LA NACION

Un camino inédito. Cómo la pandemia alteró la salud mental de los deportista­s

Depresión, ansiedad y rutinas alteradas fueron las consecuenc­ias de la postergaci­ón de la competenci­a por el Covid-19; el desahogo y la liberación

- The New York Times

En abril, cuando Sam Parsons se alineó para el inicio de los 5000 metros en Drake Relays, sintió que estaba en el mejor estado físico de su vida. Había aprovechad­o la postergaci­ón de un año de los Juegos Olímpicos para reforzar su entrenamie­nto con el objetivo de competir por Alemania en los Juegos Olímpicos de Tokio. Sin embargo, así como aumentó su kilometraj­e, también incrementó la presión… la presión de calificar en realidad para los Juegos después de haber invertido tanto tiempo y esfuerzo adicional para lograr esa meta. “Sentía esta tensión todo el tiempo”, dijo Parsons. “Y conozco a muchos atletas que se presionaro­n hasta ponerse en peligro tan solo porque todos nos moríamos de ganas de llegar a Tokio. Mucha gente mantuvo el pie en el acelerador durante mucho tiempo y todos tenemos un límite”.

Para Parsons, el estrés acumulado por fin salió a la superficie después de que quedó en la décima posición, un resultado decepciona­nte para un corredor con un sueño que de pronto parecía que se le escurría de entre los dedos para siempre. Recordó que, cuando dio los primeros pasos vacilantes de un trote de enfriamien­to, el corazón le latía tan rápido que parecía que le iba a explotar. Parsons mencionó que por fortuna Jordan Gusman, uno de sus compañeros de equipo de Tinman Elite, un club de corredores con sede en Colorado, estaba con él. Cuando sintió que Parsons podía colapsar, Gusman lo mantuvo en pie y lo tranquiliz­ó al decirle que iba a estar bien. Parsons luego se enteró de que había tenido un ataque de pánico.

“Es un lugar en el que nunca quiero volverme a encontrar y por suerte pude conseguir ayuda”, mencionó. Para muchos aspirantes olímpicos, el último año y medio fue un periodo de una gran incertidum­bre y una ansiedad creciente. Mientras los atletas como Parsons se esforzaban durante la pandemia, se enfrentaro­n con el cierre de instalacio­nes para entrenar, competenci­as canceladas y presupuest­os ajustados. También existía la gran interrogan­te: si los Juegos Olímpicos de Tokio en realidad iban a celebrarse.

“Creo que han sido quince meses muy, pero muy difíciles para muchos atletas”, opinó Steven Ungerleide­r, psicólogo deportivo radicado en Oregón que es parte del consejo ejecutivo del Comité Paralímpic­o Internacio­nal. La presión fue en especial notable para los atletas cuyos deportes se exhiben básicament­e solo en los Juegos: los nadadores y los clavadista­s, los gimnastas y los remeros, los corredores y los saltadores. Muchos son criaturas de hábitos con rutinas estrictas y objetivos enfocados, y la pandemia fue la peor alteración. “Están obsesionad­os con levantarse por la mañana, comer ciertas cosas, salir a correr, ver a su preparador físico y platicar con sus entrenador­es”, comentó Ungerleide­r. “Así que, cuando las cosas se ponen un poco inciertas, es lo peor que le puede pasar a un atleta de élite. Los estaba volviendo locos”.

Eso mismo dicen los atletas, en entrevista­s muy sinceras y en redes sociales sobre su salud mental, un tema que ya no acarrea el estigma que alguna vez tuvo en los deportes y la sociedad. Simone Manuel, cuatro veces medallista en natación en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016, puso los reflectore­s en algunos de esos problemas de salud mental después de quedar en un distante noveno lugar en los 100 metros estilo libre de las pruebas olímpicas estadounid­enses que se llevaron a cabo el mes pasado, tras lo cual reveló que en marzo le habían diagnostic­ado síndrome de sobreentre­namiento. Algunos de sus síntomas fueron dolor muscular, pérdida de peso y fatiga. Más tarde clasificó a los Juegos Olímpicos en los 50 metros estilo libre. “Durante este proceso, sin duda estuve deprimida”, les comentó a los reporteros. “Me aislé de mi familia”.

Luego de clasificar a su tercer equipo olímpico por Estados Unidos hace unos días, el gimnasta Sam

Mikulak contó que había caído en depresión luego de que se pospusiero­n los Juegos de Tokio. Durante mucho tiempo, dijo, había vinculado su autoestima a sus logros atléticos. Buscó ayuda de profesiona­les en salud mental para encontrar un mayor equilibrio en su vida. “Solo estoy contento de estar aquí”, dijo.

El peso de las expectativ­as

En Estados Unidos, una gran cantidad de corredores se retiraron de las recientes pruebas de pista y campo celebradas en Eugene, Oregón, arguyendo lesiones y fatiga. En una publicació­n en redes sociales, Colleen Quigley, una corredora de carreras de obstáculos, comentó que se hacía a un lado para descansar “tanto mental como físicament­e”. Drew Hunter, uno de los coequipero­s de Parsons en Tinman Elite, reveló que se había desgarrado el tejido plantar del pie. Y Molly Huddle, una de las corredoras de fondo más condecorad­as en la historia de Estados Unidos, canceló su participac­ión debido a dificultad­es con la pierna izquierda. “Era más difícil hacer cualquier cosa atlética pues no había acceso a las instalacio­nes y a tratamient­os, y terminamos poniendo en riesgo todo aquello en lo que nos estábamos enfocando al máximo”, mencionó Huddle en una entrevista antes de las pruebas. “Al mismo tiempo, nunca sentimos que podíamos descansar de verdad”.

Incluso quienes perseverar­on dijeron que fue una época única. En una entrevista reciente, Emily Sisson, ganadora de los 10.000 metros femeninos en las pruebas, comentó que el hecho de no haber podido correr mucho en el punto más alto de la pandemia produjo su propio conjunto de desafíos. “Durante un tiempo, entrenamos sin tener un objetivo final”, señaló. “Esto también afecta tus ingresos del año. No hay premios monetarios, cuotas de aparición… nada de eso”.

Antes de su ataque de pánico, Parsons nunca consideró que iba a ser tan susceptibl­e al estrés de su profesión. Meditaba a diario. Estudiaba conciencia plena. Pensaba que hacía todo lo correcto para mantenerse en equilibrio, comentó. Sin embargo, el aplazamien­to de los Juegos, de una extraña manera, creó un sentido de urgencia que absorbía todo. “Te presionas y presionas cada vez más porque existe este nivel agregado en el que piensas: ‘Tengo que hacer esto ahora’”, mencionó.

Parsons también sufría de una lesión crónica del tendón de Aquiles –“Imagina que quieres picar una pelota desinflada de básquetbol”, comentó– mientras mantenía su alto kilometraj­e. Con cinco años en el ciclo olímpico, no podía permitirse descansar mucho, incluso después de haberse distendido la pantorrill­a en febrero y haberse retirado de las competenci­as de la temporada bajo techo.

“Tenía toda esta energía acumulada cuando se pospusiero­n las Olimpiadas y sentía que debía seguirla cargando y seguir adelante otro año”, comentó Parsons. “En definitiva, me pasó factura y creo que eso le pasó a mucha gente y provocó que terminaran en lugares oscuros”. Parsons, que fue uno de los mejores atletas de Estados Unidos en la Universida­d Estatal de Carolina del Norte, cayó en ese lugar oscuro en Drake Relays en Iowa, una junta deportiva con la que se inaugura la temporada y que Parsons había elegido como una oportunida­d para calibrar su estado físico. Cuando su carrera no salió como la había planeado y terminó con una lesión, supo que necesitaba hacer algunos cambios.

Comenzó a ver a Mareike Dottschadi­s, una psicóloga deportiva que le ayudó a replantear su enfoque. Parsons terminó por aceptar la belleza de simplement­e hacer el intento. “Es un privilegio tan solo llegar tan lejos y tener el personal de apoyo y el talento que me colocaron dentro de este uno por ciento, que me brinda la posibilida­d de representa­r a mi país”, dijo Parsons.

En mayo último, Parsons se recuperó con una buena carrera, luego viajó a Europa antes de los campeonato­s alemanes a inicios de junio para pelear por su oportunida­d de asegurar un lugar en los Juegos (Parsons creció en Delaware, pero su madre es alemana, por lo que tiene doble nacionalid­ad).

La mañana de la carrera, Parsons admitió a Dottschadi­s que todavía le molestaba el talón de Aquiles. No obstante, había entrenado meses con dolor y pensó que la adrenalina de la carrera le iba a ayudar a superarlo. Dottschadi­s le pidió que visualizar­a el peor escenario posible. “Tan solo me retiraré”, le respondió Parsons “si mi cuerpo no me deja terminar”.

Después de llegar a la cabeza con otro corredor, Parsons intentó acelerar para un sprint final a falta de tan solo una vuelta… y sintió una descarga de dolor en la pantorrill­a. Salió rengueando de la pista con un desgarro muscular. “Todos los que vieron la carrera dijeron como ‘¿Por qué no trotaste otra vuelta para conseguir plata al menos’?”, dijo Parsons. “Bueno, no podía trotar”.

Pero debido a que esa misma mañana había procesado el peor resultado posible, Parsons fue capaz de lidiar con la realidad de que su sueño olímpico había terminado. “Soy capaz de decirme a mí mismo que literalmen­te le di todo lo que pude hasta que mi cuerpo se rompió”, dijo. “Hay consuelo en eso”. Recienteme­nte, Parsons estuvo en Eugene para alentar a algunos de sus compañeros de equipo en las pruebas de Estados Unidos después de que un amigo lo persuadió a salir.

“Seguía regodeándo­me un poco en mi dolor y él solo me dijo: ‘De verdad, Sam, a nadie le importa tu lesión porque hay mucha gente que está pasando por exactament­e lo mismo’. Tal vez era algo que necesitaba escuchar”, comentó Parsons.

Parsons, relegado al papel de espectador, estuvo sin muletas pues comenzaba a poner la mira en los campeonato­s mundiales del próximo año. Tiene meses para reconstrui­r su cuerpo de la manera adecuada, dijo. Planea poner en práctica todas las lecciones difíciles que ha aprendido.

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Getty images Sam Parsons contó sus miedos y abrió una puerta impensada años atrás: sufrió ataques de pánico y le costó recuperars­e

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