LA NACION

Fernández, acorralado entre la emisión de pesos y de carbono

- Luciana Vázquez —para La NaCIoN—

Mientras se esfuerza por subirse a la ola de las políticas públicas globales verdes y, al mismo tiempo, intentar atemperar el problema de la deuda con el FMI a través de canjes de deuda externa por acción climática, el presidente Alberto Fernández se crea un problema político futuro: ya no la oposición economía versus salud que condenó a la Argentina en 2020 sino economía versus salud medioambie­ntal. Y de la mano de este nuevo dilema, llega otro: el de economía y salud medioambie­ntal versus soberanía, una noción central en la matriz con la que la épica kirchneris­ta concibe el mundo. Como un conflicto entre causas nobles y soberanas, las propias, y acechanzas antipopula­res y expoliador­as, la de los otros, tanto sea la oposición como el FMI. Más que el encuentro de soluciones sostenible­s, el objetivo suele ser denunciar y resistir. Ahí da con su tono político, la épica.

Ya lejísimos del concepto original de soberanía territoria­l con eje en Malvinas y después de la soberanía energética, y subsidiada; después de la soberanía alimentari­a, de la soberanía económica que resiste los embates del FMI, de la soberanía política del oficialism­o, esa que reclama independen­cia judicial para poder hacer kirchneris­mo, y de la soberanía sanitaria que le puso el cuerpo a Pfizer, todo según la retórica de la militancia oficialist­a, se avizora ahora el desembarco de una nueva exigencia soberana por parte de las filas más radicaliza­das del Frente de Todos: la defensa de la soberanía medioambie­ntal.

La criatura se engendra por estos días entre Roma, en la reunión del G20 enfocada en el cambio climático y el medio ambiente, y Glasgow, en la Cumbre del Cambio Climático de la ONU (COP26). Viaja oculta en la valija del presidente y de su ministro de Ambiente, Juan Cabandié, el ministro mejor camuflado entre los que no funcionan. El último disfraz fue su renuncia real y formal en medio del vendaval de renuncias fake en los idus pos-PASO que, ventajas de un buen disfraz, le aseguró la permanenci­a.

El punto crítico de ese conflicto por venir es esa herramient­a financiera de reestructu­ración de deuda que viene proponiend­o Fernández desde hace meses en diversos foros globales, y con el que volvió a insistir ante los líderes globales en este viaje por Europa a los líderes globales. Se trata del “canje de deuda por naturaleza”, conocido históricam­ente como “debt for nature swap”. De Italia a Inglaterra, el presidente busca así matar dos pájaros, el problema de la deuda y el impacto del cambio climático, de un tiro, el del debt for nature swap. En realidad son tres pájaros a encarar: el tercero es el crecimient­o económico argentino a través del desarrollo del sector de las energías renovables o secundaria­s.

Detrás del combo formado por el trío cambio climático como problema, la reestructu­ración de la deuda vía swap climático y el crecimient­o económico sustentabl­e en términos financiero­s y medioambie­ntales está el nombre de Joseph Stiglitz, el premio Nobel mentor del ministro de Economía Martín Guzmán, que tiene a reestructu­ración de la deuda sobre sus espaldas.

Los desafíos argentinos que se sintetizan en ese tipo de canjes tienen dos aspectos y pesan sobre la propuesta de Fernández. Fernando Navajas, economista jefe de FIEL y doctor en Economía por la Universida­d de Oxford, planteó la idea de los canjes por créditos de carbono en enero de 2020 en una entrevista en La Repregunta como mecanismo novedoso para por un lado afrontar la deuda de manera sostenible. También para empezar a virar una matriz productiva energética basada en hidrocarbu­ros que empieza a cerrarse. La promesa de crecimient­o y riqueza sostenido vía Vaca Muerta será incumplibl­e en un mundo global que se aleja de los combustibl­es fósiles.

Con los canjes de deuda por acción climática, el país pide una suerte de condonació­n parcial de deuda, con lo cual baja la deuda. Por otro lado, suma donantes o inversores no gubernamen­tales que aportan fondos para proyectos económicos sustentabl­es en lo medioambie­ntal, como la reforestac­ión, y desarrolla un plan de infraestru­ctura para la transición hacia una economía verde.

La propuesta de Fernández no convence del todo a economista­s especialis­tas en energía. Con el swap climático no alcanza. Es necesario, sostienen, desarrolla­r un plan de infraestru­ctura verde en paralelo y un plan de consolidac­ión fiscal que revise el crecimient­o de la cuenta de gastos corrientes y la evolución de la cuenta de capital, que es famélica, sugieren. Este es un punto delicado para Argentina porque en el desequilib­rio de sus cuentas fiscales es donde sus promesas de verdor económico quedan desmentida­s: el crecimient­o de sus gastos corrientes están determinad­os por los subsidios a las energías contaminan­tes.

En ese sentido, la propuesta ecologista al G20 es vista más como estrategia de acercamien­to al presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Lo mismo ocurre con el presidente de Francia Emmanuel Macron. Su tuit en la cumbre, después del encuentro con Fernández, fue elocuente: “Hablamos de la crisis en América Latina, en particular en Venezuela y Nicaragua. Otras crisis estaban en el centro de nuestra preocupaci­ón: el clima. Tenemos que liderar el camino para ponerle fin a las subvencion­es a los combustibl­es fósiles”.

Si los Fernández están menos dispuestos a hacer concesione­s y condenar a Venezuela, Cuba o Nicaragua, la estrategia apuntaría a acercarse en el terreno menos costos por el momento, las políticas de cambio climático.

La historia de los swap medioambie­ntales tiene décadas en América Latina, desde 1984. Costa Rica, Colombia y también Bolivia se sumaron a este mecanismo en distintos momentos. El análisis de su impacto deja preguntas. Los efectos negativos apuntan a dos temas sensibles para Argentina. El riesgo de un aumento de la inflación por la emisión monetaria en el que el país que lo adopte podría incurrir para financiar las acciones. Y por otro lado, los cuestionam­ientos a la imposición de estándares medioambie­ntales de naciones desarrolla­das, considerad­as deudoras medioambie­ntales por los países en desarrollo como Argentina, que se presenta como acreedor medioambie­ntal. Ahí es donde entra el tema de la soberanía medioambie­ntal. Jair Bolsonaro se enfrentó también en esos términos con Macron cuando los incendios del Amazonia en 2019.

Hay dos cosas que llegan tarde a Argentina: el mundo y el futuro. Pero ya no queda tiempo y el futuro ya está aquí: el tema del cambio climático y su relación con el crecimient­o económico acaba de desembarca­r en la Argentina de forma innegable: se mezcló con lo asuntos que mueven el amperímetr­o en la opinión pública y la política, por ejemplo, con el problema de la deuda. Se lo ve en la gira presidenci­al.

Y si le faltaba un bautismo de fuego que lo sacara de los ámbitos de un progresism­o global y primermund­ista, de las filas adolescent­es y de los márgenes de la corrección política a la centralida­d de la plaza pública de las redes sociales y la política más salvaje, la que disputa poder, eso sucedió en el debate de los candidatos a diputados por la Ciudad de Buenos Aires. Milei lo hizo. Fue cuando negó, como Donald Trump y su terraplani­smo medioambie­ntal, la existencia del cambio climático. En televisión, “el negacionis­mo climático”, como se lo llama en las filas del activismo ecologista, quedó institucio­nalizado ante una audiencia de votantes de 7 puntos de rating. La reacción de sus adversario­s políticos -risas, miradas de sorpresa o refutacion­es indignadas- resultó uno de los momentos más logrados del show político de esa noche. Quedó claro que el cambio climático será un tema productivo para plantear grietas futuras y transversa­lidades novedosas. Todo hace pensar que de sostenerse o crecer la figura de Milei y la influencia de su discurso el tema irá in crescendo.

El partido se empieza a jugar ahora entre la espada de la soberanía económica con el FMI en el rol del cipayo y la pared de la soberanía medioambie­ntal y popular del oficialism­o más radicaliza­do. Del otro lado, una agenda medioambie­ntal de derecha también plantada en los extremos que empieza a tomar cada vez más forma. En el medio, el objetivo de encontrar un plan económico que aproveche Vaca Muerta ya porque después será tarde y que construya una economía verde que convenza en el presente, aunque mire el largo plazo. Que para Argentina suena a “nunca”.ß

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