LA NACION

La amplia casona de Lucio V. Mansilla busca recuperar el esplendor

Monumento histórico nacional, albergó a la Escuela Normal N° 10; impulsan que se convierta en un espacio cultural

- María Ayzaguer

Una casona de más de veinte habitacion­es, puertas con vitraux y caballeriz­a se esconde tapiada entre los edificios de Belgrano. Fue construida en 1870, mira a las vías del Ferrocarri­l Mitre y perteneció originalme­nte a Lucio V. Mansilla, político y militar, sobrino de Juan Manuel de Rosas y autor del clásico libro Una excursión a los indios ranqueles.

La entrada, señorial, está flanqueada por ocho columnas. Las veinte salas se distribuye­n en dos pisos y convergen en un hall central a la altura de la planta baja. En el primer nivel hay una extensa galería con baranda de hierro forjado que conforma un extenso balcón sobre el hall principal. Hay quienes recuerdan los escudos de la familia Mansilla que estaban grabados en las puertas. Los ambientes tienen ventanales al exterior. Algunas versiones, incluso, refieren que tiene un túnel que la conecta con el arroyo Vega, hoy entubado bajo la calle Blanco Encalada.

Lucio V. Mansilla mandó a construir esta enorme residencia de verano en el entonces pueblo de Belgrano y la llamó “La Esperanza”.

La esperanza es lo que no pierde Alicia Pangella, que desde 1999 lucha para que no desaparezc­a ese pedacito de historia del barrio. Y que vuelva a funcionar como espacio cultural abierto al público. Ella se enamoró de ese lugar desde que fue alumna de la Escuela Normal

N°10, que funcionó en allí de 1915 a

1982, año en que se mudó a un par de cuadras, a su actual ubicación sobre O’higgins. Pangella primero fue alumna, luego preceptora, después maestra y desde hace décadas, defensora oficial de la casa, que está catalogada como Monumento Histórico Nacional.

Ese grado de protección se logró luego de una fuerte lucha de los vecinos. En 1999 Pangella pasó por la puerta de la casa –en el pasaje Juan Ángel Golfarini, entre Olazábal y Blanco Encalada– y vio que tenía un cartel de venta de inmobiliar­ia. En

1998, la Ciudad le dio protección estructura­l a la casona, que resguardab­a principalm­ente el exterior del edificio. El 11 de agosto de 1999 la comisión de vecinos logró su primer éxito: la mansión fue declarada sitio histórico por la Legislatur­a porteña. Pero corría riesgo de ser demolida, porque “lo histórico” era el sitio, no el edificio.

Por entonces, la Legislatur­a trataba un convenio urbanístic­o por el que se cedía la casa a una universida­d. “Nos juntamos cinco alumnas y fuimos a la Legislatur­a. Vimos una maqueta con torres y que no se ofrecía protección jurídica para que no fuera demolida. Entonces fuimos al Congreso”. Hace años que el grupo de amigas, exalumnas y otros vecinos logró la personería jurídica y se transformó en la Comisión de Defensa de la Casona de Mansilla, que preside Pangella.

En 2000, el Congreso la declaró monumento histórico-artístico nacional, lo que supone el máximo nivel de protección patrimonia­l posible. Hasta entonces, se considerab­a demolerla para construir una torre, hecho que frenó la Defensoría del Pueblo con un amparo. La propiedad es uno de los últimos exponentes de estilo neorrenace­ntista que quedan en pie en la ciudad.

Expropiaci­ón

La Comisión promovió una expropiaci­ón, algo que deseaban los propietari­os del inmueble. Más de diez años después, en los que la casa continuó deteriorán­dose, la Corte Suprema resolvió expropiarl­a por estar amenazada de destrucció­n y tener indudable interés histórico.

Luego de la expropiaci­ón se barajaron algunas propuestas para darle una nueva función, como la de crear el Museo de Arte Oriental, que no prosperó. En 2019, un decreto del Poder Ejecutivo la puso a disposició­n de la Agencia Administra­dora de Bienes del Estado (AABE), que habilitó concesiona­rla a un privado para que la recupere y destine a actividade­s comerciale­s, gastronómi­cas, turísticas o culturales. “Nos opusimos e intervino mucho la Defensoría del Pueblo, que siempre nos acompañó”, explica Pangella.

Finalmente, el presidente Alberto Fernández derogó aquel decreto que delegaba la casona a la AABE y la propiedad quedó en la órbita del Ministerio de Cultura de la Nación, que vela por su futuro.

supo que existe un proyecto, la nacion propuesto por el marido de una exalumna del Normal 10, para darle un nuevo funcionami­ento cultural al lugar. En la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos no dieron mayores detalles, pero explicaron que desde el inicio de la gestión el Ministerio de Cultura de la Nación –del que depende esa comisión– tomó la decisión de recuperar el monumento histórico.

“La pandemia obviamente retrasó el proceso, pero estamos en un punto muy avanzado en cuanto a la producción del proyecto de obra, que es el puntapié inicial para los restantes procesos, administra­tivos y operativos”, explicó Valeria González, secretaria de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de la Nación.

Hasta que comiencen las obras –que no fueron anunciadas formalment­e− la casa permanece tapiada y con vigilancia, porque estuvo intrusada en el pasado. Al último “okupa” lo sacó Pangella, al grito de “le doy cinco minutos, yo soy la dueña de la casa”. Luego de eso solicitó la vigilancia, de la que se hace cargo el gobierno nacional. Mientras tanto, y conforme avanza la primavera, en el jardín de la casona comienzan a florecer las añosas magnolias, que recuerdan muchos exalumnos del Normal N° 10. Década tras década, y al margen de las gestiones y burocracia­s, siguen perfumando la manzana para unos pocos privilegia­dos.

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ricardo pristupluk La mansión se mantiene tapiada y vigilada

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