LA NACION

La mafia, sus reglas y una frontera moral

- Paramount+ Paula Vázquez Prieto

(estados unidos, 2021). creadores: Taylor Sheridan, Hugh Dillon. elenco: Jeremy Renner, Diane Wiest, Taylor Handley, Tobi Bamtefa, Aidan Gillen, Emma Laird, Kyle Chandler. disponible en: Paramount+.

Taylor Sheridan se ha convertido en el moderno narrador de la frontera. La frontera entre la inclusión y la exclusión en clave de western contemporá­neo en Sin nada que perder (2017), al tomar como trasfondo la crisis de 2008. La frontera candente entre México y los Estados Unidos en los albores de la era Trump, marcada por el discurso antiinmigr­ación y la guerra contra las drogas, en las dos Sicario. La frontera borroneada entre las comunidade­s nativas, los territorio­s ancestrale­s y la lógica de integració­n económica que aborda Viento salvaje (2017), acá ya como director además de guionista. En las series, tanto en Yellowston­e (2018) como en Mayor of Kingstown, la tensión entre la justicia y la legalidad se convierte en la principal protagonis­ta. En la primera recogiendo los mitos y leyendas del western de rancheros; en la segunda, las narrativas urbanas del cine de gánsteres adaptadas al mundo contemporá­neo, con sus estructura­s jerárquica­s, sus acuerdos y negociados, sus pactos de subsistenc­ia. La clave de su mirada como creador está en el gesto de entrar de lleno en esos relatos, apropiarse de sus imaginario­s para hacerlos propios y al mismo tiempo expandirlo­s con sombría destreza.

En Mayor of Kingstown nos encontramo­s en una ciudad del estado de Michigan, donde reinan los Mclusky desde hace años. Como linaje de herederos de un padre ausente, los tres hermanos ocupan posiciones de poder en una estructura que admite torceduras pero nunca quiebres. Mitch (Kyle Chandler) y Mike (Jeremy Renner) conducen el negocio de la prisión, cuyos lazos con la justicia, la policía y el mundo del crimen se hallan poblados de infinitos nudos. Mitch es el diplomátic­o, el que se aferra a esa tierra impregnada en sangre por la historia de su familia, la herencia irlandesa que lo une al deber y al goce del poder y el liderazgo. Mike conduce su propio destino con el peso de la cruz, el anhelo de perderse en lo profundo de las montañas, la presión de cumplir con los mandatos impuestos. Y Kyle (Taylor Handley) pertenece a la fuerza policial, proyecta una familia propia, lidia con el fantasma de su propio apellido.

La historia comienza con un retrato duro de ese universo, la violencia como rectora y la progresiva conciencia de un mundo sin salida. El eje del relato es la voz de Mike, que encuentra en el peso físico de Renner toda la dimensión de su personaje: siempre en contradicc­ión con lo que se espera de él, es el punto de tensión entre el mundo del crimen organizado que opera en la prisión, la necesidad de intervenir por algunos inocentes y el deseo de nobleza que se estrangula ante la urgencia de la subsistenc­ia. Sheridan y su cocreador Hugh Dillon recargan la metáfora de su personaje con algunas ideas redundante­s –toda la parábola del oso salvaje–, pero consiguen un registro descarnado y nada conciliado­r del Estados Unidos caído de sus propios sueños. El elenco es numeroso y las líneas narrativas combinan las historias unitarias que funcionan como disparador con un entramado más profundo, que explora los lazos entre los personajes.

Sheridan no rompe demasiadas convencion­es, ni se aleja de los tópicos que ya había abordado anteriorme­nte, incluso con algunas costuras innecesari­as como pudo haberse percibido en las referencia­s al contexto de la crisis financiera que ahogaba la libertad de la resolución en Sin nada que perder. Pero sí es interesant­e dónde decide poner el ojo o cómo renuncia a los habituales reduccioni­smos en la construcci­ón de los dilemas o en el abordaje de las fatalidade­s.

Por último, Mariam (Dianne Wiest) es la madre de los Mclusky y es profesora en la prisión de mujeres, donde su discurso funciona como contracara de esa práctica que ejercen sus hijos día a día. Ese negocio de la prisión, que afirma y distribuye no solo prisionero­s sino también todos los otros engranajes que hacen funcionar a Kingstown, encuentra en esa voz reflexiva el relato de una Historia que no parece encontrar mejor destino en los límites de las viejas fronteras.ß

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