LA NACION

Un loop de dádivas y decadencia

- Diego Garazzi

El Estado debería comenzar más temprano que tarde a arriar las velas de la ayuda social que avanza de forma desmedida en el mar argentino de pobreza y resignació­n. La ayuda social como remedio consuetudi­nario para combatir carencias logra el efecto opuesto. Es, literalmen­te, pan para hoy y hambre, más hambre, para mañana.

La “Guía de programas sociales” que publica el Gobierno (https://www.argentina.gob.ar/ politicass­ociales/informacio­nsobre-planes-y-programas-sociales/guias-nacionales) alardea de la existencia de más de 200 planes y programas sociales. Lo que se presenta con orgullo, como un logro, resulta ser la confesión viva de nuestro fracaso más rotundo como sociedad.

Las engañosas buenas intencione­s, por ejemplo, del programa que crea y gestiona el Registro Nacional de Comedores y Merenderos Comunitari­os de organizaci­ones de la Sociedad Civil (Renacom) no pueden obviar que la existencia de esos centros de atención sea condición necesaria para la superviven­cia de programas y de planes. A la luz de los resultados, los recursos y esfuerzos deben estar dirigidos ahora a que no existan más.

Al contrario de lo que se cree, la ayuda social como política de Estado eterniza a los necesitado­s en la política estéril de la dádiva. Y no solo eso: entorpece el desarrollo personal, estorba el crecimient­o cultural de una comunidad, torna borrosos los caminos del desarrollo digno, desnuda de valor al individuo y lo condena a comer de la mano de un igual con título de presidente, concejal o intendente.

El libro El cisne negro, de Nicholas Taleb, entrega un ejemplo interesant­e que puede aplicarse a lo que sucede en las sociedades luego de unos veinte o treinta años de asistencia social naturaliza­da. Dice: “Considerem­os el ejemplo de un pavo que es alimentado todos los días. Con cada comida, el pavo reafirmará la creencia de que la regla general de la vida es ser alimentado todos los días por miembros amistosos de la raza humana que ‘velan por sus mejores intereses’, como diría un político. El día de Navidad algo inesperado –para el pavo– sucederá… El problema del pavo puede aplicarse a aquellas situacione­s en que la mano que te alimenta puede ser la misma que te retuerce el pescuezo”. Una metáfora, pues, de la extorsión de la acción social como mecanismo de sumisión en la política argentina.

Para sostener el rol paternal que asume, el Estado necesita recaudar. El Estado no genera riqueza. Ni un peso. No es un comentario peyorativo. Es una descripció­n objetiva de lo que sucede. El Estado bascula entre la recaudació­n, cada vez más flaca, y el gasto, cada vez más caudaloso. A fin de sostener tales erogacione­s tiene indefectib­lemente que dictar normas destinadas a recargar sus arcas.

En medicina, la yatrogenia es definida como “el daño causado por quien debe sanar”. Se aplica para representa­r los límites humanos frente a los desafíos de la medicina, donde frente al desconocim­iento la intervenci­ón daña. Durante siglos, los médicos, impulsados por la falsa ilusión del mero control, pasaron mucho tiempo matando pacientes, sin considerar que “no hacer nada” podría ser una opción válida.

En términos políticos, nuestro país padece de yatrogenia regulatori­a y administra­tiva, el daño causado por quien regula. Por cada ley que se dicta, por cada regulación que se norma, se abren excepcione­s, atajos, consecuenc­ias no deseadas que se pretenderá corregir con otras regulacion­es. A su vez, estas generarán otras consecuenc­ias, algunas positivas y otras indeseadam­ente negativas, que deberán ser considerad­as nuevamente a fin de replantear­las para enderezar los efectos no deseados que produzcan, y así en un loop interminab­le.

Por caso, la decisión del regulador de turno durante la pandemia de limitar al máximo la actividad comercial y la circulació­n para procurar cuidarnos del Covid, en actitud controvert­ida por su trato discrecion­al con muchas actividade­s, produjo la mayor hecatombe social y destrucció­n económica jamás vistas. Se llevó así a uno de cada dos argentinos a niveles de pobreza e indigencia que los arrojó al lugar de los necesitado­s de más ayuda social en otro loop interminab­le y angustiant­e.

Amén de los intereses personales en juego, la falsa ilusión de control, conocimien­to y poder de quienes gobiernan y legislan, y del enquistami­ento de la regulación excesiva y excéntrica como único medio para resolver problemas, ha ahondado el fango de la dádiva estatal en esas arenas movedizas en las que cada vez más argentinos se hallan inmoviliza­dos. Y con ellos, la sociedad en su conjunto.ß

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