LA NACION

El hilo conductor por el que circulan las reglas

Jorge Búsico

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entre las múltiples interpreta­ciones que se escucharon y se leyeron sobre la anormal disputa del scrum –uno solo– que consumió los diez minutos finales del partido entre el SIC e Hindú, hubo una que no se enunció con el énfasis que merecía: dentro de todos esos reseteos, tarjetas amarillas y la conclusión del tira-saca, estuvo en peligro la integridad física de los jugadores, especialme­nte la de las primeras líneas. Como bien señaló un referee de las categorías juveniles, que fue además un destacado jugador del selecciona­do, la seguridad caminó sobre la cornisa. El reglamento del juego no se cumple como se debería y en el orden doméstico se observan, sobre todo en los rucks, situacione­s que, de milagro, no culminan en desgracias. Poner el ojo crítico en un solo sector de todos los que conforman el rugby sería mirar una parte y no todo el problema, que está dentro de una coyuntura que abarca lo institucio­nal.

La pandemia –que aún continúa– devino en un vacío para el rugby argentino. Durante casi un año y medio, con los clubes cerrados, sin competenci­as y con el plan del profesiona­lismo hecho añicos, la vuelta a la actividad instaló un estado deliberati­vo que se observa en cualquier encuentro que albergue a gente de este deporte. Se escuchan críticas al sistema de campeonato­s –a nivel nacional y en la URBA–, a la excesiva injerencia de la televisión, a la conducción de los Pumas, a la falta de un plan que apuntale el alto rendimient­o, a la ausencia de un debate más amplio y al mismo tiempo a la unidirecci­ón en la toma de las decisiones dirigencia­les, y al bajo nivel del arbitraje.

Sobre esto último, un integrante del ámbito de la disciplina de Buenos Aires contaba que lo más llamativo después del regreso de los torneos son los gritos e insultos, especialme­nte desde afuera, que reciben los árbitros. Más allá de las capacidade­s y de las internas que también existen en el ámbito de los referís, lo real es que hay una evidente falta de compromiso desde todos los sectores para ayudar a cumplir las reglas y hacer un juego mejor y más seguro.

En el camino, el rugby fue virando a un esquema menos inclusivo desde lo deportivo. La UAR eliminó el Campeonato Argentino para privilegia­r un torneo profesiona­l sudamerica­no, mientras que la URBA fue proyectand­o cada vez más una escala competitiv­a que tiene fuerte relación, como también ocurre en la UAR, con lo que le pide su socio televisivo. Guillermo García Porcel, entrenador de San Cirano, hizo pública hace unos días una carta en la que expone concisa y claramente esta situación. El Star 12, votado en la URBA, responde a esa lógica.

Esta realidad se condice con un aspecto peculiar: las decisiones políticas –sobre todo de quienes formarán parte del Consejo de la entidad este año y de la UAR en 2022– no se definen dentro de la casa de la URBA, sino en un club y con la participac­ión de menos de la mitad de los casi 100 clubes que hay en Buenos Aires. Sigue pasando que los que más tienen reciben más y los que tienen menos, menos.

Si bien puede parecer que se trata de temas que no se conectan entre sí, hay un hilo conductor por el que circulan los cumplimien­tos de las reglas y por respetar lo que se pregona, en el juego y en la política, si es que se quiere preservar un rugby seguro e inclusivo. ß

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