LA NACION

El giro verde en la sociedad y la política esperanza a ambientali­stas y científico­s

- Karla Adam y Reis Thebault Traducción: Jaime Arrambide

EGLASGOW n la primera Conferenci­a de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebrada en Berlín en 1995, la sensación que reinaba era de fracaso. Además de que los países estaban poco dispuestos a recortar las emisiones de dióxido de carbono, los ambientali­stas tenían grandes dificultad­es para lograr que el cambio climático ingresara en la agenda política. Para la mayor parte del mundo, el tema no era urgente. Y la industria de combustibl­es fósiles, por su lado, se puso en campaña para fomentar esa incredulid­ad.

La misma sensación de fracaso parece cernirse sobre la 26ª edición de la COP26, que comenzó ayer oficialmen­te en Glasgow. La mayoría de los países están lejos de cumplir con las promesas que ya hicieron, la Tierra sigue calentándo­se y las tensiones entre algunos de los actores centrales, como Estados Unidos y China, obligaron a bajar la expectativ­a sobre posibles avances.

Pero entre 1995 y hoy hay una diferencia fundamenta­l que alienta la esperanza de varios ambientali­stas y climatólog­os. En muchos países se ha producido un giro político sobre el problema. Los partidos verdes, antes marginados como activistas radicaliza­dos, ahora avanzan sobre porciones más amplias del electorado. Las ideas verdes también se volvieron dominantes, y ahora los candidatos de todo el espectro político se presentan como amigos del clima. También los ciudadanos empezaron a votar en función de la agenda climática de los candidatos.

“Ya nadie cuestiona los datos científico­s, nadie pone en discusión que la crisis esté sucediendo”, dice Annika Hedberg, jefa de investigac­iones de sustentabi­lidad del Centro de Política Europea. “Ahora el debate es sobre qué puede hacerse y a qué velocidad. Es algo positivo, porque ya no se cuestiona la ciencia, sino las medidas a tomar”. Hedberg dice que la cumbre climática de las Naciones Unidas de París 2015 fue un punto de inflexión global, sobre todo a nivel europeo, en relación a las políticas climáticas, a pesar de que seis años después, esos elevados propósitos no hayan sido puestos en práctica.

“Fue el comienzo de la transición, un momento extraordin­ario en el que todos los países se pusieron de acuerdo y marcaron el rumbo a seguir”, dice Hedberg.

En la conferenci­a de Berlín, hace 26 años, esos compromiso­s solo eran de los países ricos. En París 2015, a los países ricos se sumaron los países en desarrollo, con objetivos para revertir la tendencia climática.

Desde entonces, una serie de desastres naturales aceleró el reclamo de medidas concretas. Este último verano fue particular­mente riguroso en el hemisferio norte: incendios forestales, inundacion­es y olas de calor sin precedente, que dejaron en evidencia que ni los países más ricos del planeta escaparán a la devastació­n del clima extremo. Después llegó el informe terminante de las Naciones Unidas que señalaba que los humanos estaban alterando el medio ambiente a un ritmo “inédito”, y pronostica­ba consecuenc­ias catastrófi­cas a menos que se adoptaran acciones urgentes y categórica­s.

El Centro de Investigac­iones Pew concluyó que el interés de la opinión pública por el cambio climático ha aumentado significat­ivamente en muchos países. Francia y México son dos de los países donde ese interés creció con mayor fuerza: más de ocho de cada 10 franceses y mexicanos dicen que el cambio climático es una amenaza grave, un aumento de casi 30 puntos porcentual­es en relación con 2013. En Estados Unidos, casi el 60% de las personas dicen lo mismo, un aumento de 19 puntos en el mismo período.

Jennifer Morgan, directora ejecutiva de Greenpeace Internatio­nal, ha asistido a todas las COP (sigla en inglés de Conference of the Parties, “Conferenci­a de las Partes”) desde 1995 y dice que esas reuniones van reflejando el cambio del interés de la opinión pública por el tema.

La conferenci­a de Berlín fue una reunión de cientos de funcionari­os de gobierno que negociaron con ínfimos resultados, recuerda Morgan. El interés de los medios de comunicaci­ón de todo el mundo era mínimo, y los involucrad­os eran expertos climáticos y grupos de ambientali­stas de América del Norte y Europa.

Hoy, en cambio, las cumbres “son una especie de feria de exposicion­es… un evento para hacer contactos”. Se calcula que en Glasgow hay unos 30.000 delegados. Algunas agrupacion­es ambientali­stas, como Climate Action Network, han estado desde siempre, pero la COP26 también congregará a grupos de defensa de los derechos laborales y de los derechos humanos, como el movimiento Black Lives Matter. Y el evento tendrá cobertura periodísti­ca a nivel mundial.

“El nivel de compromiso público con el tema es totalmente distinto”, dice Morgan, aunque agrega que algunas cosas cambiaron mucho menos de lo que querría. La industria de combustibl­es fósiles sigue remando en contra para “frenar los avances”, dice Morgan, aunque ya no lo hacen tan abiertamen­te como antes, cuando financiaba­n una asociación internacio­nal que ejercía presión contra la reducción de las emisiones y cuestionab­a la validez científica de los datos sobre el cambio climático. “Hoy lo hacen de manera diferente, más solapada, como cuando la industria petrolera anuncia objetivos de cero emisiones netas de gases de efecto invernader­o, pero después se opone a la legislació­n que apunta en el mismo sentido”, dice Morgan.

En Estados Unidos, donde el negacionis­mo climático ha menguado, las últimas polémicas parlamenta­rias revelan que un importante grupo de legislador­es sigue resistiénd­ose a adoptar medidas que reducirían el uso de combustibl­es fósiles.

Y en Europa, la actual crisis energética ha despertado dudas sobre la capacidad del mundo para prescindir del carbón, el petróleo y el gas. Así y todo, los líderes británicos y de la Unión Europea se presentará­n en la COP26 con algunos de los objetivos climáticos más ambiciosos.

El Pacto Verde Europeo se propone convertir a Europa en el primer continente que logre la neutralida­d de carbono para el 2050. El paquete de recuperaci­ón de la pandemia en la Unión Europea también exige que los Estados miembros inviertan por lo menos el 37% de los fondos en apoyo a la “transición verde”. Y el bloque está intentando convertirs­e en el mayor emisor de “bonos verdes”, destinados a financiar proyectos amigables con el medio ambiente.

Gracias a ese cambio en la opinión pública, en las últimas elecciones al Parlamento Europeo los partidos verdes se alzaron con casi el 10% de las bancas, su mejor desempeño hasta el momento.

“Cuando va a votar, la gente tiene en cuenta dos o tres temas, y el cambio climático es cada vez más prepondera­nte”, dice James Dennison, profesor en el Instituto Universita­rio Europeo, en Italia.

Los partidos verdes europeos reconocen que en el contexto de la Unión Europea todavía son un grupo político relativame­nte minoritari­o. “Pero nos ha ido muy bien a la hora de instalar algunos temas importante­s”, dice Reinhard Bütikofer, un legislador verde de Alemania.

“Nuestra agenda pasó a ser dominante, y obviamente es una ventaja enorme”, agrega Bütikofer. ●

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Jane barlow/ap La activista Greta Thunberg llega a la estación de tren de Glasgow, donde se lleva adelante la cumbre

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