LA NACION

El presente es “en vivo”

- Constanza Bertolini

Clementine y Joel son una pareja feliz. Ya sabemos: hasta que un día dejan de serlo. Entonces ella (primero) –porque luego lo hará también él– acude a un servicio especial que le permite borrar todos sus recuerdos. Un literal “si te he visto (sentido, gozado o sufrido) no me acuerdo”. En 2004, cuando Michel Gondry estrenó la historia de Charlie kaufman, la idea de editar el pasado parecía imposible; ahora, ese Eterno resplandor me enceguece como un flashback al mismo tiempo que decenas de luces altas vienen de frente con una potencia feroz y enseguida dan paso a una consigna escrita en el aire, igual de estrepitos­a. “Future memories”. Pienso: y si fuéramos plenamente consciente­s de que podemos editar en el presente los recuerdos del futuro, ¿cómo viviríamos cada instante?

Por supuesto no es esta pregunta la síntesis expresa de ningún pretencios­o guion detrás del gran show con el que Hernán Cattáneo se presenta en esta pospandemi­a tan distópica, sino apenas una obsesión personal que se activa como hipótesis durante dos horas de concierto, y que presiento que no me abandonará tan fácil. La reflexión sobre el tiempo, la felicidad, el placer y la música está solapada en el impacto visual de la escena, pero también es una invitada especial al teatro Gran Rex este miércoles tan poco primaveral para un septiembre en Buenos Aires.

Por suerte cada espectador construye a piacere su propio sentido. Generacion­almente, es cierto, la mayoría de mis vecinos de platea estarían habilitado­s para evocar el cine de kaufman (¿Quieres ser John Malkovich?, El ladrón de orquídeas) y Gondry (La ciencia del sueño, Be Kind Rewind), pero como un oyente con su música –la que sea que lo emocione– aquí también cada uno es dueño de las asociacion­es que hace en su propio viaje. Y de atravesar el tiempo a su ritmo, aun cuando alrededor todos los cuerpos se muevan a un mismo compás, sin necesidad de pensar cómo llegamos hasta aquí (a un 2021 que quiere emerger de lo más oscuro, al centro porteño en una noche lluviosa o a esta altura de la vida: hay diferentes maneras de “llegar hasta aquí”).

La tensión entre las palabras futuro y recuerdos me captura casi por

¿Y si fuéramos consciente­s de que podemos editar en el presente los recuerdos del futuro?

completo desde el principio. La sala está plagada de estímulos –a esta altura, no hay dudas del nivel con el que Sergio Lacroix maneja el arte de la sinergia para enaltecer estos sonidos–. El futuro pareciera hablarnos en cada uno de esos píxeles animales, de alta definición, sin embargo, como casi siempre, a mí me ganan los recuerdos. Los de más de dos décadas atrás, cuando ese mismo hombre feliz y perseveran­te que ahora comanda la nave se empecinaba en abrirles los oídos a todos cuantos pudiera, tanto como los de hace cinco minutos, cuando sonaba el tema anterior de Soundexile o escribía el párrafo acá de arriba. Ya es pasado. Memories.

No por el argumento, pero sí, por supuesto, por el título, me acordé también del libro Recuerdos del futuro (Seix Barral, 2020), de la novelista de Minnesota Siri Hustvedt –nunca mejor acentuado el uso del gentilicio que para referirnos a esta historia sobre una novelista de Minnesota–. A propósito, advertía la autora en una entrevista sobre “la poca confiabili­dad de la memoria y cómo se entretejen la memoria con la imaginació­n” (el mes próximo la escritora volverá a participar en el festival Internacio­nal de Literatura filba).

El espectácul­o es onírico, nunca escuchamos sonar así las pisadas de un elefante ni miramos a los ojos a un gorila de este tamaño, por no hablar de los colores que caben en la cola tan irrealment­e cierta de ese pez que ahora nada de un ojo a otro. Pero no hay sueño que valga: los pies están pisando el suelo, el golpe del beat me pega en el pecho y el barbijo aún tensa las orejas, que ya no pueden más. ¿Borrar el pasado, editar el futuro? Un tigre avanza hacia nosotros. El presente es “en vivo”.

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