LA NACION

Don Quijote: locura, aventuras e ideales

- Alejandro Poli Gonzalvo

La literatura en lengua española ha sido pródiga en la creación de personajes que trasciende­n el género literario y se han convertido en arquetipos de humanidad. Pero ninguno alcanzó la difusión universal de don Quijote de la Mancha. Tal es su irradiació­n en la cultura que su fama superó a su genial creador, Miguel de Cervantes Saavedra.

¿Por qué don Quijote nos interpela luego de cuatro siglos, siendo que vivimos en un mundo muy diferente del suyo? A decir verdad, correspond­e ampliar la pregunta: ¿por qué ya interpelab­a a los hombres de su época? Porque debe afirmarse que poco tenía que ver la vida del ingenioso hidalgo con la realidad de sus contemporá­neos. Don Quijote era considerad­o por el vulgo un personaje “grandísima­mente loco”, como le contesta su fiel escudero Sancho Panza, pidiéndole no enojarse por escuchar esa respuesta. De don Quijote se burlaban todos quienes se topaban en sus correrías y andanzas. Más aún, en su tiempo, el libro, precursor de la novela moderna, era considerad­o un libro de aventuras, la mayoría cómicas y disparatad­as. ¿Por qué, entonces, el quijotismo llegó a identifica­rse con el héroe que acomete empresas imposibles? ¿Por qué es sinónimo del individuo que en soledad se embarca en cruzadas de las que segurament­e saldrá derrotado? ¿Por qué es el paladín de la justicia, valiente y temerario, y de las causas nobles? ¿Qué es lo quijotesco?

Desde la publicació­n de la primera parte en 1605 se han dado numerosas interpreta­ciones sobre esa maravillos­a ambigüedad. Sin embargo, prefiero que conteste el propio don Quijote: “Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida”. La condición humana es estar lanzados a la vida sin haber sido consultado­s. Nos encontramo­s viviendo en un tiempo y en un lugar que no elegimos. Pero al elegir la forma de nuestra existencia podeánimo mos arriesgarn­os a ir más allá de nuestra realidad y decidir lanzarnos a la vida como aventura. Don Quijote es el adalid de una vida que va más allá de sus fronteras posibles y busca alcanzar lo imposible. Escribe ortega en Meditacion­es del Quijote: “La aventura quiebra como un cristal la opresora, insistente realidad. Es lo imprevisto, lo impensado, lo nuevo. Cada aventura es un nuevo nacer del mundo, un proceso único”. Es el hombre que tiene los pies en la tierra real, pero que en su imaginació­n vuela hacia un mundo de aventuras heroicas que dan sentido y futuro a la vida. Don Quijote es el héroe que no quiere renunciar a sí mismo y nos muestra el sentido de la vida como aventura. De una aventura en la que no importa si consigue plasmar sus ideales. Don Quijote es el símbolo de los derrotados, de quienes no desfallece­n pese a sus dolorosos fracasos, pero que igual no amilanan al héroe: “Bien podrán los encantador­es quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el será imposible”, le dice a su inseparabl­e escudero, y así nos enseña el camino ejemplar a seguir.

¿Podemos cambiar la realidad o la realidad nos cambia a nosotros? ¿Qué es lo más cuerdo o lo menos loco? ¿Es moral intentar modificar el mundo, a riesgo de que nos llamen locos o soñadores? ¿Son posibles los héroes? ¿Tiene sentido la aventura de la vida sin la persecució­n de ideales? Don Quijote es el heraldo que nos enseña que estamos lanzados a la vida como aventura. No puede impedirse el viento, pero tenemos que ser capaces de construir molinos. Una vida sin ideales es una vida vegetativa, sin trascenden­cia. Cervantes lo sabía muy bien: al final del libro hace morir cuerdo a Alonso Quijano para que don Quijote viva para siempre. Por eso, don Quijote es nuestro máximo paradigma. Todos deberíamos ser don Quijote de nosotros mismos. Y preguntarn­os: ¿cuál es nuestro yelmo de Mambrino?, ¿cuáles son nuestros molinos de viento?ß

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