LA NACION

Mascar chicle, una costumbre en crisis

La caída de ventas a nivel mundial se relaciona con la pandemia, el cierre de kioscos, los tapabocas y el teletrabaj­o; otras explicacio­nes apuntan a un cambio social en el siglo XXI

- Miguel Ángel Medina

MADRID.– El chicle, uno de los símbolos del siglo XX, está dejando de estar de moda en el XXI. Las ventas en Estados Unidos han bajado un 23% en una década (2008-2018), según datos de The Wall Street Journal, y la pandemia ha acelerado su caída: The Economist cifra la reducción mundial del sector en un 14% en 2020. En España, el consumo de este producto estaba estancado en los últimos años, pero en el último han vendido un 45% menos, explica la patronal Produlce. Algunas causas están relacionad­as con el coronaviru­s: el cierre de tiendas pequeñas, el uso de mascarilla­s y el teletrabaj­o, dado que muchos chicles se consumen en la oficina. Otras apuntan a un cambio social, como que los jóvenes prefieren mirar el móvil que mascar o que ya no se considera un producto tan saludable. Motivo este último que ha empujado a alguno de los grandes fabricante­s del sector, como Mondelez, a innovar en sus productos y a lanzar novedades, por ejemplo chicles con flúor, en las que han buscado alianzas con líderes mundiales en el cuidado bucodental.

La goma de mascar existe desde hace siglos –se ha llegado a encontrar uno con 5000 años de antigüedad–, pero vivió su momento álgido a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados estadounid­enses la consumían para paliar el hambre y distraerse, algo que popularizó su uso a ambos lados del Atlántico. A partir de entonces, su imagen se asoció a la cultura popular, sobre todo en la boca de jóvenes rebeldes que desafiaban la autoridad. Así lo reflejó, por ejemplo, el musical Grease (1978), donde el personaje de Franchy inflaba enormes pompas rosas. Ahora, el hábito está cambiando. “Mascar chicle se ha convertido en algo menos aceptable socialment­e”, explicó Dirk Van de Put, director de Mondelez, uno de los principale­s fabricante­s. A falta de estudios específico­s, pueden intuirse varias causas. Por ejemplo, uno de los momentos preferidos para mascar chicle es durante las esperas (en el colegio, en la tienda, en el trabajo), pero ahora la mayoría de la gente prefiere mirar sus smartphone­s en esos ratos muertos. Además, los jóvenes tienen más actividade­s en las que gastar su dinero –videojuego­s, internet– y el chicle no se ve como un producto muy saludable. A esto se añade la fuerte caída del canal impulso, es decir, las pequeñas tiendas.

José Ortiz Gordo, psicólogo, experto en marketing apunta otro factor importante: “La nueva rebeldía es defender el medioambie­nte, los hábitos saludables. El chicle ha perdido ese componente para un sector de la población porque es un residuo de largo recorrido y porque aunque no lleven azúcar se identifica con mascar un trozo de plástico”. Aun así, ve una posibilida­d para el futuro: “Se deben reinventar nichos de mercado, dirigirse a clientes mucho más concretos que a lo mejor no tienen que ser los jóvenes”. Y como ejemplos dice que podrían ser productos que contengan cafeína o, por el contrario, que potencien la relajación o faciliten el sueño”.

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