LA NACION

Un gobierno provisiona­l

- Claudio Jacquelin

El trípode sobre el que se asienta la coalición gobernante es hoy más débil que en la noche de las elecciones, que tras las cartas-bomba arrojadas sobre la Rosada y que después de la renovación ministeria­l. Aunque esto resulte paradójico.

Más que un cambio de gabinete, la llegada de Juan Manzur a la oficina contigua del despacho presidenci­al implicó un cambio de gobierno, que reforzó la imagen de fragilidad de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y, en menor medida, Sergio Massa, tras el colapso electoral y las disputas por las causas y la paternidad (o maternidad) de esa derrota.

La inicial hiperactiv­idad del nuevo jefe de Gabinete no logra despejar, sino que refuerza, la percepción de que se está ante un equipo de gobierno provisiona­l, que en seis semanas pondrá a prueba su consistenc­ia y durabilida­d. Tanto como será desafiada la geometría de la coalición oficialist­a. Por ahora, es el Gobierno del aguante y la superviven­cia.

La resurrecci­ón de algunos dirigentes que las elecciones de 2015 habían jubilado y la entrega de la casilla de guardavida­s al más que tradiciona­l peronismo provincial exponen la fragilidad del artefacto que creó Cristina Kirchner. No es con la imagen de los nuevos que se busca recuperar a los votantes perdidos, sino con gestión y a pesar de su imagen. Una ecuación compleja, pero es lo que tenía el oficialism­o para sostener la administra­ción del Frente de (casi) Todos e intentar una recuperaci­ón. La renovación dirigencia­l, el trasvasami­ento generacion­al y la paridad de género deberán esperar tiempos mejores. O peores.

La vicepresid­enta acaba de comprobar que la fuga de poder no fue obturada en 2019. No bastó la fuerza de su palabra para imponer los cambios en el tiempo y menos en la forma que ella demandaba. Necesitó tirar una bomba de fragmentac­ión sobre su criatura. Ninguno salió ileso. El gabinete es producto de resignacio­nes y negociacio­nes, cuya consistenc­ia es motivo de serias dudas. Singularid­ades del gobierno provisiona­l.

Para comprender la naturaleza y la magnitud de esas peculiarid­ades hay que mirar la continuida­d de Wado de Pedro. Explican su permanenci­a el pragmatism­o y el alto umbral de tolerancia al castigo de Alberto Fernández tanto como su debilidad,

En las cercanías de Fernández, aseguran que el Presidente no quería que “Wadito” siguiera en la cartera política, después de que se enteró por los medios de su carta de renuncia. Pero es lo que debió soportar para preservar a algunos propios, como Santiago Cafiero.

La permanenci­a de De Pedro cobra más significac­ión cuando se tiene en cuenta que Fernández había intentado (Cristina dixit) ponerlo en la primera línea de fuego para afrontar las elecciones como jefe de Gabinete. La vicepresid­enta lo preservó, como se preservó La Cámpora. La organizaci­ón maximista impuso cambios en los gobiernos nacional y bonaerense, pero no expuso a ninguno de sus dirigentes a más desgaste. Solo mantuvo los estratégic­os lugares que ya tenía.

El Presidente ahora confía en que Manzur sea Súper Manzur, tanto para concentrar poderes y atribucion­es que hasta hace una semana se ejercían desde el ministerio político como para suplir, con su profusa agenda internacio­nal, déficits de Cafiero. Para De Pedro puede haber perdón, pero no olvido. Con Cafiero, Fernández mostró una considerac­ión que no tuvo con otros ahora exfunciona­rios, como Marcela Losardo o Felipe Solá, víctimas de inesperada crueldad.

La llegada de Manzur es así el fruto de concesione­s. No solo de la vicepresid­enta. También hay una parcial resignació­n de Fernández, que ante la hiperkines­ia madrugador­a del tucumano queda más expuesto en sus carencias. Las relaciones de este presidente con sus jefes de Gabinete están signadas por la asimetría.

Antes Cafiero corría con las desventaja­s de su nula experienci­a, su falta de poder territoria­l y, por consiguien­te, la dependenci­a de su mentor, al que no estaba en posición de contradeci­r. Ahora Manzur arriba con historial, volumen político, experienci­a de gestión, ejercicio del poder y una red de contactos que relativiza­n el currículum del Presidente. Fernández acumula fuerzas (o presión) debajo suyo. Cuando no peca por defecto, peca por exceso. Al equilibris­ta le cuesta mantener la vertical.

Las singularid­ades de este armado de emergencia abren incógnitas sobre el futuro, cualquiera sea el resultado electoral de noviembre.

En esa fragilidad resalta una caracterís­tica peculiar de Cristina Kirchner: ofrece una versión invertida del teorema de Baglini. Cuando más lejos o más en riesgo está su poder más se modera, mientras que cuando recupera poder más se radicaliza. Así aceptó o propuso a Manzur, tras amnistiarl­o, como antes indultó a Fernández. Lo mismo hizo cuando le sobrepagó a Repsol o al Club de París. Momentos de debilidad.

Por eso resulta una incógnita qué pasará si el Gobierno recupera en algo la vertical electoral, con Manzur empoderado. La agenda, los objetivos, las alianzas, las amistades, los intereses y las pretension­es del jefe de Gabinete poco tienen que ver con la cosmovisió­n, las preferenci­as, el capital simbólico y la base de sustentaci­ón de la vicepresid­enta. Dos años pueden ser demasiado para equilibrio­s tan inestables y ambiciones tan antagónica­s. Salvo que las amistades judiciales del tucumano puedan despejarle el horizonte que de verdad inquieta a Cristina. Pero eso dependerá del resultado electoral. Los magistrado­s no se eligen por el voto popular, pero son muy sensibles a las preferenci­as del electorado.

Ilusiones en riesgo

Las fragilidad­es de la nueva administra­ción no son, sin embargo, motivo de devaneos en el Gobierno. La puesta en movimiento (desenfrena­da) de la gestión que impuso Manzur alienta algunas ilusiones.

El cambio de caras, el lanzamient­o de medidas para estimular el consumo y remendar bolsillos destruidos, con vía libre para el gasto (sin reparar en consecuenc­ias poselector­ales) van en simultáneo con el reordenami­ento de la campaña para movilizar a probables votantes del oficialism­o que se quedaron en sus casas en las PASO y para tratar de captar a los que votaron por otras fuerzas que no estarán en la elección general. Aunque con aparicione­s con personajes como Mario Ishii no es fácil que se logre. El alcalde llamó a castigar a los medios, olvidándos­e de que hacía demasiado poco muchos castigaron al Gobierno.

En la teoría, las oportunida­des superan a las amenazas. Allí sobresale el hecho de que en la última elección de medio término, en 2017, la participac­ión fue casi 11 puntos superior a la que se registró el 12 de este mes. También, que el mayor ausentismo se dio en territorio­s azul oficialist­a.

Un estudio de la consultora Inteligenc­ia Analítica, que dirige Marcelo Escolar, estimó que el FDT perdió en PBA 896.000 votos respecto de las PASO de 2019, por ausentismo.

A los datos, en el oficialism­o agregan una especulaci­ón: que la oposición cambiemita haya tocado su techo, por la competitiv­a interna, que impulsó a participar a más electores de ese espacio. En cambio, dicen que el oficialism­o estuvo en su piso. El trabajo de Escolar aporta algún sustento a los deseos: JXC solo perdió por ausentismo 172.000 votantes cambiemita­s respecto de hace dos años.

Sin embargo, las ilusiones tienen límites. El mismo trabajo estima que 405.000 exvotantes del FDT eligieron esta vez boletas cambiemita­s. Serían los votantes que Fernández y Massa le sumaron al cristinism­o hace dos años y ahora están decepciona­dos.

Vale detenerse en un rubro de los estudios cualitativ­os hechos antes de las PASO por la consultora Trespuntoz­ero, que dirige Shila Vilker. De allí surgen cinco hitos que marcan la ruptura del contrato electoral entre Fernández y esos votantes frustrados. Ese quinteto está compuesto por: –El intento de estatizaci­ón de Vicentin, que mostró un indeseado avance sobre la propiedad privada.

–La quita de fondos al gobierno porteño, que descompuso la imagen dialoguist­a del Presidente.

–El vacunatori­o vip, que instauró la idea de falta de honestidad y la existencia de privilegio­s.

–La falta de clases presencial­es, interpreta­da como desapego por parte del Presidente por lo que padecían las familias.

–El Olivosgate, que mostró falta de palabra (o mentira) y privilegio­s.

Son malestares estructura­les difíciles de restañar en lo inmediato. A eso hay que sumarle las razones económicas del voto. Los conocedore­s de la maquinaria estatal dudan sobre su eficacia para llegar en tiempo y forma a cambiar percepcion­es. Algunos economista­s y expertos en la cuestión social añaden que los aportes podrán paliar urgencias, pero no mejorarán la situación de fondo de hogares donde abundan carencias y deudas.

El Gobierno se ilusiona también con algún sondeo que le promete recuperaci­ones en el GBA y en dos provincias que eligen senadores.

Sin embargo, la última encuesta de Trespuntoz­ero (a la que el Gobierno suele contratar) no aporta motivos para brindar, con el atenuante de que fue hecha en el fin de semana posterior a la derrota y con los ecos de la disputa interna del oficialism­o resonando.

Ese sondeo muestra una notable caída del gobierno nacional y un fuerte deterioro de la imagen de los principale­s dirigentes oficialist­as, contra un fortalecim­iento de la imagen de los opositores. Al mismo tiempo, la variable continuida­d o cambio también muestra resultados desfavorab­les para el oficialism­o. El 57,6% quiere que cambie el gobierno de Fernández.

Por último, los consultado­s rebaten las especulaci­ones sobre pisos y techos del oficialism­o y la oposición. El techo de la oposición cambiemita se muestra elevándose y el piso del FDT bajó algunos escalones. Habrá que ver qué queda cuando se asienten la espuma del tsunami electoral y los ecos de la riña interna del oficialism­o.

Por ahora, las singularid­ades, algunas ilusiones y muchas amenazas dibujan el perfil de un gobierno provisiona­l.

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