LA NACION

La agenda de la ONU contrasta con el festival de la nostalgia de la Celac

- Sergio Berensztei­n

“Una catarata de crisis pone al mundo al borde del abismo: solo a través del multilater­alismo podemos salvarnos”. La afirmación correspond­e al portugués Antonio Guterres, secretario general de la ONU y la pronunció durante la apertura del debate del 76º período de sesiones de la Asamblea General de ese organismo, que se llevó a cabo esta semana en Nueva York. Casi en simultáneo, América Latina utilizó su instancia regional (la VI Cumbre de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamer­icanos y Caribeños, Celac) para desplegar arengas políticas destinadas a sus públicos internos y protagoniz­ar choques verbales tan obsoletos como inútiles. Ambas tuvieron una cosa en común: la ausencia física de Alberto Fernández, imposibili­tado de dejar el país por la gravedad de la crisis en la que se encuentra su gobierno. Naciones Unidas advierte sobre un mundo cada vez más amenazado y dividido que no encuentra soluciones. La Celac desperdici­a el tiempo en discusione­s sin sentido de realidad y alimenta divisiones de forma y de fondo en una región donde los desencuent­ros son tan típicos como los discursos románticos de la “patria grande” y la integració­n.

El ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua, Denis Ronaldo Moncada Colindres, acusó a la Argentina de ser un instrument­o del “imperialis­mo norteameri­cano” y de haber hecho “política propia, intervinie­ndo vulgar y ofensivame­nte en clara e insultante sintonía con los yanquis en temas internos de nuestra patria”. Parecen haber sido en vano los esfuerzos de Carlos Raimundi, nuestro embajador ante la OEA, por demostrar que respetamos a rajatabla el principio de no intervenci­ón en los asuntos internos de otros países, a pesar de los costos infinitos en términos reputacion­ales por haber aparecido ante la comunidad internacio­nal como cómplices de regímenes como los de Venezuela, Cuba… y Nicaragua. Por el contrario, el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, se plantó firme en defensa de los valores de la democracia al afirmar que su país ve “con grave preocupaci­ón” lo que ocurre en esas naciones, donde “no hay una democracia plena, no se respeta la separación de poderes, desde el poder se usa el aparato represor para callar protestas y encarcelar opositores, no se respetan los derechos humanos”. Esto despertó la ira de Díaz-canel y del propio Maduro. Mientras tanto, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, actualizab­a su cuenta de Twitter para presentars­e como “El dictador más cool del mundo mundial”: la banalizaci­ón absoluta de las reversione­s autocrátic­as.

Desde que fue creada en 2010, la agenda de la Celac se caracteriz­a por ser un festival de la nostalgia: un escenario que expone el anacronism­o de las ideas y los debates que dominan la agenda regional, particular­mente (pero no solo) de sus líderes “progresist­as”. La postura contra la OEA y algunas de las políticas de EE.UU. parecen sacadas de un viejo álbum de hace por lo menos medio siglo. El presidente de Bolivia, Luis Arce, llamó a resistir la “creciente injerencia en los asuntos de los Estados” de ese organismo (¿se referirá a las misiones que buscan garantizar la transparen­cia de los procesos electorale­s?). Y el otrora moderado canciller mexicano, Marcelo Ebrard, afirmó que era hora “de decir adiós a la OEA en su sentido intervenci­onista, injerencis­ta y hegemonist­a y que venga otra organizaci­ón que construyam­os políticame­nte en acuerdo con Estados Unidos”. ¿Querrán los impulsores del Grupo de Puebla remover la Carta Democrátic­a del organismo que sanciona a los países que violan los principios básicos de la democracia y los derechos humanos? Potencial candidato a suceder a AMLO, Ebrard expuso un discurso esquizofré­nico: gracias al Tratado de Libre Comercio (Nafta), México recibe el 62% de sus importacio­nes desde EE.UU., al que envía a su vez el 72% de sus exportacio­nes. Esto, sin analizar los tenebrosos detalles de la “cooperació­n” mexicana en la frontera para impedir el ingreso de inmigrante­s ilegales al país vecino. Mientras el bloque se promete a sí mismo avanzar en la integració­n regional, el Mercosur se desangra y muere de inanición por las crecientes asimetrías y el proteccion­ismo extremo al que se aferra, obtusa, la Argentina.

El extravío de la Celac se profundiza con la postura sostenida frente a la pandemia. Se aprobó por unanimidad un plan de autosufici­encia sanitaria apoyado en tres ámbitos: coordinaci­ón entre entidades reguladora­s nacionales, mecanismos regionales de compra para un acceso universal a las vacunas e implementa­ción de una plataforma regional de ensayos clínicos. Esto no debe hacernos olvidar el fracaso del delirante proyecto pergeñado entre AMLO y Alberto Fernández para abastecer la demanda de la región con la producción en ambos países de la vacuna de Astrazenec­a. Ni que en muchos de ellos, sobre todo en la Argentina, nunca se testeó lo suficiente, ni siquiera ante la amenaza de la variante delta. Además, la noción de que una mayor presión regulatori­a llevará a mejores resultados ya fue refutada por la realidad: la combinació­n de estatismo y aislamient­o implica sociedades menos libres, gobiernos más proclives a caer en tentacione­s autoritari­as y descalabro­s económicos mayúsculos como consecuenc­ia de la falta de controles efectivos en la implementa­ción de políticas públicas. Existen fuertes interdepen­dencias comerciale­s globales en los bienes necesarios para producir, distribuir y administra­r vacunas, incluyendo los insumos necesarios para su fabricació­n: corredores viales, jeringas, cajas frías, hielo seco y congelador­es. Los países desarrolla­dos demostraro­n que una coordinaci­ón lógica entre Estado y mercado soluciona el problema del abastecimi­ento de vacunas de primera calidad. La Celac propone un galimatías estatista y presuntuos­o. Una pena que no haya estado presente Alberto Fernández para explicar a sus colegas que la solución más efectiva contra el Covid (y, por qué no, otros problemas sanitarios) es un simple DNU.

El clima de ideas que impera en la Celac luce rancio cuando se lo contrasta con los debates de esta semana en la ONU y con la agenda progresist­a internacio­nal. Heredera de la tradición fabiana (https:// digital.library.lse.ac.uk/collection­s/fabiansoci­ety) y lejos de impugnar a los mercados, la izquierda moderna y democrátic­a pretende que funcionen en beneficio del interés general, con criterios sustentabl­es y potenciand­o la igualdad de género y las comunidade­s locales. Busca reformar la gobernanza empresaria­l para garantizar que trabajador­es y accionista­s obtengan ventajas del aumento de la productivi­dad. Incluso reconoce que aumentar los niveles de calificaci­ón de los trabajador­es incrementa sus oportunida­des de empleo y su calidad de vida. Propone impulsar inversione­s públicas esenciales en infraestru­cturas para mantener el crecimient­o y satisfacer las nuevas demandas de la era global de la informació­n.

En contraste, sin poder siquiera otear qué pasa más allá de su más absoluta inmediatez, el discurso de Alberto Fernández en la Asamblea de la ONU no tiene, por el absurdo, desperdici­o. Responsabi­lizó a la comunidad internacio­nal del drama que vive la Argentina e indirectam­ente, de su propio derrotero político: la culpa es del otro. El préstamo del FMI implicó un apoyo sin precedente en su magnitud por parte de un organismo internacio­nal (que integra el sistema de la ONU) por solicitud de un gobierno legítimo. Como si los problemas del país hubiesen comenzado con ese empréstito. “Esta Argentina llena de planes que nos dejaron”.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina