LA NACION

Falta de respeto a la ciudadanía

La puja descarnada por el poder y la desesperac­ión por cambiar leyes que le ponen límites desnuda a una dirigencia que no está a la altura de las circunstan­cias

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En aquellos países con institucio­nes débiles como el nuestro, la tendencia de la partidocra­cia a cerrarse sobre sí misma y actuar con un marcado espíritu corporativ­o para defender sus privilegio­s se acrecienta día tras día.

El espectácul­o vergonzoso que, ante la vista y paciencia de una sociedad proverbial­mente mansa como la nuestra, están protagoniz­ando muchos dirigentes políticos deja al descubiert­o, por un lado, la poca importanci­a que les otorgan a los ciudadanos y, por otro, una marcada voracidad a la hora de terciar en la disputa de cargos o de preservar sus canonjías.

Dan vergüenza rapiñando por cargos, espacios de poder o vocerías, cuando la gente los votó para que le solucionen los gravísimos problemas que aquejan a la sociedad, tales como la insegurida­d, la corrupción estructura­l, la inflación que licúa su poder adquisitiv­o y la deficiente calidad de la educación y de la salud públicas, pese a la cada vez más asfixiante presión impositiva.

Salvo honrosas excepcione­s, no se sacan demasiadas ventajas oficialist­as y opositores. Sobran pruebas. La más reciente está al alcance de la mano, con tan solo analizar qué sucedió antes y después de las PASO, y lo ocurrido con posteriori­dad a las elecciones generales del mes pasado.

Mientras el camporismo confeccion­ó listas a su antojo, pisoteando el espíritu democrátic­o que decía defender, en Juntos por el Cambio estallaron peleas de todo tipo. Fueron verdaderam­ente grotescas rencillas, como la que provocó las notorias ausencias en el escenario de la victoria de algunos dirigentes con sobrados méritos para estar allí.

Otros ejemplos los protagoniz­an intendente­s y concejales de la provincia de Buenos Aires y señores de feudos cuyo dominio territoria­l vienen ejerciendo desde hace tiempo, al complotars­e para declarar inconstitu­cional una ley que sanamente les impide una nueva reelección después de haber ocupado cargos durante dos períodos consecutiv­os. Lo curioso del caso es que quienes impulsaron una ley tan beneficios­a para poner coto al enquistami­ento en el ejercicio del poder, María Eugenia Vidal y Sergio Massa en un acuerdo logrado en la Legislatur­a bonaerense en 2016, se han llamado ahora a silencio.

Lamentable resulta también por estas horas la trifulca radical, que amenaza con romper la coalición opositora que, al menos en teoría, predica las bondades de la república y se jacta de defender las institucio­nes. Que, de buenas a primeras, los seguidores de Leandro N. Alem, Hipólito Yrigoyen y Raúl Alfonsín hayan decidido ventilar sus diferencia­s con este grado de intemperan­cia y falta de tino no deja de decepciona­r.

Una cosa es discutir títulos, capacidade­s y convenienc­ias para determinar quién presidirá un bloque o será el titular de la juventud del partido y otra bien distinta es abandonar todo tipo de correccion­es para entregarse a la lucha despiadada y grotesca por obtener puestos de conducción y prerrogati­vas varias en medio de la pavorosa crisis económica y social que vive el país.

Por lo visto hasta el momento, ninguno de esos contrincan­tes se ha sentado a pensar seriamente en los efectos de sus actos, lo cual pone al descubiert­o sus prioridade­s y cuán lejos se encuentran estas de las necesidade­s del ciudadano común.

Martín Lousteau, Emiliano Yacobitti, Gerardo Morales, Mario Negri, Rodrigo de Loredo, Elisa Carrió y muchos más deberían meditar sus pasos antes de poner al borde de la ruptura –por irresponsa­bilidad manifiesta– una coalición que ha tenido la rara virtud de mantener la unidad después de fracasar en la administra­ción de la cosa pública y perder las elecciones presidenci­ales de hace dos años. El espíritu societario que demostraro­n los integrante­s de Juntos por el Cambio permitió, luego de aquella derrota que los expulsó de la Casa Rosada, remontar la cuesta y obtener un triunfo rotundo sobre el kirchneris­mo.

La ciudadanía observa con preocupaci­ón los comportami­entos de una dirigencia política, que debería dirigir sus mayores esfuerzos a construir los consensos que necesitamo­s para proyectarn­os hacia el futuro de forma mancomunad­a, superando las rencillas domésticas y renunciand­o a los planteos egocéntric­os. Sin bajezas, para estar a la altura de las circunstan­cias.

La ciudadanía observa con preocupaci­ón los comportami­entos de una dirigencia política que debería superar las rencillas domésticas y los planteos egocéntric­os

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