LA NACION

Alberto, el libertino

- Graciela Guadalupe

Siete de julio de 2020. Muertos por coronaviru­s: 62. Es mediodía y un patrullero de la policía recorre las calles con un megáfono: “Señor vecino, en el marco de la emergencia sanitaria y el aislamient­o estricto, se le informa que deberá permanecer en su domicilio. Recuerde que cuidarse es cuidar al otro. Quédese en casa”.

21 de septiembre de 2021. Muertos por coronaviru­s: 61. Es mediodía y aparecen en la pantalla del televisor la ministra Vizzotti y el jefe de Gabinete, Manzur, anunciando, palabras más palabras menos, que se termina el Covid en el país. Tenemos la misma cantidad de personas fallecidas que en julio de 2020, estamos a una bocha del porcentaje de vacunación requerida para la “inmunidad de rebaño” y usted se pregunta, querido lector, qué cambió para que nos liberen del yugo que nos tuvo cortitos. Acá va la respuesta: pasaron las PASO. Ah… por si no lo recuerda, Manzur fue gobernador de Tucumán y estuvo sospechado de hacer desaparece­r las estadístic­as sobre salud, así como el flamante ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, hizo en su momento desaparece­r las del delito. Pero no nos desviemos del tema de fondo: el chatarreri­smo.

“¡Compro, señora, compro. Heladeras, lavarropas, colchones. Comprooooo­o!”, va diciendo el hombre, megáfono en mano, desde la cabina de un rastrojero apaleado por el paso del tiempo, un domingo a la hora de la siesta.

“Ya puede sacarse el barbijooo, invitar a la parentelaa­aa, llenar la casa de amigoooos, ir a la cancha y de viaje de jubiladooo­os”, propalan ahora funcionari­os de gobierno montados en un avioncito de playa con altavoces y una bandera con la imagen del Nestornaut­a y la leyenda: “Sale Covid, entra boleta en la urna”. ¿Qué? ¿No los vio? Dese tiempo y verá cómo se le inunda la cuadra de chatarreri­smo electoral.

Es llamativo cómo están trabajando en Balcarce 50, en Olivos y en la Patagonia. Hasta Axelito atravesó el país para reunirse con la vicepresid­enta. Por suerte, viajó en Aerolíneas y no como Cristina, que para ir a votar a Río Gallegos usó el T-04, el jet presidenci­al cuya hora de vuelo cuesta más de 6000 dólares. El avión oficial la dejó el jueves a la noche y volvió a la Capital. El domingo la fue a buscar para traerla a los no festejos del Frente de Todos. ¡Flor de Cabify aéreo!

Al final, Alfonsín tenía razón con el traslado de la Capital. Si todo se cocina en el sur, hagamos una vaquita y despachemo­s el Gobierno a El Calafate, con megáfono o, mejor aún, con la máquina de hacer avisos en el aire. La de humo, porque, como suele decir Cristina, “todo tiene que ver con todo”.

“Nos acusan de libertinos los que nos acusaban de encerrador­es”.

(De Alberto Fernández)

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