LA NACION

El kirchneris­mo firma su acta de defunción

- — por Héctor M. Guyot

La nueva conformaci­ón del Gobierno resulta tan inesperada como curiosa. No hay duda de que se trata de una administra­ción intervenid­a. Al Presidente solo le han dejado, acaso en otro acto de imprudenci­a, la palabra. Sin embargo, Alberto Fernández está intervenid­o por Cristina Kirchner tal como la vicepresid­enta, a su vez, está intervenid­a por el peronismo más rancio. En un gesto desesperad­o, ella misma lo convocó tras la paliza sufrida en las PASO: a los bomberos que entran a apagar el incendio que devora la casa se les perdonan el prontuario y las ofensas recibidas. En medio de este doble juego de pinzas, el análisis fino de las tensiones que circulan entre todos estos enemigos íntimos agónicamen­te abrazados (nos salvamos juntos o nos hundimos juntos) hará las delicias de los observador­es que ponen el foco en los turbios meandros de la lucha por el poder. Les dejo a ellos esta tarea ardua y necesaria para detenerme en una evidencia que, estimo, no conviene soslayar.

Más allá del resultado que deparen las elecciones de noviembre, la deriva de este gobierno supone la firma del acta de defunción del kirchneris­mo. No porque se haya entregado, mientras las llamas avanzan, a los brazos de una quinta caballería que está en las antípodas de aquello que decía defender. Más bien, porque lo que esto denota es que el kirchneris­mo nunca existió, que no fue en verdad más que una ilusión bien urdida, una máscara para ocultar al viejo peronismo con una cosmética que velaba la misma pulsión de siempre tras la pátina de una falsa épica ante la que sucumbió medio país.

En otras palabras, el relato fue un truco para esconder que Sabina Frederic y Aníbal Fernández son lo mismo. Así como son lo mismo Cristina Kirchner y Juan Manzur, o Santa Cruz y Tucumán. En esta línea, cerrar o abrir todo da lo mismo y no depende del avance o retroceso del virus, sino de aquello que los iguala a todos y hace que la izquierda y la derecha del peronismo sean, también, lo mismo. Hablo de la atracción excluyente por el poder, del hecho de que solo se inclinen ante ese dios y lo demás revista un carácter instrument­al.

Las PASO tuvieron la virtud de poner en marcha un peronismo explícito que parece dispuesto a todo para no perder los privilegio­s y la impunidad que en la Argentina confiere el poder. Las facciones mezcladas en el Gobierno coinciden también en los medios para lograrlo, es decir, confían en la fórmula que les ha permitido dominar la política nacional durante décadas. Lo dejó en claro Da¿puede niel Gollán, candidato a diputado del oficialism­o. “La foto [de la fiesta privada en Olivos durante la cuarentena dura] con un poco más de platita en el bolsillo es otra cosa”, contó que le dijo una señora en un barrio. “Eso es lo que valora la gente”, rubricó enseguida el exministro de Salud de la provincia. Traducido: los que mandan pueden violar la ley y caer en la corrupción más abyecta siempre que pongan algo de platita en el bolsillo de la gente para comprar su voto. A Gollán lo traicionó su inconscien­te. Reflejó así la forma en que el kirchneris­mo subestima y hasta desprecia a los pobres.

sorprender entonces que para salvar la nave del naufragio Cristina Kirchner haya llamado, tanto en la Nación como en la provincia de Buenos Aires, a los expertos del clientelis­mo y de la trampa? El oficialism­o no tiene más proyecto que el Plan Platita. Y lo pone en práctica con un desparpajo inédito, síntoma de una decadencia que parece el prólogo del fin de una era. Los pobres quieren algo más que poder llevarse el pan a la boca. Aspiran a un horizonte que el peronismo les niega.

A medida que el relato se oxida, Cristina se debilita. Y, débil como está, apela a los buenos muchachos. Eso daña todavía más el relato y exhibe su debilidad. Pero la cosa no está para sutilezas. Todos a cubierta y con el balde, hay que sumar músculo para achicar el agua, que sigue entrando y amenaza con empujar el barco por debajo de la línea de flotación. Ya arreglarem­os las cuentas pendientes entre nosotros y a la vieja usanza, con el puñal bajo el poncho. Agradezcam­os mientras tanto que las cosas feas con que nos tiramos entre nosotros (acusacione­s de corrupción, de narcotráfi­co, de fraude electoral) no se han investigad­o en serio y por eso hoy podemos estar acá, juntos, unidos por la marchita, sonrientes y a los abrazos, remando todos para el mismo lado.

Al fin y acabo, parece un capítulo más en la historia de siempre. Primero, a cantar a coro para asegurar el voto. Después, a bajar la cabeza y alinearse detrás del más fuerte, para mantener el poder político y sindical acumulado a lo largo de décadas. Lo vienen haciendo desde el 83, frente una sociedad que reincide perpetuand­o la calesita y la trayectori­a descendent­e de un país en el que solo prosperan los que administra­n el dinero de todos y los invitados a participar del festín corporativ­o. Esta vez, sin embargo, el parte climatológ­ico ha puesto en duda el derrotero del barco, que en medio de la tormenta exhibe sin pudor lo que lleva en las bodegas. Esta vez, el agua en la que reman sin reglas y sin estilo se ha puesto más espesa.

Las facciones mezcladas en el Gobierno confían en la fórmula que les ha permitido dominar la política nacional durante décadas: el Plan Platita. Lo dejó en claro Gollán

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