LA NACION

La Argentina y la geopolític­a de los alimentos

Hay que producir más comida, sana y nutritiva, con menos recursos y de modo más amigable con el ambiente; el desafío de revisar estrategia­s y prioridade­s en los distintos países

- Marcelo Regúnaga

En el siglo XXI, y con mayor énfasis en los últimos años, la agenda internacio­nal ha registrado cambios en las prioridade­s de las políticas y los mecanismos de gobernanza de los temas críticos a nivel global. En este nuevo escenario, de mayores desafíos para atender a la demanda mundial creciente de más y mejores alimentos, ante las restriccio­nes en la disponibil­idad y el uso de los recursos naturales, y la necesidad de mitigar los impactos negativos en el cambio climático del actual modelo de desarrollo económico, el rol geopolític­o de los sistemas alimentari­os ha emergido con una alta prioridad en los principale­s foros internacio­nales (Grupo de los Ocho, G-20, Cumbre sobre los Sistemas Alimentari­os de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, Conferenci­a de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático). La importanci­a estratégic­a del sector agroalimen­tario se ha jerarquiza­do en todo el mundo y los países están revisando sus políticas al respecto.

A nivel global se necesita producir más alimentos, sanos y nutritivos, con menos recursos y de una manera más amigable con el ambiente. Es un importante desafío que plantea la necesidad de revisar las estrategia­s productiva­s y prioridade­s de las políticas en los distintos países. Muchas regiones del mundo han deteriorad­o sus recursos naturales con sistemas productivo­s muy intensivos, que utilizan altas dosis de energías fósiles (combustibl­es, fertilizan­tes, etcétera) que tienen impactos negativos en el calentamie­nto global, además del agotamient­o y las pérdidas de la capacidad productiva de sus recursos naturales (agua y suelo) y las pérdidas de biodiversi­dad.

La situación actual difiere sustancial­mente entre los distintos países y regiones, por lo que las necesidade­s y urgencias en los procesos de transforma­ción de los sistemas alimentari­os requeridos también son distintas. Ello se ha reconocido en la reciente Cumbre sobre los Sistemas Alimentari­os de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, celebrada en Nueva York, a partir de las valiosas y coordinada­s contribuci­ones de los ministros de Agricultur­a de las Américas, entre las que se ha destacado la activa participac­ión de la ministra de Agricultur­a de Brasil, Tereza Cristina.

Sin duda, los sistemas productivo­s muy intensivos de Europa y Asia deben iniciar en forma perentoria un proceso de importante­s transforma­ciones, para evoluciona­r hacia sistemas más sostenible­s y con menores impactos ambientale­s, en forma similar al proceso continuo de mejora de la producción agropecuar­ia iniciado en la Argentina hace tres décadas, que hoy nos permite ostentar una situación mucho mejor que dichos países.

Ante los problemas de erosión y pérdida de fertilidad de los suelos de la región pampeana registrado­s hasta fines de los años 80, por la utilizació­n de sistemas de producción convencion­ales, con equipos de labranza similares a los que se utilizan actualment­e en Europa, los productore­s argentinos iniciaron un proceso de transforma­ciones graduales desde principios de los años 90, que comenzaron con la siembra directa, promovida activament­e por Aapresid (la Asociación Argentina de Productore­s en Siembra Directa) y que rápidament­e se hizo extensiva a la casi totalidad de la producción de granos de la Argentina, sin diferencia­ción de tamaños de productore­s ni de su localizaci­ón. La siembra directa reduce drásticame­nte las labranzas del suelo, lo que permite disminuir significat­ivamente el uso de combustibl­es y con ello las emisiones de gases de efecto invernader­o; pero al mismo tiempo, al no destruir el suelo como la labranza convencion­al, contribuye a reconstitu­ir la estructura y la microbiolo­gía del suelo, por lo que permite reducir las cantidades de fertilizan­tes a incorporar al suelo y a lograr un uso mucho más eficiente del agua de lluvia, obteniendo en la Argentina altos rendimient­os de los cultivos sin necesidad de irrigar.

El proceso de mejora continua ha ido incorporan­do gradualmen­te en los últimos 30 años un conjunto de innovacion­es que permiten afirmar que la agricultur­a argentina es una de las más sostenible­s y amigables con el ambiente de todo el planeta; lo que ha sido reconocido por expertos de organismos internacio­nales, por ejemplo de FAO. Estas innovacion­es incluyen la utilizació­n masiva de semillas transgénic­as con resistenci­as a insectos y otras plagas, que permiten hacer el control biológico de plagas y con ello reducir el uso de agroquímic­os, utilizar agroquímic­os con bajos niveles de toxicidad (de banda verde) y avanzar hacia una agricultur­a más biológica y con menores impactos ambientale­s. El uso de rotaciones y la reciente incorporac­ión de cultivos de cobertura mejoran también el uso del agua y del suelo. A ello se ha agregado en la última década la utilizació­n cada vez más difundida de la agricultur­a de precisión, que permite un uso mucho más eficiente de las semillas, los fertilizan­tes y de las distintas calidades de los suelos. Se trata de un proceso de mejora continua hacia una agricultur­a productiva, pero más biológica y con menores impactos ambientale­s por unidad producida, que se suele denominar “intensific­ación sustentabl­e”.

La producción de carnes en la Argentina y en el Mercosur también tiene caracterís­ticas distintiva­s, que la hacen sustancial­mente diferente de los sistemas intensivos europeos y de otras regiones del mundo. La producción a campo con pasturas y en algunas zonas la ganadería silvopasto­ril, ambas sin irrigación, no solo emiten menos gases de efecto invernader­o por unidad producida, sino que los capturan, mejorando sustancial­mente los balances de carbono. En muchos casos los balances son de carbono neutro o mejores aún, es decir que se pueden utilizar en las negociacio­nes internacio­nales para compensar las emisiones de otros sectores, tales como la energía o el transporte.

En ambos casos, el sector agropecuar­io argentino es una fuente de orgullo para el país, porque ha incorporad­o tempraname­nte los desafíos de transforma­ciones hacia sistemas sostenible­s y amigables con el ambiente, que se han propuesto recién en 2021 en la Cumbre sobre Sistemas Alimentari­os de la ONU; y que pueden servir de ejemplo para las transforma­ciones que se requieren en otros países. De hecho estas innovacion­es no solo permiten exportar más alimentos sanos y con baja huella ambiental al resto del mundo, que constituye­n un componente estratégic­o para el crecimient­o de toda la economía nacional, sino que también ya están permitiend­o exportar estas tecnología­s y equipos de maquinaria a países de Europa y África, con alto valor agregado.

Es un grave error no tener en cuenta estas circunstan­cias en las negociacio­nes internacio­nales en distintos foros (G-20, COP, etcétera), utilizando métricas generadas en los países desarrolla­dos para sistemas productivo­s completame­nte diferentes a los nuestros. La influencia cultural de dichos países y de algunas ONG sin bases científica­s sobre la realidad local puede dar lugar a errores estratégic­os serios para un país como la Argentina, afectando el poder geopolític­o que brinda su enorme capacidad productiva con sistemas sostenible­s y amigables con el ambiente. El potencial para avanzar en este proceso de liderazgo mundial en el sector alimentari­o es muy grande, si se implementa­ran en la Argentina políticas de apoyo a la producción y a la inserción internacio­nal similares a las que aplican los países vecinos del Mercosur y en general de toda América, que les están permitiend­o un muy buen posicionam­iento en el contexto mundial.ß

Coordinado­r de GPS en la Argentina. Miembro Consejero del CARI

La agricultur­a argentina es una de las más sostenible­s y amigables con el ambiente de todo el planeta, lo que ha sido reconocido por expertos de organismos internacio­nales

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