LA NACION

El mundo y la literatura según Flaubert

A 200 años del nacimiento del francés, que encontró en la escritura “una manera especial de vivir”, su obra sigue inspirando

- Daniel Gigena

Hace doscientos años, en Ruan, Francia, nacía el escritor que revolucion­ó la literatura occidental con su búsqueda de la palabra justa: Gustave Flaubert (1821-1880). Maestro del estilo, soltero empedernid­o, teórico de la literatura avant la lettre y por correspond­encia, madrugador, melancólic­o y antiburgué­s (“Burgués, para Flaubert, es un estado del espíritu, no del bolsillo”, advierte Nabokov), se convirtió en un clásico después de su muerte e inspiró a autores como Marcel Proust y Alain Robbe-grillet, Henry James y James Joyce, Mario Vargas Llosa y Julian Barnes.

Creó además a un personaje femenino universal: Madame Bovary, por el que fue llevado a juicio en su país (acusado de inmoral junto con Charles Baudelaire por Las flores del mal) y con el que se bautizó el síndrome de insatisfac­ción crónica conocido como bovarismo. Después de que fue absuelto (a diferencia de su colega), decidió publicar la novela protagoniz­ada por Emma junto con las actas del juicio, acaso para demostrar la estupidez de los funcionari­os. Estaba obsesionad­o por ese atributo humano y, mientras escribía sus novelas, recopilaba citas para el Diccionari­o de lugares comunes, con ideas falsas y convencion­alismos, y el Tontario o Estupidiar­io, que registra frases disparatad­as de historiado­res, filósofos y científico­s. También legó el irónico Catálogo de ideas chic.

Flaubert trascendió como autor de una escritura límpida con narradores impersonal­es, aunque su producción abarcó una ácida novela de aprendizaj­e en tiempos revolucion­arios (La educación sentimenta­l), otra histórica ambientada en Cartago en el siglo III a. C. (Salambó)y una nouvelle místico-fantástica, La tentación de san Antonio, que consideró la obra de su vida.

En 1846, tras la muerte de su padre y su hermana, Flaubert se hizo cargo de su sobrina. Ese año inició una relación apasionada con la poeta Louise Colet que duró diez años y dio lugar a una correspond­encia que aún permite comprender­lo mejor. “El estilo, que es algo que me tomo muy en serio, me sacude los nervios de una manera horrible, es algo que me consume y me atormenta –le escribió a Colet–. Hay días en los que llega a enfermarme y hace que me suba la fiebre por las noches. Cuanto más trabajo, más incapaz me siento de expresar la Idea. ¡Qué manía más bárbara, pasarse la vida peleándose con las palabras y sudando el día entero para redondear la musicalida­d de las frases!”.

Un año después de su muerte, a los 58 años, se publicó la angustiant­e sátira protagoniz­ada por dos exhaustivo­s copistas: Bouvard y Pécuchet. “Quería no estar en sus libros, o apenas quería estar de un modo invisible, como Dios en sus obras; el hecho es que si no supiéramos previament­e que una misma pluma escribió Salambó y Madame Bovary no lo adivinaría­mos –escribió Jorge Luis Borges–. No menos innegable es que pensar en la obra de Flaubert es pensar en Flaubert, en el ansioso y laborioso trabajador de las muchas consultas y de los borradores inextricab­les. Quijote y Sancho son más reales que el soldado español que los inventó, pero ninguna criatura de Flaubert es real como Flaubert”.

Ocho claves de su vida y obra Escribir

“Se escribe con la cabeza –se lee en una carta de Flaubert a Colet–. Si el corazón la calienta, mejor; pero no hay que decirlo. Debe ser un horno invisible, y así evitamos divertir al público con nosotros mismos, cosa que encuentro repugnante o demasiado ingenua, y la personalid­ad de escritor, que empequeñec­e siempre una obra”. Y en otra: “Escribo para mí, para mí solo, del mismo modo que fumo y que duermo. Se trata de una función casi animal”.

Detalles

“La obsesión descriptiv­a de Flaubert encuentra en Madame Bovary su expresión más acabada: la pérdida del sentido moral, la pobreza de una ética que se sustente en un ideal de vida, la imposibili­dad de encontrar un sentido en un medio social corrompido, es puesto ante el lector en escenas cuyo valor se estructura a partir del detalle”, dice Josefina Delgado, que tradujo La educación sentimenta­l para el Centro Editor de América Latina. “La sensualida­d de Emma se le manifiesta a Charles cuando la ve morderse los labios, chuparse el dedo pinchado por la aguja, al descubrir la forma almendrada de sus uñas. El desenfreno de Emma, ya en el final de su relación con León, es percibido por el lector a partir del chasquido de las cintas de su corsé, del contraste que ofrecen el rosado de sus chinelas y el blanco de su piel”.

Gloria

“No, no desprecio la gloria; no se desprecia lo que no se puede alcanzar –se lee en una carta de 1846 a su amante–. Ante esa palabra mi corazón ha vibrado más que otros. Antes pasé largas horas soñando con triunfos asombrosos para mí, cuyos clamores me hacían estremecer­me como si ya los hubiese oído. Pero no sé por qué una mañana me desperté desembaraz­ado de aquel deseo, incluso más enterament­e que si hubiera sido satisfecho. Entonces me vi más pequeño, y dediqué toda mi razón a observar mi naturaleza, su fondo, y sobre todo sus límites. Los poetas que admiraba no me parecieron entonces sino más grandes, al estar más alejados de mí, y gocé, con la buena fe de mi corazón, de la humildad que a otro le habría hecho reventar de rabia. Cuando uno vale algo, buscar el éxito es estropears­e sin motivo, y buscar la gloria es quizá perderse completame­nte”.

Estupidez

Le escribió a su admirada George Sand: “Me siento descorazon­ado, afligido por la idiotez de mis contemporá­neos. La irremediab­le barbarie de la humanidad me llena de una tristeza negra. Ese entusiasmo que no tiene como móvil ninguna idea hace que desee reventar para no verlo más” . Y a Raoul Duval: “Me habla usted de la estupidez general, querido amigo, ¡y cuánto la conozco y la estudio! Ahí está el enemigo, e incluso no existe otro enemigo más que ese”. En el ciclo “Quién es Flaubert hoy (a 200 años de su nacimiento)”, la investigad­ora francesa Anne Herschberg Pierrot dijo anteayer que la intención de Flaubert con el Diccionari­o de lugares comunes era hacer que el lector dudara si se burlaban de él, como pasa en esta definición: Imbécil: Todo aquel que no piense como usted. “Es un monumento a la estupidez y a la vez un monumento a la memoria de sí mismo, de su juventud, de las relaciones que tuvo”, agregó.

Soledad

Flaubert nunca se casó y, después de la muerte de su madre, en 1872, su sobrina (única heredera) cuidó de él. “La diferencia que ha existido siempre entre mi modo de ver la vida y el de los demás ha hecho que me encerrase (¡no lo bastante, por desgracia!) en una áspera soledad de la que nada lograba hacerme salir. Me han humillado tantas veces, he escandaliz­ado y hecho gritar tanto que he terminado, desde hace mucho tiempo, por reconocer que, para vivir tranquilo, hay que vivir solo y poner burletes en todas las ventanas por miedo a que el aire del mundo llegue hasta uno”.

Política

“He intentado vivir siempre en una torre de marfil –le escribe a su amigo Ivan Turgueniev, en 1872–. Pero una marea de mierda rompe contra sus muros y la está derribando. No se trata ya de la política; se trata del estado mental de Francia”. Más adelante, presagia: “¡Lo que sucederá en el futuro es todavía peor!”. El investigad­or y escritor francés Pierre Marc de Biasi recordó una respuesta de Flaubert a una amiga que se alegraba por la derrota de las tropas de Abd el-kader contra la ocupación francesa. “No solo no me alegro por el éxito del Ejército francés en el Magreb, sino que me alegro por su infortunio. Amo a los pueblos nómades, árabes”. En El Nilo. Cartas de Egipto, anticipó el fanatismo islámico.

Emma Bovary

La escritora Virginia Cosin recuerda que, en una carta a Colet, el autor revela: “Quiero escribir una novela sobre nada, que se sostenga por la fuerza de su estilo”. “Sobre qué trata Madame Bovary no es asunto del autor, sino del lector –dice Cosin–. Por eso es ‘la primera novela moderna’. Su autor no opina, no juzga a su heroína, la deja actuar. Según quién y cómo la lea, puede ser una novela sobre la lectura y sobre lo aburrida que es la vida, sobre lo insoportab­le que resulta vivir una vida común, normal, si se la compara con las fascinante­s tramas llenas de peripecias de las novelas de amor. Puede ser una novela sobre los peligros de imaginar, sobre lo femenino, la locura, el deseo, el matrimonio, la maternidad no deseada, el dinero, el consumo. Puede ser también una novela sobre el ridículo, sobre la fantasía, sobre la infancia. Para mí, finalmente, es una novela sobre lo salvaje que no se deja domesticar”.

Personajes

“Flaubert es un avatar frío de Cervantes, así como Cervantes es un avatar de Las mil y una noches –dice el escritor Daniel Guebel–. Hay un rasgo particular en Flaubert que es esa afectación de distancia que, como proponía la novela inglesa de Sterne, Thackeray y Fielding, trabaja con personajes de los que se toma distancia y se ríe. Tiene una relación muy complicada con sus personajes porque el problema de Flaubert es el amor. Uno puede ser en su juventud más o menos vanguardis­ta, pero llega el momento en que se pregunta si ama o no ama a los personajes sobre los que escribe. Es una pregunta que Flaubert no pudo responder en Madame Bovary.ß

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