Avatares del radicalismo en tiempos de vasos rotos
Aquienes nos apasiona el periodismo político, la saga que protagoniza por estos días el radicalismo en su afán de resurrección nos atrapa sin remedio, máxime cuando ella contiene pasajes de alto voltaje, con revoleo de vasos y forcejeos incluidos, como cerró el último capítulo. Nada nuevo bajo el sol, el centenario partido nuevamente convertido en botín de guerra en un enfrentamiento tan visceral que, una vez más, resultan vanos mis esfuerzos por mantenerme objetiva y neutral.
Debo admitir cierta simpatía por los avatares del radicalismo. Será porque es uno de los pocos sobrevivientes de aquellos viejos partidos de masas emergidos al calor popular a principios del siglo pasado y que, pese a los pronósticos agoreros de quienes anunciaban el ocaso de los partidos políticos, se mantuvo en pie con toda su formalidad democrática y liturgia. Quizá la atracción provenga de algún gen extraviado que heredé de mi abuelo, don Manuel Serra, dirigente de boina blanca oriundo de la localidad cordobesa de Arroyito, legislador provincial y entrañable amigo de Amadeo Sabattini, por entonces gobernador de Córdoba, y de Arturo Illia a quien, por obra del destino, no llegó a ver coronado presidente de la Nación.
Tal vez Sabattini, Illia ni tampoco mi abuelo –a quien no conocí– se hubiesen escandalizado tanto por el vaso de vidrio que Gerardo Morales estrelló contra una mesa cuando Martín Lousteau le respondió con un mohín burlón a sus reproches por haber fracturado el bloque de diputados radicales. Las peleas son parte del folclore del radicalismo y de ello podría dar fe Sabattini, quien, tras rechazar los cantos de sirena del ascendente Juan Perón para sumarse a sus filas, se opuso a la estrategia unionista de su partido. Illia no le fue en zaga: enrolado en la Unión Cívica Radical del Pueblo, fue un feroz crítico de los radicales intransigentes liderados por Arturo Frondizi y su pacto con el peronismo.
No hay nada que apasione tanto a un radical como una disputa interna, frase que de tan repetida devino en un sello de identidad del partido. Lo que sí habría sorprendido a Sabattini y a Illia fue el repertorio de reproches que, en un momento de la pelea, cruzaron Morales y Lousteau. La escena, que se desarrolló en un despacho del tercer piso del comité nacional de la calle Yrial goyen, tuvo unos pocos testigos. Allí estaban Alfredo Cornejo, jefe del partido; los gobernadores Rodolfo “Rody” Suárez y Gustavo Valdés y el senador Luis Naidenoff. Los ánimos estaban caldeados; bien temprano ese lunes Lousteau, su ladero Emiliano Yacobitti y doce diputados díscolos habían anunciado la ruptura del bloque radical, toda una afrenta para Mario Negri –conductor del bloque– y su aliado Morales.
“Ustedes no aceptan las derrotas. No aceptan la voluntad de la mayoría. Ahora rompen el bloque para debilitar partido, para entregárselo a (Horacio) Rodríguez Larreta”, espetó Morales. “Son funcionales al Gobierno”, lanzó, como estocada final.
Lousteau insinuó una sonrisa sarcástica. No disimula su desprecio por lo que él llama la vieja guardia del radicalismo encarnada por Morales.
“A ver, si hablamos de ser funcionales al Gobierno, todos conocen tu amistad con Sergio Massa y que hiciste bajar a tus diputados al recinto para votarle algunas leyes. Además, no me reproches que hayamos roto el bloque; después de todo, vos hiciste lo mismo cuando en 2001 fuiste electo senador y armaste un bloque propio por estar enfrentado con Alfonsín”, le respondió.
Morales, en un arrebato de enojo, tomó un vaso y lo estrelló contra la mesa. Suárez se echó para atrás espantado y los demás debieron contener a Morales, decidido a trompear a Lousteau. La reunión terminó tan tensa como empezó.
Ante la escena, Sabattini e Illia se hubiesen sentido desconcertados. ¿Quién de los dos, Morales o Lousteau, hace sotto voce el juego de entregar el partido? ¿Es Lousteau y su socio político en la Capital Horacio Rodríguez Larreta, adalid del ala moderada de Juntos por el Cambio? Las suspicacias de los “ortodoxos” están a la orden del día. ¿Es acaso Morales, el más peronista de los gobernadores radicales –como él mismo se jacta–, quien podría ensayar algún acercamiento sutil con el oficialismo? Después de todo, votó el impuesto a la riqueza y se cuidó de mantener una relación cordial con el presidente Alberto Fernández.
Que se rompa, pero que no se doble. Ese fue el legado póstumo de Alem, fundador del partido. Sabattini e Illia hubiesen tolerado todas las reyertas internas, menos los pactos a oscuras. Más de setenta años después, el mandato sigue incólume.
No hay nada que apasione tanto a un radical como una disputa interna, frase que de tan repetida devino en un sello de identidad del partido