Entre recuerdos
Desde allí poco se ve del cielo, pero a quién le importa. Es la calle Omoide Yokocho de Tokio; más que calle, callejón. Un rincón de pequeños y abigarrados puestos de cocina, desorden, despliegue del neón, no tanta pulcritud. Pero a quién le importa. La traducción aproximada de Omoide Yokocho es, según circula en internet, “callejón de los recuerdos” y solo por ese nombre merece ser amado: un reducto al costado del tiempo, a contramano de la ciudad eficiente, veloz y desangelada; un espacio hecho de pliegues, horadado por miles de presencias, secreta e inhóspitamente elegante. A esas mesas algo destartaladas acuden los oficinistas al final de la jornada. Llevan sus trajes y su celular; buscan despojarse del agobio del día. Y seguramente lo logren entre el vapor, el aroma de los yakitori y el abrazo invisible de algún que otro recuerdo.