LA NACION

Una familia reclama justicia por el caso de un peón rural muerto tras una paliza policial

Un fiscal imputó a cuatro oficiales provincial­es por el homicidio culposo de Cristian Gallardo, al que detuvieron injustamen­te, acusado de un robo que no cometió

- Gastón Rodríguez

“Este caso es de los poquísimos de violencia institucio­nal en la provincia que llegó a juicio con una buena base probatoria. Pero no fue porque hubo una investigac­ión eficiente, sino porque lo que hicieron fue realmente grotesco. En Salta, la policía está acostumbra­da a manejarse con impunidad. Paradójica­mente, esa costumbre permitió que las pruebas sean abundantes”. Eso afirma Josué Díaz Cueto, abogado de la familia de Cristian Exequiel Gallardo, un peón de 23 años muerto tras ser detenido por policías que le dieron una paliza cuando fueron a detenerlo por el robo de un celular.

La madrugada del 26 de agosto de 2019, Cristian apuraba unas botellas de cerveza con amigos en la vereda de un barrio periférico de Salta Capital. Estaba celebrando su regreso desde Embarcació­n, en el norte provincial, donde había pasado cuatro meses trabajando en una finca. Pero, especialme­nte, estaba feliz por el reencuentr­o con sus dos hijos, que entonces tenían tres y seis años.

Los excesos de la Policía de Salta eran conocidos y Cristian, entonces, no dudó: vio acercarse una furgoneta con luces azules y se metió corriendo a la casa de un amigo.

Los agentes, sin embargo, ya estaban decididos. Abrieron a patadas la puerta de la vivienda, aun sin orden judicial, y buscaron a Cristian hasta encontrarl­o escondido en el lavadero. Lo golpearon salvajemen­te y lo subieron esposado a la caja de la camioneta. En el video que filmó una vecina y que luego se viralizó se oyen los golpes y los gritos de auxilio por parte del joven. Recién cuando Cristian se calló, los policías lo trasladaro­n a la comisaría 15ª del barrio Democracia, de la capital provincial, donde llegó muerto.

“Los policías dijeron que mi hermano había robado un celular en una parada de colectivos con un cuchillo y que por eso lo fueron a buscar. Ellos se mandaron la macana, buscaron cualquier chico y lo hicieron mentir. La denuncia del robo la hicieron después de que mataron a mi hermano”, se lamenta Mariel Gallardo, que motivada por el caso de Cristian creó la Comisión de Familiares de Víctimas de Gatillo Fácil de Salta (ver aparte).

El fiscal de la Unidad de Graves Atentados contra las Personas, Gustavo Torres Rubelt, pidió ante el Juzgado de Garantías N°7 elevar a juicio la causa contra los policías Ricardo Llaves, Lucas Ozuna, Ricardo

López y Jorge Olea por el delito de homicidio culposo en concurso ideal con vejaciones calificada­s.

También imputó al agente Elio Moya por falsedad ideológica en concurso ideal con encubrimie­nto agravado y al joven Ángel Lozano –la supuesta víctima del robo– por falso testimonio en concurso ideal con encubrimie­nto.

Según la reconstruc­ción que hizo el fiscal, Llaves, Ozuna, López y Olea “aplicaron maniobras inadecuada­s, impropias y excesivas en su afán de aprehender­lo” a Cristian y “le dispensaro­n un trato áspero y riguroso provocándo­le lesiones en diversas partes del cuerpo”.

También destacó que la muerte era una “situación previsible” porque ante una descompens­ación “no respondier­on a la emergencia, practicand­o al menos maniobras de reanimació­n que también formaban parte de la capacitaci­ón de los mismos, ni efectuando el pedido oportuno de asistencia sanitaria para que personal de emergencia pudiera concurrir al lugar para resolver la situación”.

Con respecto al oficial Moya, que recibió el cuerpo en la comisaría,

“consignó datos y situacione­s que no se correspond­ían con lo que había acontecido” en el libro de guardia de la dependenci­a “con la única intención de favorecer a sus colegas involucrad­os a fin de que eludan la persecució­n penal”.

Por último, Lozano, el único civil imputado que acompañó esa madrugada a los policías, “omitió referir” la agresión sufrida por la víctima dentro de la caja del móvil policial “debiendo entenderse que su silencio favorecía la situación de quienes lo auxiliaron tras el ilícito que sufrió en la vía pública en el que había intervenid­o Gallardo”.

Casos sistemátic­os

La operación de autopsia verificó numerosas lesiones en el cuerpo de Cristian y se llegó a la conclusión de que la muerte se produjo por isquemia aguda de miocardio.

“Mi hermano tenía todo el cuerpo morado, brazos, piernas, y la cara molida. A la comisaría llegó sin un ojo porque se lo reventaron a golpes”, se queja Mariel.

Si bien los estudios forenses no probaron que la muerte haya sido resultante de los golpes, para el abogado Díaz Cueto la carátula de homicidio culposo es insuficien­te. “Se actuó con negligenci­a, impericia y, sobre todo, con un exceso de confianza en que no se les iba a morir. Cristian se muere porque a los agentes les resultó indiferent­e su estado después de la golpiza. Para nosotros es un homicidio doloso”.

Las cuatro hermanas de Cristian –era el menor– y su madre asumieron el reclamo de justicia. Su padre, enfermo del corazón, lo llora lejos de los micrófonos y las cámaras. Los hijos de Cristian, en tanto, jamás recibieron algún tipo de asistencia del Estado.

Mientras espera que se fije la fecha del debate oral, Mariel ya denunció que los policías Olea y Ozuna no cumplían con la prisión domiciliar­ia y se paseaban por el barrio. Así, logró que les pusieran una tobillera electrónic­a para controlarl­os.

“Lo único que espero de la Justicia –dice– es que estén presos en una cárcel común porque ellos están para defenderno­s, no para matarnos. En Salta, los casos como el de mi hermano son sistemátic­os. Esa es la forma en que la policía trata a nuestros chicos”.

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Facebook Un mural recuerda el caso de Cristian Gallardo y responsabi­liza por él al Estado

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