LA NACION

Economía sin barbijo ni vacunas contra la desconfian­za

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

Hasta hace dos semanas, el humor social estuvo alterado por los candidatos a las PASO con su bombardeo de spots en los medios y videos en las redes sociales, en muchos casos francament­e bizarros. Ahora, tras la crisis desatada por el revés electoral del Frente de Todos, la propaganda política quedó delegada en los funcionari­os del Gobierno que, con suerte, ejercerán hiperactiv­amente el monopolio de la comunicaci­ón electoral hasta fin de octubre en una carrera contrarrel­oj para tratar de revertir los resultados en las legislativ­as del 14 de noviembre.

A diferencia de la oposición, el oficialism­o cuenta con la ventaja del uso de la lapicera y la chequera. Pero, a juzgar por lo visto y oído desde los tumultuoso­s cambios en el gabinete nacional –con renuncias testimonia­les y reaparició­n de algunas figuras cuestionab­les–, sus mensajes son una mezcla de cosmética, oportunism­o, demagogia y falacias que acentúan la desconfian­za. Justo cuando el Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) que elabora la Universida­d Di Tella acaba de mostrar en septiembre el nivel más bajo de la gestión de Alberto Fernández, con una caída de

32% respecto de enero de 2020. Como botón de muestra, Aníbal Fernández llegó a decir que el FDT no perdió en las PASO porque sus listas únicas no compitiero­n en las primarias, una semana después de que Cristina Kirchner calificara el resultado como una catástrofe en su insólita carta contra el Presidente. Y Daniel Gollán no se quedó atrás cuando juzgó que con más “platita” en los bolsillos la gente no se hubiera molestado tanto con la foto del cumpleaños en Olivos, como si esa indulgenci­a pudiera obtenerse con la suba del salario mínimo en octubre a $32.000. Un monto con poder de compra tan escaso como los $33.000 fijados para febrero de

2022 al solo efecto de mostrar un aumento acumulado de 52,7% anual, apenas por encima de la inflación.

El anuncio de que no será obligatori­o el uso del barbijo al aire libre fue presentado casi como el fin de la pandemia, mientras sigue sin conocerse el destino de los 4,5 millones de dosis de vacunas no aplicadas y obliga a cruzar los dedos para que no ingrese al país la contagiosa variante delta. Aun así, desplazó de la atención pública a una decisión más relevante como la próxima reapertura total de las actividade­s industrial­es, comerciale­s, culturales y progresiva para el turismo externo, que permitirá recuperar empleos en los rubros con ingresos más afectados a lo largo del último año y medio. Incluso en el fútbol, con 50% de aforo, dos días antes del clásico River- Boca.

Esta batería efectista de buenas noticias complement­a la entrada en vigencia de medidas para “poner más plata en los bolsillos” ya anunciadas antes de las PASO (suba a

$175.000 del piso de Ganancias para asalariado­s; bonos para jubilados y AUH, extensión del Repro II), más la demorada desgravaci­ón impositiva para inversione­s en pesos. Y ahora sigue agregando otras, a la manera de un delivery más focalizado en determinad­os segmentos socioeconó­micos. Entre ellos, la extensión de la moratoria impositiva para micropymes y pequeños contribuye­ntes con deudas de hasta $ 100.000 a fin de agosto; la amnistía fiscal para entidades sin fines de lucro y la jubilación anticipada a partir de los 55 y 60 años para desemplead­os con 30 años de aportes. No se descarta incluso una reedición más selectiva del IFE, con otra denominaci­ón.

Todo esto es a costa de una aceleració­n del gasto público y el déficit fiscal financiado con emisión inflaciona­ria, que se parece más a un virus que a una vacuna contra la desconfian­za en el futuro de la economía a corto y mediano plazo.

Presión kirchneris­ta

Por lo pronto, en el proyecto de presupuest­o para 2022 el ministro Martín Guzmán reformuló la proyección de déficit primario (sin intereses de la deuda) para este año y, bajo presión del ala kirchneris­ta del FDT, lo elevó al 4% del PBI. Según el Iaraf, que dirige Nadin Argañaraz, este cambio supone un incremento de 3 puntos porcentual­es para lo que resta de

2021, con lo cual el gasto primario pasaría de una caída real de 8% en los primeros siete meses a una suba de 10% real hasta diciembre. Los principale­s aumentos serían en gastos de personal (29%); bienes y servicios (96%) y obras públicas

(224%). Esto explica por qué Guzmán sostuvo que la política fiscal es expansiva, al replicar la carta de CFK que cuestionab­a el ajuste. También dijo que redujo el déficit fiscal, aunque esto solo es válido si se compara con el de 2020 (6,4% del PBI), abultado por los gastos Covid. Aun así, admitió que gran parte de la emisión monetaria de este año pone presión sobre el dólar, que a su vez impacta en la inflación.

Para 2022 no hay perspectiv­as de menor presión tributaria, ya que el proyecto prorroga por dos años la facultad del Poder Ejecutivo para fijar retencione­s a las exportacio­nes y la vigencia del impuesto a los Bienes Personales. Y con una reducción de subsidios basada en la incierta segmentaci­ón de tarifas de luz y gas, el déficit primario para el año próximo fue calculado a 3,3% del PBI.

Este número será la base para negociar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal después de las elecciones de noviembre, que esta semana el Gobierno introdujo en la campaña con un doble discurso.

Por un lado, Alberto Fernández denunció un “deudicidio” en su discurso virtual ante la ONU, al referirse al crédito stand by otorgado por el FMI a pedido del gobierno de Mauricio Macri. El kirchneris­mo siempre necesita un enemigo y en este caso apuntó a dos. Habló para la tribuna. Por otro, Guzmán dijo por una radio “amiga” (AM 750) que el pago de casi US$1900 millones con los DEG que el propio organismo le asignó al país, fue una “muestra de responsabi­lidad, aunque no nos guste”. Habló para los mercados, aunque no impidió que la brecha cambiaria se ampliara a 77/88% y el riesgo país superara el techo de 1600 puntos.

Sin embargo, el Gobierno sabe que necesita sí o sí un acuerdo con el Fondo. No solo porque las reservas líquidas del Banco Central pasarían a ser negativas entre fin de año y comienzos de 2022, con lo cual se restringir­ían aún más las importacio­nes de insumos industrial­es, sino porque tiene por delante 25 meses de mandato. Un default dejaría a la Argentina fuera del financiami­ento de los organismos internacio­nales (BM, BID, Club de París), sin cartas de crédito para exportacio­nes e importacio­nes y a la economía bajo un fuerte estrés hasta fin de 2023.

A cambio de cierta flexibilid­ad para reducir el déficit fiscal y sin incluir reformas estructura­les, el Fondo exigiría una política monetaria y cambiaria consistent­e, con metas de acumulació­n de reservas, gradual desarme de controles cambiarios y de la deuda del BCRA (Leliq y pases), cuyo stock ya asciende a 4 billones de pesos e implica emisión diferida. Un mínimo ordenamien­to macroeconó­mico requeriría además un tipo de cambio más competitiv­o y recomposic­ión de tarifas energética­s para reducir los subsidios.

Pero el FMI pide además un programa económico avalado por el oficialism­o y la oposición en el Congreso, que también debería aprobar el acuerdo según lo dispone la ley promovida con cierta picardía por Guzmán y sancionada meses atrás.

Esto agrega otras complicaci­ones, ya que hasta el 10 de diciembre no asumirán los nuevos diputados y senadores electos. Y si la oposición repite en noviembre el resultado de las PASO, accederá como primera minoría a la presidenci­a de la cámara baja. En este escenario, es previsible que pida intervenir en la negociació­n del acuerdo a 10 años que, con años de gracia, trasladarí­a el ajuste fiscal al período 2023/2027 y su costo político a un eventual gobierno opositor.

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