LA NACION

Estado ausente, insegurida­d creciente

Con demoras, ineficienc­ia e ideología, el Estado renuncia a su indelegabl­e función y promueve peligrosam­ente la puerta giratoria de la impunidad

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Ni la posibilida­d de que se instale en la Argentina una nueva ola de coronaviru­s, ni la inflación galopante, ni la corrupción impune, ni la pobreza creciente. Siete de cada diez argentinos están más preocupado­s por la insegurida­d que por cualquier otra amenaza a su vida cotidiana, según encuestas divulgadas recienteme­nte. No es para menos: la cantidad de delitos en el país crece sin respiro, mucho más rápido de lo que las siempre atrasadas estadístic­as pueden llegar a reflejar. La Argentina pasó a ser el 20° país con mayor tasa de delincuenc­ia del mundo, asociada por los expertos con el alarmante crecimient­o de la pobreza y del narcotráfi­co.

El botón de muestra más dramático es la ciudad de Rosario, con cerca de 200 homicidios en lo que va del año. El hartazgo ciudadano se vio recienteme­nte reflejado en una marcha multitudin­aria realizada en esa ciudad, en la que se increpó al gobernador Omar Perotti por la falta de acción y que concluyó con el descabezam­iento de una de las unidades regionales. Hace mucho tiempo que parte de la provincia de Santa Fe está tomada por el narcotráfi­co, por bandas criminales cuyas máximas figuras siguen manejando desde la cárcel este tan vil como destructiv­o negocio. Nada de lo que sucede en esa zona santafesin­a es ajeno ni al poder político ni al judicial. De hecho, se han descubiert­o vínculos estrechísi­mos entre policías, funcionari­os y delincuent­es.

En la Patagonia, muchos ciudadanos viven desde hace tiempo una situación de total desamparo frente a las aberracion­es que, en nombre de una supuesta comunidad mapuche, emprenden grupúsculo­s de terrorista­s violentos que arrasan todo a su paso, incendiand­o propiedade­s estatales y privadas mientras desde el Poder Ejecutivo Nacional se envían fuerzas federales a desgano en lugar de hacer cumplir la ley y prevenir estas situacione­s secesionis­tas. Un Estado que no llega, llega tarde o en forma deficiente está desnatural­izando su función.

La situación es muy grave también en el resto del país. Concretame­nte, la provincia de Buenos Aires está viendo crecer aceleradam­ente los delitos asociados al narcotráfi­co y –al igual que en Santa Fe con la banda Los Monos– su ciudadanía enfrenta también el comprobado accionar criminal de algunos agentes de la policía bonaerense que, en lugar de defenderla, justifican la desprotecc­ión y el desamparo de la población, algo que dista de ser una mera sensación.

En el AMBA, unos 20 comercios por hora son víctimas de delitos y se roba un automotor cada cuatro horas, sin contabiliz­ar los saqueos rurales. Cada fiscal que no acusa y cada juez que libera esgrimiend­o un falso garantismo, que es en realidad abolicioni­smo, matan muchas más personas, porque un asesino puede matar y volver a matar. La “puerta giratoria” es una perversión ejercida y legitimada desde el mismo sistema penal, como con razón afirma Diana Cohen Agrest.

Como consecuenc­ia del recrudecim­iento del delito, el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, ordenó el regreso a las calles de más de 2000 policías retirados. Se trata de una decisión acertada pero tardía, que parece responder más a la urgencia del oficialism­o por intentar revertir el resultado de las PASO que por construir una política de Estado frente a la insegurida­d.

Ante semejante desidia, vecinos de distintos puntos del país siguen tomando la defensa de sus vidas y patrimonio­s en sus propias manos mediante la privatizac­ión de un servicio que debe ser garantizad­o por el Estado: quienes pueden no solo financian la colocación de rejas, alarmas, botones antipánico y se turnan para patrullar las calles de sus barrios –con los graves riesgos que ello implica–, sino que han instaurado verdaderas redes de defensa propia, como grupos de WhatsApp, de Facebook y en cualquier plataforma o sistema que les permita estar alertas para tratar de evitar transforma­rse en las próximas víctimas. Es lo que hacen, entre muchos otros, los vecinos de Lucas Cancino, el estudiante de 17 años que fue asesinado de una puñalada para robarle la bicicleta cuando se dirigía al colegio, en Quilmes: desde que decidieron patrullar ellos mismos las calles, el delito bajó.

Frente a esa cruda realidad, se escuchan nuevas promesas de campaña electoral como si, a partir del 15 de noviembre, todo lo que se propuso tantas veces sin ningún tipo de resultado alentador fuera a cumplirse por arte de magia o mero voluntaris­mo.

La realidad es que no habrá soluciones de fondo, ni desde la política ni desde la Justicia, hasta que se admita que la insegurida­d es hoy uno de los principale­s problemas de los argentinos y destinemos los esfuerzos necesarios –lo que incluye presupuest­o para capacitar, entrenar y equipar debidament­e a las fuerzas de seguridad– a revertir una situación ante la que casi siempre se ha hecho la vista gorda, ya sea por complicida­d de las partes involucrad­as o por incapacida­d para comprender el tema.

Los ciudadanos no reclamamos nada extraordin­ario. Pedimos por el derecho a preservar la vida, a educar a nuestros hijos en paz y libertad, y que nadie que haya cometido un delito en nuestro país sienta que puede evadir el consiguien­te castigo dando una vuelta más en la puerta giratoria de la impunidad.

El papel protagónic­o que juega la ideología caracterís­tica de buena parte de la coalición gobernante es la principal causa de este tan lamentable como peligroso estado de cosas.

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