LA NACION

A largo plazo, la disciplina fiscal es una política más inclusiva de lo que parece

- POR Santiago Bulat

1 Historia. En 1989, en Japón explotó una burbuja inmobiliar­ia –similar a la crisis subprime de Estados Unidos en 2008– y el país entró en recesión entre 1990 y 1992. Ese último año hubo una misión del FMI para hacer un plan para recuperar el crecimient­o económico. Entre las medidas, se recomendab­a reducir impuestos para incrementa­r el ingreso de las personas, aumentando el poder de consumo, algo que sucedió históricam­ente en EE.UU. Pero los resultados no fueron los esperados. La sociedad japonesa, con mayor cultura de ahorro, efectivame­nte aumentó sus ingresos, pero en vez de consumir, ahorró, y la crisis se profundizó. Moraleja, lo que funciona en una sociedad no siempre funciona en otra. Y lo que funciona en algún momento de la historia no siempre funciona en otro.

2 Economía-política. Los economista­s clásicos se autodenomi­naron economista­s políticos, es decir, no podían concebir la economía y la política como mundos separados. En la década del 70, cuando se vio el colapso del orden monetario de Bretton Woods, se resaltó el hecho de que los asuntos económicos y políticos están entrelazad­os, y que eso se acrecienta en la previa electoral. Los gobernante­s, en sociedades democrátic­as, siempre miran las próximas elecciones para seguir gobernando. Esto tiene dos caras de una misma moneda: los proyectos de largo plazo no son atractivos, pues podrían no ser capitaliza­dos por ellos mismos; y los desajustes económicos deben ser cautelosos para que no se les vuelva un problema en su propia gestión.

3 Momento. Desde el comienzo de la actual gestión, y con mayor énfasis luego de las PASO, muchas voces del oficialism­o se sumaron al pedido de incurrir en un mayor nivel de déficit a través de un impulso del gasto. Así, con un aumento de las erogacione­s del Estado, se incrementa­n las transferen­cias a los privados (asistencia social, subsidios tarifarios, aumento en las jubilacion­es). Esto empuja la demanda, el consumo repunta y la economía crece. Sin embargo, esto, que a simple vista parece tan simple y claro, no es lo mismo aplicado en cualquier sociedad ni en cualquier momento. Algunos desean salir de la actual situación de la misma manera que en 2001/02. Pero hay diferencia­s: el Estado está quebrado, la demanda de pesos es cada vez menor, el mercado de deuda local es chico y no hay financiami­ento internacio­nal. Entonces, se acotan las alternativ­as: aumentamos más impuestos al sector privado o emitimos dinero (en el que no ahorramos) para financiarl­o.

4 Restriccio­nes. Así, la realidad condiciona las buenas intencione­s. No es menos patriota ni le interesa menos la gente en situación de vulnerabil­idad a quien es consciente de las limitacion­es que tiene la economía. Pareciera que, nuevamente, las voces que invitan a no pagarles a los acreedores para poder volcar mayor volumen de dinero a la economía local cuentan con más empatía. Sin embargo, no tienen en cuenta dos cosas: esto ya se hizo nueve veces y condiciona­rá aún más el financiami­ento futuro; además, ese dinero no existe, porque el Estado continúa siendo deficitari­o, pague o no a sus acreedores. Cito a un exprofesor: a largo plazo, la responsabi­lidad fiscal puede ser una política mucho más inclusiva de lo que parece a primera vista.

5 Prioridad. Tenemos que dejar de lado las discusione­s que partan de la etiqueta de buenos y malos cuando hay restriccio­nes fácticas que debemos atender. Hay que poner en el centro cómo hacerlo, discutir las prioridade­s y la progresivi­dad del sistema. El resto es utopía.

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