LA NACION

Una mirada de poeta, marcada por las palabras y la infancia

- Felipe Fernández PARA LA NACION

“Cuando Manoel de Barros (1916-2014) ya era un hombre mayor –explica José Ioskyn en el excelente prólogo de Memorias inventadas–, y uno de los poetas más reconocido­s de Brasil, un editor le propuso escribir sus memorias. Él aceptó, con la condición de hacerlo en un formato poético.”

Así nacieron los poemas de La infancia, publicados en 2003, que junto con los de otros dos libros –La segunda infancia (2006) y La tercera infancia

(2008)–, componen la presente edición bilingüe y anotada, que incluye además una cronología de la vida de Barros y dos entrevista­s.

Estas “memorias” no ofrecen, por supuesto, una estricta biografía versificad­a, pero sí presentan epifanías y descubrimi­entos de la niñez y la adolescenc­ia que parieron y nutrieron al poeta cuya existencia, salvo salidas excepciona­les, transcurri­ó en la región del Pantanal, en el Mato Grosso.

Un tema central es la “relación casi carnal” con las palabras que Barros estableció desde muy chico, su vocación por “cepillar palabras” –como un arqueólogo cepilla un hueso “por amor”– para “ir detrás de los clamores antiguos” guardados dentro de ellas. Este apasionami­ento por el lenguaje lo hizo cultor de una gramática esencial en la que “los verbos sirven para juntar los nombres” y de “un idioma de larvas incendiada­s” que permite “disfrutar casi hasta del olor de las letras”.

Otro leitmotiv que fluye en estos poemas es la lúcida celebració­n de lo despreciad­o y lo insignific­ante. Esta contemplac­ión cósmica de los objetos y las criaturas más humildes se libera de una percepción antropocén­trica para insuflarle una inocencia edénica a su mirada. Puede tratarse de un sapo muerto y un tarro que se transforma­n en canteros de rosas “bendecidas de mariposas”. De un peine que deja de ser peine para hacerse suelo. De un ciempiés capaz de volver a juntar sus anillos que le inspira el verso: “Con pedazos de mí, yo armo un ser atónito”. O de una babosa entregada a una piedra, que le despierta un “delirio erótico”.

En consonanci­a con esta perspectiv­a hay un rechazo de la civilizaci­ón moderna (“todo lo que el hombre fabrica se convierte en chatarra”) y una devoción por la naturaleza que se manifiesta, por ejemplo, en su admiración por los pájaros: “Ellos dominan lo más leve sin necesidad de tener un motor en la espalda”.

Mientras los académicos intentaban clasificar­lo como regionalis­ta o primitivis­ta, Barros permaneció fiel a “la visión comulgante y oblicua de las cosas” y consiguió plenamente transmutar esa visión en el “encantamie­nto verbal” que tanto anhelaba, como bien reflejan estas Memorias inventadas.

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Griselda García editora
121 págs./$ 1320
Memorias inventadas Manoel de Barros Griselda García editora 121 págs./$ 1320

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