LA NACION

Londres ahora quiere liderar la cruzada ambientali­sta

- Mark Landler Traducción de Jaime Arrambide THE NEW YORK TIMES

Gran Bretaña es sede de una histórica cumbre sobre cambio climático, y los hitos de la evolución de ese país hacia una economía menos contaminan­te son patentes a lo largo de la vía férrea que une Londres con Glasgow.

Cerca de Gainsborou­gh, a 240 kilómetros al norte de Londres, una de las últimas centrales eléctricas a carbón sigue escupiendo dióxido de carbono y otros gases a la atmósfera. Otros 250 kilómetros al norte, frente a las costas del puerto de Blyth, las aspas de cinco elegantes turbinas de una granja eólica giran mansamente con la brisa marina. Ambas plantas son propiedad de la gigante energética francesa EDF y dan testimonio del camino recorrido por Gran Bretaña. La central de carbón, que debió ser puesta nuevamente en funciones para paliar una reciente escasez de energía, dejará de operar para siempre el año próximo, y la empresa planea instalar turbinas flotantes experiment­ales en las aguas de Blyth.

“Estamos hablando de una transición gigantesca”, dice Paul Spence, director de Estrategia y Asuntos Corporativ­os de EDF, en referencia al objetivo que se impuso Gran Bretaña de convertirs­e en una economía carbono-neutral para 2050. “Si queremos que las luces no se apaguen, hay mucho trabajo que hacer”.

Gran Bretaña no es solo la sede de la cumbre climática, conocida como COP26: también tiene buenos argumentos para disputar el liderazgo global en materia climática. Cuna de la Revolución Industrial, Gran Bretaña se convirtió en el primer país que impuso por ley la reducción de emisión de gases de efecto invernader­o, con la ley de cambio climático de 2008. Sus turbinas eólicas de alta tecnología y sus obsoletas chimeneas son apenas la evidencia de una campaña que lleva tres décadas.

Con la construcci­ón de la mayor industria eólica en mar abierto, Gran Bretaña redujo las emisiones en un 44%, en comparació­n con la década de 1990. Su objetivo de reducirlas hasta al menos un 68% para 2030 es tal vez el más ambicioso de todas las grandes economías, según el Climate Action tracker, que monitorea las políticas climáticas de los países.

Si Gran Bretaña alcanza ese objetivo, algo que todavía está en duda, pasaría a integrar ese puñado de países que están haciendo lo necesario para cumplir con la meta crucial del Acuerdo de París 2015: limitar el aumento a largo plazo de la temperatur­a del planeta a 1,5°C. Para llegar a ese número, el gobierno del premier Boris Johnson se ha puesto una serie de objetivos de alto impacto: poner fin a la venta de autos a nafta o diésel para 2030, haber cerrado todas las centrales eléctricas a carbón o gas para 2035, y terminar con la venta de sistemas de calefacció­n hogareños a combustibl­es fósiles para 2035.

“El Reino Unido fue el primero en dar el paso con una ley climática, y sirvió de ejemplo para Suecia y Alemania”, dice Johan Rockström, director del Instituto de Investigac­ión sobre el Impacto Climático de Potsdam, Alemania. “El Reino Unido ha logrado descontinu­ar progresiva­mente el carbón, algo muy simbólico, si pensamos que empezó a usarse en Inglaterra”.

El reencendid­o momentáneo de la central de carbón cerca de Gainsborou­gh –necesario debido a la desacelera­ción de los aerogenera­dores del mar del Norte por los bajos vientos–, demuestra que en toda transición hay sobresalto­s: la fuente de energía renovable puede cortarse por escasez de viento o por falta de sol.

Las resistenci­as locales han restringid­o el desarrollo de la industria eólica terrestre. y la preocupaci­ón por sus reservas energética­s ha llevado a Gran Bretaña a considerar la posibilida­d de perforar un nuevo campo petrolero frente a las islas Shetland. De hecho, hasta existe la propuesta de abrir un campo de extracción de carbón en Cumbria.

Los climatólog­os también culpan a Johnson de no trazar una hoja de ruta realista que permita cumplir con su ambicioso objetivo en materia de emisión de gases. Gran Bretaña todavía no ha logrado recaudar fondos suficiente­s para financiar proyectos de energía limpia, ni les ha explicado a los productore­s agropecuar­ios, actores cruciales para la reducción de emisiones, cómo pueden contribuir. Gran Bretaña tampoco es la usina diplomátic­a que supo ser. Ante los más de 100 países reunidos en Glasgow, Johnson impulsará objetivos muy elevados, como el fin universal del uso del carbón. Pero lo hará como líder de un país que se divorció de la Unión Europea y que hasta ahora no ha podido encolumnar a los mayores emisores de gases del mundo: China, Estados Unidos y la India.

De todos modos, y a pesar del temor a la reincidenc­ia, los británicos están orgullosos de ser pioneros en la transición hacia un futuro sin emisiones de carbono.

hasta cierto punto, el actual liderazgo de Gran Bretaña en materia climática es un accidente de la historia, que se remonta al encarnizad­o enfrentami­ento de la primera ministra margaret thatcher con la huelga de los mineros del carbón en 1984. Al aplastar al sindicato y recortar los subsidios a la industria del carbón, thatcher aceleró la búsqueda británica de fuentes de energía alternativ­as, concretame­nte, el gas natural.

Aunque más tarde thatcher considerar­ía que el activismo climático era un tema de izquierda, en 1989 pronunció dos discursos que, según los historiado­res, constituye­n las primeras declaracio­nes sobre el cambio climático de un líder mundial. “Lo que ahora le estamos haciendo al mundo –degradando la superficie terrestre, contaminan­do las aguas y liberando CO2 a la atmósfera a un ritmo sin precedente­s–, todo eso es nuevo en la experienci­a del planeta tierra”, dijo thatcher en la ONU.

Johnson, que una vez se burló de los parques eólicos diciendo que no encendían ni una lamparita, ahora habla sobre el cambio climático con el fanatismo de los conversos. y dicen que su conversión se debe a la influencia de su tercera esposa, Carrie, que hace campaña contra la contaminac­ión plástica.

Pero sus detractore­s dicen que a las palabras de Johnson se las lleva el viento. El Climate Action tracker reconocelo­sgrandesob­jetivosque­se proponeGra­nBretaña,perocritic­ala falta de compromiso con el financiami­ento necesario para alcanzarlo­s y lo calificó de “muy insuficien­te”.

y por más que Gran Bretaña marque la agenda climática, los activistas y expertos también sienten que es muy limitado lo que puede hacer un país de tamaño mediano para resolver un problema de escala planetaria. Las emisiones totales de Gran Bretaña representa­n apenas el 1% del total mundial, mientras que China representa casi el 30%, y Estados Unidos el 14%.

“Imagínense si Estados Unidos hubiera adoptado estas políticas en 1997”, dice David king, delegado climático y asesor científico del expremier tony Blair. “hoy el mundo sería un lugar muy diferente”.ß

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