LA NACION

En el Salón Oval aún hay rastros del demonio

- Frank Bruni THE NEW YORK TIMES

El ministro de Relaciones Exteriores de Francia dijo estar “furioso y amargado” y calificó lo hecho por el presidente norteameri­cano, Joe Biden, de “brutal”.

Pero esos duros calificati­vos no son nada frente a lo que dijo ese mismo diplomátic­o, Jean-yves Le Drian, a fines de la semana pasada. Le Drian dijo que la decisión de Biden de negociar un acuerdo secreto de submarinos con Australia –que en los hechos dio de baja un lucrativo arreglo que tenían los franceses– le recordaba mucho “al tipo de cosas que hacía el señor Trump”.

Y por supuesto que nada de Biden debería parecerse jamás, ni por asomo, a Donald Trump.

La promesa era esa, ¿o no? Ese era precisamen­te el plan. Hay muchas cosas que admirar en Biden, pero para ser honestos fue elegido presidente básicament­e porque se presentó a sí mismo como la antítesis, o incluso más que eso, como el antídoto contra Trump. Implícita y explícitam­ente, Biden se comprometi­ó a responder a la ignorancia de Trump con experienci­a, a la torpeza de Trump con agilidad, a la brutalidad de Trump con empatía, a la ignominia de Trump con integridad.

Apuesto a que la mayoría de los estadounid­enses que votaron con ganas por Biden estaban votando con más ganas todavía contra Trump. La presidenci­a de Biden nació bajo esa sombra, que además le impuso una carga especial. Si bien es esperable que cada nuevo ocupante del Salón Oval prenda unos sahumerios para ahuyentar el tufo del inquilino anterior, de Biden se esperaba directamen­te un exorcismo: no debía quedar rastro del paso del demonio.

Pero se retiró de Afganistán sin el nivel de consulta, coordinaci­ón y competenci­a que esperaban los aliados de Estados Unidos, o al menos de lo que esperaban de cualquier presidente que no fuese Donald Trump.

Además, sus acciones –mejor dicho, su inacción– frente a los afganos que quedaron atrás adoleciero­n de falta de empatía, algo que supuestame­nte tenía para regalar. Eso no lo convierte en un Trump. Pero tampoco en un no-trump. Como escribió David Sanger en The New York Times, algunos aliados “ya lo acusan públicamen­te de perpetuar elementos del enfoque de ‘Estados Unidos primero’ del expresiden­te Donald J. Trump, aunque en el envoltorio de un lenguaje mucho más inclusivo”.

Y la repatriaci­ón que hizo Biden de cientos de migrantes haitianos desesperad­os a Haití, a pesar de que muchos ya no tienen vínculos en la isla porque huyeron hace años, también lo asemeja a Trump a los ojos de muchos analistas. La intensidad del enojo de algunos demócratas por ese tema va más allá del hecho puntual y apunta al valor simbólico de esa decisión. Para ellos, el contraste que marca Biden con Trump no es lo suficiente­mente tajante.

Como escribiero­n esta semana Sean Sullivan y Nick Miroff en The Washington Post, a los funcionari­os de la Casa Blanca “les está costando justificar las crueles imágenes de los agentes fronterizo­s tratando sin piedad a los inmigrante­s haitianos” y ahora enfrentan el creciente enojo de los defensores de los derechos de los inmigrante­s “que están cada vez más convencido­s de que Biden no va a cumplir su promesa de campaña de defender a los extranjero­s vulnerable­s que buscan una vida mejor en Estados Unidos”. El caos fronterizo atribuido a la incompeten­cia e insensibil­idad de Trump está de vuelta y una vez más acapara las noticias.

Anteayer, cuando Biden trepó al podio de la ONU para pronunciar su primer discurso como presidente norteameri­cano ante la Asamblea General, la incógnita no era cómo le iría en términos de su propio pasado, presente y futuro. La incógnita era hasta qué punto se recortaría a sí mismo como antítesis de Trump. Su proclama anterior, “Estados Unidos ha vuelto” fue entendida en código como sinónimo de “Trump se fue”. Ahora tenía que demostrar que había llevado a cabo con éxito el exorcismo.

Pero hay un pequeño problema: si Estados Unidos fue poseído por Trump es debido a las frustracio­nes y sentimient­os desatendid­os de muchos votantes norteameri­canos, que no se han evaporado y que tienden a perdurar.

Biden y sus asesores lo saben, y conocen el peligro político de todo lo que huela a una política de fronteras abiertas, a una generosida­d moral hacia los recién llegados que puede percibirse como una desatenció­n de las necesidade­s de los que ya estaban. En la Casa Blanca saben que es peligroso presentar a Estados Unidos como salvador del mundo, porque para muchos votantes eso equivale a renunciar al interés nacional –y sacrificar las vidas de norteameri­canos del servicio activo– en aras de algún altísimo ideal.

Segurament­e han calculado que la indignació­n de los franceses no es políticame­nte grave, y menos si es una reacción ante la decisión de Estados Unidos de ocuparse de sí mismo. Y sin duda ya están pergeñando la justificac­ión electoral para algunas maniobras de tipo “Estados Unidos primero” sin los golpes de pecho que solía acompañar ese latiguillo trumpista.

Así y todo, Biden está muy lejos de Trump. Aleluya. Pero eso no significa que Trump no lo haya marcado. Y tampoco significa que no termine en el mismo lugar, porque se mueve siguiendo algunas de esas mismas dinámicas.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina