LA NACION

Piensa mal y acertarás

No se requiere ser malintenci­onado para descubrir por qué el Gobierno dio un giro de 180 grados en su política sanitaria y educativa, como si la pandemia hubiese terminado

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Pensar mal, como regla de vida, enrarecerí­a todas las relaciones humanas al presumir intencione­s aviesas por doquier. La desconfian­za no ayuda a construir capital social.

La frase del título no es un consejo para la vida cotidiana. Atribuida a Nicolás Maquiavelo, fundador de la ciencia política moderna, coincide con su aviso a los Médicis, de quienes aprendió sus prácticas para dominar Florencia durante tres siglos. Según Niccolò, para tener éxito en la política, el gobernante debe saber que “todos los hombres son perversos y están preparados para mostrar su naturaleza, siempre y cuando encuentren la ocasión para ello”.

La advertenci­a de Maquiavelo implica que, cuando se trata de lograr el poder o permanecer en él, los actores ocultan sus verdaderas intencione­s para confundir al pueblo y engañar al príncipe ingenuo.

El polémico autor de El Príncipe (1513) hubiera corregido su obra de haber sabido que 500 años más tarde, en un continente recién descubiert­o, surgiría una nación donde su consejo sería absolutame­nte inútil. En la Argentina de 2021, el gobernante, sus amigos, correligio­narios y compañeros de ruta son tan explícitos al mostrar su naturaleza perversa que lo difícil es pensar bien y no mal de ellos.

Como consecuenc­ia de que el Frente de Todos perdió en las PASO del 12 del corriente mes, se produjo una implosión en esa coalición que expuso todas las bajezas de la política en su versión más ruin e indecorosa. Una serie tan desopilant­e de manoseos, deshonras y humillacio­nes que no alcanza esta opinión editorial para enumerarlo­s.

Si la diputada Fernanda Vallejos es el alter ego de la vicepresid­enta Cristina Kirchner, basta escuchar su difundido mensaje para saber cuál es su opinión acerca del presidente que ella misma eligió. No queda ningún resquicio para la interpreta­ción benevolent­e. Y si la exsindical­ista aérea Alicia Castro también refleja su pensamient­o en materia sanitaria, poco queda para crédulos y bien intenciona­dos.

El gobernador de Tucumán, Juan Manzur, reemplazó al jefe de Gabinete, Santiacias go Cafiero, no para dar mayor jerarquía al cargo, sino por su probada experienci­a de cirujano para operar urnas adversas en elecciones reñidas. No se requiere leer El Príncipe para advertirlo.

El veterano Felipe Solá fue notificado de su remoción del cargo de canciller por el citado Cafiero, a su vez desplazado por Manzur. Para agregar agravio a la injuria, le informó que su sucesor en el cargo sería… él mismo. Solá habrá pensado como el Julio César de Shakespear­e: “¿Tú también, Bruto?” al escuchar al joven Santiago, hijo de Juan Pablo Cafiero, su ministro de Justicia y Seguridad de la provincia de Buenos Aires durante cinco años. No se requiere pensar mal para reparar en la bajeza del hijo de “Juampi” con tal de aferrarse a un cargo, más aún al considerar su absoluta falta de calificaci­ones para el ejercicio de la cancillerí­a de la república, incluida la incapacida­d para hablar inglés que comparte con su antecesor.

El mismo Solá, en compañía de Daniel Arroyo, había asociado públicamen­te la figura de Aníbal Fernández, nuevo ministro de Seguridad, con el narcotráfi­co. Y tampoco se privó de cuestionar­lo Julián Domínguez, su ahora compañero de gabinete, en la cartera de Ganadería, Agricultur­a y Pesca. Es más sencillo escucharlo­s a ellos que esforzarse por pensar mal.

Aníbal reemplaza a Sabina Frederic, la antropólog­a social que, emulando a Margaret Mead en Oceanía, estudió las causas de la delincuenc­ia en las villas del conurbano. Por contraste, su sucesor conoce el tema desde adentro y de él se espera que, en lugar de analizar las causas, reprima las consecuenf­undado

que acarreará el desgobiern­o para la victoria.

El Presidente no aceptó la renuncia de Eduardo “Wado” de Pedro, a pesar de que el joven de buenos modales fue quien sacudió el tablero del gabinete con una ficción de renuncia ordenada por la vicepresid­enta, para luego sacar y poner. De ninguna manera se iba a privar del Ministerio del Interior con elecciones en pocas semanas. No se requiere pensar mal para entender lo ocurrido. Basta la carta de la ajedrecist­a respecto de sus peones.

La mimetizaci­ón del ministro de Economía, Martín Guzmán, con el presidente Fernández es ahora completa. Ambos, de rodillas, ante la dueña del poder, aun a costa de incinerar su ya muy menguada autoridad y honra profesiona­l. Maquiavelo quedaría boquiabier­to si supiese que, en un país quebrado, con déficit fiscal descontrol­ado, inflación rampante y sin crédito alguno, su ministro, en lugar de disimular, se excusase jurando haber gastado todo lo que pudo, sin ajuste fiscal alguno.

No se requiere ser malintenci­onado para descubrir por qué razón el Gobierno ha dado un giro de 180 grados en su política sanitaria, como si la pandemia hubiese terminado, y en las clases presencial­es, después de haber arruinado la vida de tantas familias durante tanto tiempo. “¡Son los votos, estúpido!”, diría Bill Clinton a quien no se percatase de esa obviedad.

Lo ocurrido tras las PASO es tan explícito y torpe que hasta un impúber advertiría la desesperac­ión de Cristina Kirchner por ganar en noviembre para obtener impunidad. No faltan tampoco quienes entienden que relajar los protocolos sanitarios podría eventualme­nte conducir a un nuevo pico de pandemia que permita suspenderl­as.

Sin embargo, continúa siendo un interrogan­te qué ocurrirá con la inflación, la pobreza, el desempleo y la insegurida­d luego del festival de pesos y deuda pública (fiscal y cuasi fiscal) puesto en marcha para intentar recuperar votos perdidos.

Para responderl­o, esta vez vale utilizar el aforismo maquiavéli­co: “Piensa mal y acertarás”.

Lo ocurrido tras las PASO es tan explícito y torpe que hasta un impúber advertiría la desesperac­ión de Cristina Kirchner por ganar en noviembre para obtener impunidad

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