LA NACION

El público lo es todo, y volvió en masa a Palermo tras dos años

- Rodolfo Chisleansc­hi R. Néspolo

El público lo es todo. Los deportista­s, de la disciplina que sean, compiten entre otras cosas para ganarse el aplauso y la admiración, para agradar. La final del Argentino Abierto 2021 recuperó el público que la pandemia redujo a un cuentagota­s el año pasado, y Palermo volvió a ser la fiesta habitual.

“Vinimos el jueves, especialme­nte para ver este partido”, contó Andrés con una sonrisa que no le cabía en el rostro. Una larga bandera chilena que llevaba atada al cuello le caía por la espalda, y como a su amigo Juan Carlos y sus compañeras, una gorra de La Dolfina le cubría la cabeza. “Seguimos el polo desde Santiago y no íbamos a perdernos este espectácul­o”, dijo.

La sede palermitan­a lució como en sus tardes más luminosas. Al estadio le quedaron muy pocos espacios sin completar, ya fuera en las cotizadísi­mas localidade­s de la tribuna principal (con precios de entre 35.000 y 45.000 pesos) como en las más accesibles –pero tampoco económicas– de las que se recuestan sobre Dorrego. “Me gusta el polo, voy a verlo siempre que puedo, pero si no fuese porque venía de Estados Unidos un amigo de toda la vida me quedaba a mirar la final por televisión. Claro que a él todo le parece”, comentó Juan, mientras se encaminaba hacia su ubicación en la Dorrego central.

El público lo es todo. Y ya se notaba durante la final femenina jugada en la cancha 2, previa al choque principal. La Banda de Conesa –que es de Bella Vista– le puso banda sonora futbolera al triunfo del equipo de mujeres de La Dolfina sobre El Overo. Bombos, platillos y una trompeta iban del “es un sentimient­o, no puedo parar” al “para ser campeón, hoy hay que ganar”, aunque nadie les ponía letra. Cuando encararon el “dale, campeón; dale, campeón”, la ausencia de canto hizo más notoria la melodía, y la marcha peronina copaba el aire de Palermo...

La Catedral, en todo caso, no es el Monumental ni la Bombonera. Tampoco el polo es el fútbol, aunque los festejos de Barto Castagnola revoleando su taco y con ganas de subirse a un inexistent­e alambrado al marcar los goles que definieron el título establecie­ran algún punto de unión. El silencio en el que transcurrí­a el partido transmitió un respeto fronterizo con la adoración. La gente hablaba en susurros y apenas los goles y las quejas a las decisiones de los jueces alteraban el ambiente.

El público lo es todo. Abarrotaba los caminos internos del Campo Argentino, consumía en los establecim­ientos de comida, exhibía atuendos que obligaban a girar la cabeza. De pronto, ingresó Mauricio Macri junto a Juliana Awada y, por un momento concitaron todas las miradas. Pasaron Francisco De Narváez y Cristiano Ratazzi, y varios se detuvieron a saludarlos.

La preocupaci­ón por la Covid-19 se evaporó al menos por unas horas. El porcentaje de uso de barbijos fue mínimo y los reencuentr­os se celebraban con besos y abrazos. Las ganas de disfrutar y de que todo volviera a ser como antes estaban en cada saludo. Baba Charia, un gigantón nigeriano, abrió su amplia sonrisa y estrechó su mano con vigor. “Hemos pasado aquí toda la semana, en el campo de un amigo en San Miguel del Monte”, explicó en un inglés de innegable acento africano antes de asegurar que “la final será muy dura, pero ganará Cambiaso”.

Al final, cuando La Natividad concluyó su año mágico destronand­o al campeón que parecía invencible, la celebració­n quedó concentrad­a en el puñado de hinchas que llegaron desde Cañuelas. El resto ya volvió a comer y beber, a abrazarse, conversar y comentar. Como en cada final del Abierto, como ocurrió siempre. Salvo el año pasado, cuando también el universo del polo se dio cuenta que el público lo era todo.ß

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la celebració­n de la natividad en la fiesta de Palermo

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