más preocupaci­ón que el Indo-pacífico en Rusia. Precisamen­te, la lectura entre líneas del grado de cooperació­n ruso-china y sus límites, frente a Estados Unidos y en Asia, será uno de los focos de análisis de este documento.

Uno de los ejes (mucho más que un mero “aspecto destacado”) es la “securitiza­ción” de más aspectos de la vida rusa, fundamenta­lmente la superviven­cia de la identidad nacional, los valores tradiciona­les y la estructura de la sociedad. Esto ha llevado a analistas en Occidente a calificar el documento como “conservado­r” y aun “paranoico”. Sin embargo, también incorpora la calidad de vida y el desarrollo del capital humano. Ciertament­e, la mirada sobre lo interno ocupa una porción sustancial, inesperada para muchos en un documento de esta naturaleza. Son amenazas graves la desestabil­ización social, las campañas de desinforma­ción, el uso de la historia, la promoción de valores “no rusos”. Estas amenazas pueden ser operacione­s de desinforma­ción que vulneren el “espacio de informació­n segura”, campañas de opinión pública y de allí a ciberamena­zas y otras encuadrabl­es en el concepto de “guerra híbrida”. Incluso estas amenazas externas a la estabilida­d pueden ser no estatales. También los problemas estructura­les de la economía rusa, muchos históricos, son mencionado­s en este documento. Entre ellos vale la pena destacar la sobredepen­dencia de los recursos naturales, la necesidad de promover las industrias y poner el acento en la ciencia, la tecnología y la innovación.

Otra área de interés, notable, es la que se refiere al cambio climático. Muchos rusos de a pie ven con simpatía el aumento de la temperatur­a promedio en un país enorme en gran parte generalmen­te frío buena parte del año, y Rusia despliega su músculo militar en las nuevas rutas árticas que el acelerado deshielo permite. Sin embargo, los jóvenes rusos consideran el cambio climático como una amenaza a la “casa común” (los enormes incendios de Siberia son un claro ejemplo), y un área de participac­ión pública alternativ­a a la política partidaria. En resolver la contradicc­ión de ser una economía mediana basada en exportacio­nes masivas de energía tradiciona­l fósil y aspirar a desarrolla­r la economía verde que un diagnóstic­o de cambio climático inexorable­mente demanda, se abre un desafío en el que Rusia se juega su futuro. Lejos de la visión trumpista negacionis­ta sobre este tema, esta percepción compartida de preocupaci­ón sobre el clima ahora definida como un tema de seguridad estratégic­a abre una ventana de oportunida­d importante para la cooperació­n con Occidente y el resto del mundo.

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