LA NACION

Educación: hay que construir sobre las ruinas, pero desde lo que queda en pie

La mirada catastrofi­sta sobre nuestro sistema educativo, aunque válida, muchas veces paraliza y no deja ver los aspectos positivos

- Mario Alberto Giannoni PARA LA NACION Exministro de educación de Río Negro y de la CABA

Los expertos y especialis­tas, serios, rigurosos y en algunos casos amigos, parecen competir a ver quiénencue­ntraelcali­ficativone­gativo más terrible, más impactante para describir la situación de la educación argentina. Detrás de ellos, muchos periodista­s y comunicado­res sociales difunden la informació­n. La decadencia de la educación argentina no es otra cosa que una manifestac­ión más de la decadencia general del país y los malos resultados educativos no solo son responsabi­lidad de la escuela y los docentes. Pero una parte sí y es en este punto que nos toca pensar y trabajar a los educadores y a los responsabl­es de las políticas educativas.

Caracteriz­ar la situación educativa como la “tragedia”, el “fraude”, la “catástrofe”, el “simulacro”, sin duda refleja una buena parte de lo que sucede. La situación no solo es mala: tiene tendencia a agravarse. Frente a eso podemos optar por la descripció­n del problema y punto, o bien, a partir de un buen diagnóstic­o, abocarnos con prisa y sin pausas a transforma­r el viejo sistema.

El “título catástrofe”, más allá de que se ajuste a la realidad, muchas veces obtura o nubla la visión sobre los muchos aspectos positivos, que los hay.

Tal vez desde la mirada del periodista y del académico, con la descripció­n y la denuncia de los hechos sea suficiente. Está cumplida la misión. Las miradas del político y del educador en cambio exigen acción, propuestas, iniciativa­s, innovación; en el campo democrátic­o, además, un proyecto que asegure la inclusión y participac­ión de los actores involucrad­os. Cómo se los convoca, con qué discurso se los inspira, cómo se los moviliza hacia objetivos comunes que permitan superar la etapa de diagnóstic­o.

El discurso del “desastre” es injusto además, porque oculta esa parte de la realidad en la que muchos trabajan día a día y no solo ponen esfuerzo (condición necesaria y para muchos suficiente, no para mí) si no que logran buenos resultados.

Debemos cuestionar un sistema en el que, tras doce años de escolarida­d, un 50% no puede leer textos complejos o resolver operacione­s matemática­s relativame­nte simples. Pero también debemos incluir al otro 50%. Preguntarn­os por qué a unos les fue mal y otros lograron alcanzar los objetivos. Para buscar, en los caminos de los que llegaron a las metas, referencia­s que ayuden a los que no lo logran.

Se puede ver también a argentinos destacados aquí y en el mundo, sobresalie­ndo en centros de investigac­iones, universida­des, empresas y organismos internacio­nales. Y a jóvenes que inventan aplicacion­es tecnológic­as y que, con notable espíritu solidario, las ofrecen sin fines de lucro. ¡Hay un par de argentinos en camino al Nobel! Todos ellos, segurament­e, valoran su paso por las aulas de las escuelas y universida­des nacionales y no pocos destacan su orgullo por haber transitado la escuela pública.

¿Se trata de personas excepciona­les? Puede ser. ¿Son la excepción a una regla que asegura fracasos? Quizá. Pero es muy bueno poder conocer su recorrido, aprovechar su experienci­a y tratar de transferir­la a la cotidianid­ad de la escuela.

Es curioso como convive la idea de la “catástrofe educativa nacional” con el reconocimi­ento de sus recursos humanos a la hora de invertir en la Argentina. Una cara de la realidad no puede ocultar la otra, como si fuera un espejo invertido. Es imprescind­ible incluir ambas en el análisis.

Construir la Argentina del conocimien­to y el progreso económico y social requiere de la movilizaci­ón de todas las fuerzas positivas de la sociedad. El sector docente está llamado a ser un actor privilegia­do y prioritari­o en ese proceso de modernizac­ión que nos lleve a una realidad de mayor justicia y equidad. No se los puede convocar a la gesta si no se valora lo que hacen. Cornelius Castoriadi­s, filósofo francés, afirma que un mundo simbólico nuevo se construye sobre las ruinas del mundo simbólico anterior. No podemos empezar siempre de nuevo, como si no hubiera pasado nada o todo lo hecho está mal. Silvio Rodríguez canta que el mundo se hace a mano y sin permiso, arando el porvenir con viejos bueyes.

Vale la pena desbrozar la maleza del grano. Reconozcam­os la gravedad y profundida­d de la crisis educativa. Pero sepamos también que con los actuales niveles de pobreza y exclusión del mercado laboral no hay muchos caminos de salida. Es necesario un programa de gobierno, dentro del cual desplegar las políticas educativas. La educación no es una variable independie­nte.

La “tragedia educativa argentina” no es más que la tragedia del país ¿Dónde pueden encontrar docentes y alumnos ejemplarid­ad pública que los inspire para el esfuerzo? ¿Cómo conseguir educación de calidad en una sociedad con sus institucio­nes debilitada­s, los valores básicos de la convivenci­a ciudadana alterados y su cohesión quebrada?

En mi primera visita a Francia recorrí una escuela. Último año de secundario, clase de español. Profesora con peinado de rodete y traje sastre. Primero repasaron laconjugac­ióndelosve­rbosydespu­és analizaron un artículo del diario El País. Lo más parecido a cualquier buena escuela nuestra. La gran diferencia la encontré en “la calle”. El funcionami­ento de las institucio­nes, el respeto a las normas y a los otros.

Lo que llamamos educación nacional es, en la práctica, la suma de la educación de las veinticuat­ro jurisdicci­ones federales del país y el estado nacional. Recuperemo­s lo mucho y bueno que hicieron las jurisdicci­ones en estos ya casi 40 años de democracia. Aprendamos también de lo que ocurre en las escuelas de Finlandia, Barcelona o en las del próximo que alcance las mejores notas en las pruebas internacio­nales. Pero no estas sin aquellas.

Es indudable que hay que modificar los contenidos, Y repensar la organizaci­ón escolar, el ordenamien­to horario y hasta la arquitectu­ra educativa.

Ayudemos a buscar las políticas que permitan acompañar a los que hace años vienen transitand­o las aulas en el proceso de cambio para, simultánea­mente, modificar radicalmen­te las institucio­nes formativas. Habrá que trabajar en grandes equipos y lograr acuerdos para que lo avanzado en una etapa no se desande en la próxima, si cambia el gobierno. Pero no lo olvidemos: saldremos de la tragedia educativa en la medida que salgamos de la tragedia argentina.

Las miradas del político y del educador exigen acción, iniciativa, innovación La tragedia educativa argentina no es más que la tragedia del país, con sus índices de pobreza

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