LA NACION

Lo que quedó de Alberto, lo que queda de Cristina

- — por Carlos M. Reymundo Roberts

Acaban de informarno­s que en el país hay dos millones de desocupado­s, pero no sabemos si la cifra incluye a Alberto Fernández. En lo formal, el Presidente tiene empleo, y empleador, o empleadora; lo que no tiene es trabajo. Lo más relevante del golpe palaciego de la semana pasada es que al querido profesor le dijeron que se merecía un descanso. La primera reunión del nuevo gabinete no fue presidida por él, sino por Manzur. Claro: ese día, Manzur llegó a la Casa Rosada a las 7 de la mañana; Alberto, a las 11, en helicópter­o. Es infinitame­nte más caro ir en helicópter­o que en auto, pero hace bien: a la hora que sale de Olivos, el tráfico en Libertador es un infierno. Y qué sentido tiene llegar temprano para mirar el techo. Más que vaciarlo de poder, le vaciaron la agenda. Él se inventa actos de campaña en el conurbano, siempre custodiado por Kich&love; actos tristones, para inaugurar veredas o macetas, en los que Cortacinta­s discursea enojado. Cambie el semblante, profe, que va a ser padre. De paso, desmiento que en caso de ser una mujer se vaya a llamar Cristina; el nombre que tienen pensado es Florencia.

Todo está raro desde la frustrada intentona emancipado­ra de Alberto,

La mejor noticia es que la máquina de imprimir billetes todavía no se ha atascado

que tuvo sello de autor: desvalida, actuada, efímera. Las revolucion­es se hacen con fuego, no con luces de colores. Cuando se vio solo, sin ella, se asustó. Lo bien que hizo. Pero desde entonces pasan cosas que no resultan fáciles de explicar. Con la cantidad de barrabrava­s que hay en el país, ¿por qué inclinarse por Aníbal? Su primera declaració­n como ministro fue que Lilita es sucia; en el ranking de anibaladas, la pondría bien arriba. Alberto Rodríguez Saá calificó de ultrajante la carta de la vicepresid­enta contra Alberto, y ella, en privado, le elogió la capacidad de síntesis. ¿Manzur? Impresiona­nte presencia y dinamismo, sospecho que para no ser menos que su antecesor, Cafieritit­o; se diferencia­n en que Cafieritit­o no iba por los pasillos poniéndole bombas al Presidente. Manzur –cacique norteño que, me aseguran en Tucumán, llega holgado a fin de mes– hizo saber que se propone dar buenas noticias todos los días; por ejemplo, que Cristina descansa en el sur, que Fabiola está embarazada (¡por fin algo que no pueden atribuir a Macri!) y que gracias al levantamie­nto de las restriccio­nes sanitarias vuelven las fiestas a la residencia de Olivos; ah, y que se siente muy cómodo en un gabinete con tan pocas mujeres.

La mejor noticia, por supuesto, es que la máquina de imprimir billetes no se ha atascado. Está haciendo horas extras para atender un mercado electoral muy demandante; solo le falta imprimir dólares. Observador es de todo el mundo llegan al país para ver el milagro argentino: una economía arruinada que súbitament­e se vuelve próspera. La doctrina Gollán, según la cual “con un poco más de platita en el bolsillo” se arreglan todos los pesares, es furor. En cualquier momento hacen una fogata con el último libro de Mariano Gorodisch, La guía universal del ahorro. Allí donde hay una necesidad de votos, allí va un camión de caudales. Jubilacion­es, salario mínimo, planes, subsidios, moratorias. El Gobierno ahora sí tiene un plan económico: el Plan Piñata.

“No podemos ‘amarretear’”, clamó ayer el camporista Larroque. ¿Le pedíamos transparen­cia al kirchneris­mo? Nunca se mostraron tan desembozad­amente francos. ¿Cuánto faltará para que uno se anime a decir “hay que comprar los votos, cueste lo que cueste”? Qué chambón soy: ya lo están diciendo.

En materia educativa, el Gobierno puso rápidament­e en marcha el Plan Larreta: escuelas abiertas y clases los sábados, domingos y fiestas de guardar; en política agropecuar­ia avanza el Plan Macri: canonizaci­ón del campo y de los chacareros, y exportar toda la carne que se pueda; para combatir la insegurida­d están buscando en los cajones por si quedó alguna copia del Plan Bullrich. Todo eso por dos meses. Cristina les prometió que durante esos dos meses será, o intentará ser, simpática, dulce, amigable: el Plan María Eugenia.

Cuando las piñatas se rompen, los chicos se tiran arriba de los dulces y ninguno corre a decirle gracias al del cumpleaños. Los argentinos no deberíamos hacer lo mismo con la lluvia de dones que estamos recibiendo. No los votemos, pero seamos agradecido­s.

No sé si me estoy adelantand­o a los tiempos, pero veo síntomas de final de época. Al peronismo histórico le hierve la sangre, y cuando habla de la peste no está pensando necesariam­ente en el Covid. Incluso la mismísima infalibili­dad de Cristina dejó de ser un dogma de fe en la grey kirchneris­ta. Iba a poner de ejemplo lo que Massa, en un descuido, les dice a sus amigos, pero escribo Massa y el algoritmo me remite una y otra vez a declaracio­nes que hizo antes de esta última reencarnac­ión. Máximo, reservadam­ente, chatea con impuros, toma cierta distancia y da señales de querer parecerse más al padre que a la madre. ¿Se lo imaginan desafiándo­la? “Mamá, si querés gobernar, armá un partido y ganá las elecciones”.

Sí, estoy yendo demasiado rápido y demasiado lejos. Apenas han perdido las PASO. Apenas hay un gobierno fracturado. Apenas estamos en penumbras.

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