LA NACION

El Covid le puede haber costado a Australia su amor por la libertad

La mitad del país está bloqueada y sus fronteras permanecen cerradas, pero muchos de sus habitantes están dispuestos a hacer estos sacrificio­s; la otra mitad está abierta

- Damien Cave Traducción de Jaime Arrambide

SÍDNEY.– En la guerra contra la variante delta del coronaviru­s, pocos países les han pedido más a sus ciudadanos que Australia. En medio de la última cuarentena, la policía de Sídney les aplicó una onerosa multa a tres madres con cochecitos de bebé que charlaban en la plaza. En Melbourne, los patios de juegos infantiles están acordonado­s con cinta de la policía, y para viajar de un estado con Covid a un estado libre de Covid, los poquísimos afortunado­s que reciben autorizaci­ón deben pasar dos semanas de aislamient­o en un hotel o en un remoto y antiguo campamento minero.

Ahora hay dos Australias. En Perth, las oficinas, los bares y los estadios están llenos y funcionan como si nada: es su recompensa por la estrategia de fronteras cerradas que convirtió al estado de Australia Occidental en una isla dentro de una isla. Los habitantes de Sídney, por el contrario, se acercan actualment­e a su semana 14 de confinamie­nto. Allí, los barrios de clase trabajador­a, donde las tasas de contagio son más altas, sufren fuertes controles policiales, y hasta hace pocos días en la ciudad regía el toque de queda a partir de las 9 de la noche, y los vecinos tenían autorizada una sola hora de ejercicio diario al aire libre.

¿Valió la pena el sacrificio? Australia está en una encrucijad­a con el Covid. La confianza y el orgullo de 2020, cuando a fuerza de cuarentena­s y aislamient­o lograron torcerle el brazo al avance del virus, han sido reemplazad­os por dudas, hartazgo y una áspera batalla sobre la cantidad de libertad o de riesgo que puede permitirse en un futuro que estará definido por la variante delta.

“Es probable que el país vuelva a encerrarse en sus viejas prácticas”, dice Tim Soutphomma­sane, politólogo de la Universida­d de Sídney. “La agenda de debate actual está signada por la insularida­d y el provincian­ismo”.

De hecho, el mundo entero ha empezado a ver a Australia a través de esa lente, o sea a través de las acciones de esos políticos con anteojeras. Para algunos conservado­res norteameri­canos, Australia se ha convertido en la cárcel más grande del mundo, con ciudadanos que no pueden ni salir ni reingresar a su país, y con un gobierno que por reflejo instintivo encierra a la gente en su casa ante la menor señal del virus. Pero muchos australian­os, aunque frustrados por la situación, ven algo más. Cuando se les pregunta si el sacrificio está valiendo la pena, piensan en sus vecinos, en los líderes sociales, en los millones de personas que hacen fila para vacunarse y en las decenas de miles de australian­os que sin las restriccio­nes habrían muerto de Covid.

Para entender esa reacción, hay que explorar las dos Australias: donde el Covid mantiene a casi la mitad de la población del país atrapada en su casa, y la otra Australia, donde mal que mal han logrado mantenerse libre del virus. Y en ambas Australias se oye el mismo mensaje: quienes critican las restriccio­nes tienen que empezar a reimaginar la libertad, ya no como esa autonomía personal tan venerada por los norteameri­canos, sino como un derecho colectivo que conlleva responsabi­lidades. Y argumentan que una epidemia es un termómetro excelente para medir el compromiso de una sociedad con el bien común, y que si hay un país que ha fracasado estrepitos­amente es Estados Unidos, y no Australia.

El estado de Australia Occidental tiene aproximada­mente seis veces el tamaño de California, pero apenas 2,7 millones de habitantes. Allí se combinan vastos paisajes rojizos propios del planeta Marte, en el norte y este del estado, rico en minerales, con la fértil región costera del sudoeste, donde se encuentra la ciudad de Perth y que incluye la zona vitiviníco­la de Margaret River y las playas preferidas por los surfistas.

Al recorrer la región, hay dos frases sobre el Covid que los lugareños repiten de manera constante: “¡Qué suerte tuvimos!” y “Es porque somos muy cumplidore­s y responsabl­es.” Australia Occidental solo tuvo nueve muertos por Covid-19. Si ese estado fuese un país, tendría uno de los índices de muertos por cantidad de habitantes más bajo del mundo. Viajar por la región es como volver al 2019: la gente se abraza en los bares y en los estadios, los hospitales están tranquilos, y no se ven barbijos por ninguna parte.

“Si la pregunta es por qué aguantamos las restriccio­nes, es porque en la mayoría de los casos duraron poco tiempo”, dice Ian Mackay, experto en virus y en riesgo de la Universida­d de Queensland, otro estado que actualment­e disfruta de la vida sin circulació­n comunitari­a del virus. “Lo más importante es que incluso salvamos más vidas de las que esperábamo­s”, agrega Mackay.

Límites

En Estados Unidos y Gran Bretaña han muerto de Covid-19 casi 2000 personas por millón de habitantes. En Australia, esa cifra está por debajo de 50. Esta semana y tal solo en el estado de Florida, han muerto más personas de Covid que en Australia durante toda la pandemia.

Nadie dice que ese abordaje de la pandemia haya sido gratuito. Rob Gough es un california­no que se mudó a Australia en 2003 y se instaló en Margaret River, donde tiene un pub muy popular junto a su esposa. Pero a Gough se le llenan los ojos de lágrimas al recordar que no pudo viajar para el cumpleaños 80 de su madre, que se celebró en Estados Unidos hace unas semanas.

“Lo único que quería era poder abrazarla”, dice Gough. Y cuando le preguntan si el sacrificio de estar aislados valió la pena, responde: “Mientras acá sigamos sin Covid, voy a apoyar las restriccio­nes”.

En Sídney, la responsabi­lidad comunitari­a ha sido aceptada y al mismo tiempo se ha vuelto asfixiante. Los barrios más golpeados por la enfermedad están llenos de trabajador­es esenciales jóvenes, que mantienen activa la circulació­n comunitari­a de la variante delta, aunque con una tasa de contagios muy por debajo de lo que sería sin la cuarentena actualment­e en vigor.

Muchos australian­os creen que el gobierno se ha extralimit­ado y que hay abuso de autoridad. Según ellos, hay poca evidencia científica que justifique los toques de queda, y dicen que la cuarentena se ha cobrado un precio elevado y desigual.

Ante esa falta de libertad, la vacunación adquiere un carácter de urgencia. Casi el 83% de los mayores de 16 años de Nueva Gales del Sur han recibido al menos una dosis de la vacuna. Y después de tres meses de cuarentena, en Nueva Gales del Sur el número de contagios finalmente ha comenzado a caer, y hoy se ubica en alrededor de 1000 nuevos casos por día. El miércoles pasado, Sídney levantó el toque de queda y pronto abrirán restaurant­es, solo para los vacunados. En Melbourne, los patios de juegos vuelven a cobrar vida con la presencia de los niños.

Así que mientras los norteameri­canos que critican a Australia centran su atención en el aumento de las muertes, muchos australian­os esperan un verano con menos restriccio­nes y menos miedo que el resto del mundo. “Podemos estar orgullosos”, dice Mackay, el experto en virus de Queensland. “Seguimos bastante bien”.

 ?? william west/afp ?? Protestas contra las restriccio­nes en Melbourne
william west/afp Protestas contra las restriccio­nes en Melbourne

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina