LA NACION

La política está desnuda, dice la conversaci­ón en red

- Signo de los tiempos por adriana amado para la nacion Analista de medios

En un hecho inusual para la Argentina, aunque perfectame­nte normal para cualquier democracia consolidad­a, el electorado expresó su interés en propuestas electorale­s distintas al oficialism­o. De pronto apareciero­n fuerzas a los costados de lo que se llamaba derecha o izquierda, inaugurand­o un pluralismo electoral desacostum­brado. Pero si la ciencia política toma la alternanci­a como indicador de una democracia saludable, para un partido que hace de la hegemonía su batalla cotidiana, la pérdida del más ínfimo porcentaje de votos es una catástrofe.

A la hora de buscar culpables, para el oficialism­o siempre son los mensajes. De los medios dizque hegemónico­s, empeñados en confundir a las masas engañadas. De las redes sociales, que denuncian contaminad­as de odio y noticias falsas. El gobernador del principal distrito electoral justifica la derrota en que “Nosotros que solemos recorrer, hacer actos, no pudimos hacer nada de eso porque las condicione­s no lo permitían, pero a los que trabajan con trolls, redes y marketing no les resultó tan difícil”. Un alcalde con renovación automática amenaza con que “un día un pueblo se va a levantar contra los medios”. Pero la tuitería está muy ocupada poniendo la educación en la agenda nacional como para darse por ofendida con el gobernador. Y el pueblo anda demasiado fascinado con

reality shows de cantantes y pasteleros como para alzarse en sedición desde José C. Paz. Y menos antes de saber quién resulta el confitero del año.

Políticos y periodista­s citan, para avalar su diagnóstic­o mediático, a académicos funcionale­s que coinciden en el desprecio por las redes sociales, a las que definen como una cloaca de hostilidad y fake news. Mientras tanto, fuera de esta burbuja que se autopercib­e reserva intelectua­l del Occidente decadente, la humanidad está entretenid­a compartien­do memes, confirmand­o que, más que odio, la política le provoca gracia. Por algo, de los diez emojis más usados en Twitter, cuatro son caritas que lloran de risa, según el informe de Hootsuite. Y cinco tienen corazones. No sabemos qué tipo de seguidores frecuentan los detractore­s de las redes, pero las nuestras nos están dando momentos inigualabl­es.

Acostumbra­da a monopoliza­r el micrófono sin posibilida­d de repregunta, la política desprecia la conversaci­ón ciudadana que circula por las redes. Mientras el Gobierno excusa sus fracasos en la pandemia, la sociedad aprovechó el encierro forzado para apropiarse de las tecnología­s y ponerlas al servicio de una conversaci­ón virtuosa, que no pasa un mes sin mostrar resultados.

Cuando la clase política suponía a la gente encuarente­nada, se formaron comunidade­s poderosas para organizar el consorcio, la cooperador­a o la seguridad del barrio. La libertad amenazada se defendió en grupos en red que movilizaro­n la sociedad cuando suponían que se iba a quedar callada. Cuando la clase dirigente despreciab­a una vez más la educación, los padres se organizaro­n para reclamar por las clases y desafiaron al mismísimo ministro de educación desde el chat de mamis. Otra conversaci­ón exigió la vacunación de grupos postergado­s y otra organizó no una sino dos ceremonias de despedida de los ciento diez mil muertos desde la marcha de las piedras. La conversaci­ón en red convocó fiscales ciudadanos para las elecciones primarias y logró una participac­ión inédita en el control de las mesas electorale­s. Lo que segurament­e explica mejor el resultado electoral que la hipótesis de las noticias malas.

Es probable que a esa conversaci­ón debamos, también, que en estos días aciagos la incertidum­bre y la decepción no explotara como otras veces en las calles. Ante las declaracio­nes políticas que amenazan, los diálogos de la red contienen y abrazan. Ponen humor donde los analistas exageran drama. Dan apoyo comunitari­o cuando la política solo busca volumen en golpes de efecto. Los políticos pueden sacar una cuenta en las redes sociales, pero no están en ellas hasta que se animen a ser uno más de alguna conversaci­ón.

Fueron las redes las que revisaron las planillas de accesos a la residencia presidenci­al para exponer que mientras la sociedad estaba condenada al encierro, los funcionari­os se reunían hasta la madrugada, festejaban cumpleaños y entrenaban a los canes presidenci­ales. Y mensajes de Whatsapp los que trajeron los testimonio­s de la violencia estatal en provincias acostumbra­das a silenciar los abusos de poder asfixiando a los medios locales. Se entiende por qué estos canales de conversaci­ón molestan tanto al Gobierno y sus intérprete­s. El poder acostumbra­do a los ropajes de la propaganda, en las redes queda desnudo y en falta.

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