Algunas historias con fotografías
Hace unas semanas, cuando volvimos de vacaciones, hice un ejercicio anacrónico. Seleccioné, de entre las cientos de fotos digitales, 36. Es decir, la medida de un viejo rollo de 35 mm. Y las llevé a imprimir. Mi hija Lulú hizo un dibujo que funciona como la portada del álbum con un cartel que, entre corazones, dice: “Recuerdo de Bariloche con Lulú y Papi (feat. Chicho y kika)”. Chicho Pena no solo es mi amigo, también es una de las personas más graciosas del mundo. kika es la hija de otro amigo, javier Gallo, mi gurú ricotero. Geniales anfitriones ambos. Y ahora estamos ahí, inmortalizados en ese formato que a algunos quizás les parezca vintage o demodé, pero que a mí me resulta exquisito.
En una charla que tuvimos con mi admirado colega Guido Martínez, él recordaba el eje de una campaña que sostenía que para que los chicos lean, no solo había que regalarles libros, sino que ellos tenían que vernos leyendo. Por asociación libre, me acordé de que hace unos años, en una reunión en casa, Mía, la hija de inés Auquer, talentosísima fotógrafa y editora con quien tengo el privilegio de trabajar en la revista Brando, trajo su juguete favorito: una minipolaroid. nos retrató y nos inmortalizó en un souvenir exquisito. Me acordé, también, de mí mismo, en otra foto donde estoy en el balcón de la casa de mis abuelos, en La Paternal, con una máquina de escribir de plástico. Y con esa foto como punto de partida, miles de recuerdos de mi educación sentimental mezclados en un remolino afectivo.
Por estos días se publicaron dos libros que magnifican la importancia de la fotografía no ya como el registro de recuerdos (personales o colectivos), sino como una de las Bellas Artes. Asunción, la casa editora especializada en esta disciplina, lanzó Fotografías 1930-1943, una compilación del artista entrerriano Francisco Medail, curador especializado, a partir de imágenes del Archivo General de la nación. Un trabajo imponente y lujoso, inspirado en The Americans, el célebre libro del suizo Robert Frank publicado a fines de los 50, con un texto del escritor beat jack kerouac, esta publicación es un ejercicio de regionalismo crítico, prologado por Selva Almada. Testimonios de la vida cotidiana en la década infame, la principal virtud de Medail es construir una unidad, trazar un hilván (no tan) invisible entre cada una de esas imágenes en blanco y negro. Señoras de la Alta Sociedad, obreros en el acoplado de un camión, carpas de circo, estaciones de ferrocarril, maizales, bares y billares, manifestaciones, picnics, cabinas telefónicas. La vida urbana fragmentada en una variedad de autores anónimos. “Y, entonces, ¿quién cuenta el cuento? ¿El retrato perfecto o la fotografía movida? ¿Y
Me acordé de otra foto en el balcón de la casa de mis abuelos, con una máquina de escribir de plástico
las que salen cortadas?”, se pregunta Almada. Y agrega: “¡Y las que recortan las tijeras del rencor! Como sea, attenti y mire acá que va a salir un pajaroto. Cuando explote el flash no arrugue la cara ni pestañee, piense en algo lindo y déjese ir hacia la luz. Porque un poco de su alma se va a quedar en este pedazo de papel para toda la eternidad. O bueno, hasta que el tiempo, la humedad, los hongos… ¡Todo es finito!”.
Memorias en cámara rápida, una colaboración entre RGS y la Colección Vademécum, reúne algunas de las fotos que el baterista y escritor Fernando Samalea tomó entre 1990 y 2010, emulando entre otros al contrabajista de jazz (y fotógrafo) Milton Hinton. En la portada, un autorretrato cenital junto a Charly García. Es una toma austera, donde se construye un juego de sombras en la pared gris: con un platillo de batería en uno de los wines, y los dedos de Charly sosteniendo un vaso con su diestra. Adentro, un catálogo de salas de ensayo, backstages, conciertos y cotidianeidades de Fito Páez, Gustavo Cerati, Draco Rosa, Daniel Melingo, Willy Crook, unos jovencitos kuryaki, Andrés Calamaro, el Pájaro Cansani y Rosal, el grupo que Samalea integró en la primera década del nuevo milenio. imperdible.