LA NACION

Avatares del radicalism­o en tiempos de vasos rotos

- — por Laura Serra

Aquienes nos apasiona el periodismo político, la saga que protagoniz­a por estos días el radicalism­o en su afán de resurrecci­ón nos atrapa sin remedio, máxime cuando ella contiene pasajes de alto voltaje, con revoleo de vasos y forcejeos incluidos, como cerró el último capítulo. Nada nuevo bajo el sol, el centenario partido nuevamente convertido en botín de guerra en un enfrentami­ento tan visceral que, una vez más, resultan vanos mis esfuerzos por mantenerme objetiva y neutral.

Debo admitir cierta simpatía por los avatares del radicalism­o. Será porque es uno de los pocos sobrevivie­ntes de aquellos viejos partidos de masas emergidos al calor popular a principios del siglo pasado y que, pese a los pronóstico­s agoreros de quienes anunciaban el ocaso de los partidos políticos, se mantuvo en pie con toda su formalidad democrátic­a y liturgia. Quizá la atracción provenga de algún gen extraviado que heredé de mi abuelo, don Manuel Serra, dirigente de boina blanca oriundo de la localidad cordobesa de Arroyito, legislador provincial y entrañable amigo de Amadeo Sabattini, por entonces gobernador de Córdoba, y de Arturo Illia a quien, por obra del destino, no llegó a ver coronado presidente de la Nación.

Tal vez Sabattini, Illia ni tampoco mi abuelo –a quien no conocí– se hubiesen escandaliz­ado tanto por el vaso de vidrio que Gerardo Morales estrelló contra una mesa cuando Martín Lousteau le respondió con un mohín burlón a sus reproches por haber fracturado el bloque de diputados radicales. Las peleas son parte del folclore del radicalism­o y de ello podría dar fe Sabattini, quien, tras rechazar los cantos de sirena del ascendente Juan Perón para sumarse a sus filas, se opuso a la estrategia unionista de su partido. Illia no le fue en zaga: enrolado en la Unión Cívica Radical del Pueblo, fue un feroz crítico de los radicales intransige­ntes liderados por Arturo Frondizi y su pacto con el peronismo.

No hay nada que apasione tanto a un radical como una disputa interna, frase que de tan repetida devino en un sello de identidad del partido. Lo que sí habría sorprendid­o a Sabattini y a Illia fue el repertorio de reproches que, en un momento de la pelea, cruzaron Morales y Lousteau. La escena, que se desarrolló en un despacho del tercer piso del comité nacional de la calle Yrial goyen, tuvo unos pocos testigos. Allí estaban Alfredo Cornejo, jefe del partido; los gobernador­es Rodolfo “Rody” Suárez y Gustavo Valdés y el senador Luis Naidenoff. Los ánimos estaban caldeados; bien temprano ese lunes Lousteau, su ladero Emiliano Yacobitti y doce diputados díscolos habían anunciado la ruptura del bloque radical, toda una afrenta para Mario Negri –conductor del bloque– y su aliado Morales.

“Ustedes no aceptan las derrotas. No aceptan la voluntad de la mayoría. Ahora rompen el bloque para debilitar partido, para entregárse­lo a (Horacio) Rodríguez Larreta”, espetó Morales. “Son funcionale­s al Gobierno”, lanzó, como estocada final.

Lousteau insinuó una sonrisa sarcástica. No disimula su desprecio por lo que él llama la vieja guardia del radicalism­o encarnada por Morales.

“A ver, si hablamos de ser funcionale­s al Gobierno, todos conocen tu amistad con Sergio Massa y que hiciste bajar a tus diputados al recinto para votarle algunas leyes. Además, no me reproches que hayamos roto el bloque; después de todo, vos hiciste lo mismo cuando en 2001 fuiste electo senador y armaste un bloque propio por estar enfrentado con Alfonsín”, le respondió.

Morales, en un arrebato de enojo, tomó un vaso y lo estrelló contra la mesa. Suárez se echó para atrás espantado y los demás debieron contener a Morales, decidido a trompear a Lousteau. La reunión terminó tan tensa como empezó.

Ante la escena, Sabattini e Illia se hubiesen sentido desconcert­ados. ¿Quién de los dos, Morales o Lousteau, hace sotto voce el juego de entregar el partido? ¿Es Lousteau y su socio político en la Capital Horacio Rodríguez Larreta, adalid del ala moderada de Juntos por el Cambio? Las suspicacia­s de los “ortodoxos” están a la orden del día. ¿Es acaso Morales, el más peronista de los gobernador­es radicales –como él mismo se jacta–, quien podría ensayar algún acercamien­to sutil con el oficialism­o? Después de todo, votó el impuesto a la riqueza y se cuidó de mantener una relación cordial con el presidente Alberto Fernández.

Que se rompa, pero que no se doble. Ese fue el legado póstumo de Alem, fundador del partido. Sabattini e Illia hubiesen tolerado todas las reyertas internas, menos los pactos a oscuras. Más de setenta años después, el mandato sigue incólume.

No hay nada que apasione tanto a un radical como una disputa interna, frase que de tan repetida devino en un sello de identidad del partido

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