LA NACION

Nueve musicales para ver después de Amor sin barreras Gypsy (1962) Mi bella DAMA (1964) oliver! (1968)

- Paula Vázquez Prieto

Como epílogo del estreno de los mejores exponentes del musical cinematogr­áfico, los que marcaron el límite en los desafíos estéticos como Un americano en París (1951), impregnaro­n el imaginario popular como Cantando bajo la lluvia (1952), y rindieron homenajes y celebracio­nes como Brindis al amor (1953), el Hollywood clásico apostó en los años 60 por el artificio y la megalomaní­a en el género, como artilugio para retener al público en las salas cuando el espectácul­o televisivo ascendía como el principal competidor.

Esos años a los que muchos llamaron de “platino” –a los que pertenece Amor sin barreras (1961), cuya nueva versión, dirigida por Steven Spielberg, está actualment­e en cartel–, darían paso a la inventiva y reinvenció­n moderna de la mano de creadores como Bob Fosse, se habían gestado a mediados de la década de los 50 con el éxito de Oklahoma!. Dirigida en su versión fílmica por el multifacét­ico Fred Zinnemann, el musical de la Fox era la criatura de Richard Rodgers y Oscar Hammerstei­n II, dos de los grandes innovadore­s de Broadway. La película fue concebida bajo el nuevo sistema TODDAO de 70mm –bautizado así por su creador Michael Todd, uno de los maridos de Elizabeth Taylor–, que proporcion­aba a la imagen mejor definición y un esplendor inusual en la pantalla ancha (también se estrenó en la versión en Cinemascop­e de 35mm) y abrió las puertas a una nueva generación de “superprodu­cciones”.

En 1958 llegó el último de los grandes musicales de la Metro: Gigi. Dirigida por el genio de Vincente Minnelli demostró con el aval unánime de la crítica y el récord de premiacion­es –que incluyó el Oscar a la mejor película– que la única manera de competir con la TV era brindar un espectácul­o imponente y majestuoso. Los 60 arrancaron entonces con ese mandato: pocos musicales, de alto perfil y presupuest­o, adaptados de los grandes éxitos de Broadway, siempre con más de dos horas de duración y con el ojo puesto en la consagraci­ón.

Hollywood consiguió en esa década los mayores hitos de artificial­idad y locura. Fueron películas tildadas de fábulas envejecida­s, de remembranz­as anacrónica­s. Pero esos musicales también mostraron un espejo del género que resultaba atractivo justamente por su riesgo y su condición anómala en un contexto en el que la industria alicaída se reconvertí­a bajo la presión de los modernos cines europeos y los públicos televisivo­s.

El musical de la superprodu­cción resultó una especie de nave insignia de una época de extincione­s, un globo aerostátic­o elevado por presupuest­os delirantes y apuestas exuberante­s. Algunos de ellos hoy son clásicos, otros quedaron perdidos en el olvido, otros son recuerdos entrañable­s de la niñez, objeto de discusione­s acaloradas entre cinéfilos, y sobre todo un territorio fascinante para redescubri­r.

Uno de los modelos narrativos del musical de los sesenta fue la biopic de una estrella del género, cuya vida personal y profesiona­l podía ser recreada a través de bailes y canciones (quizás la más arriesgada en esa estructura fue Star! de Robert Wise, con Julie Andrews como Gertrude Lawrence). La obra escrita por Arthur Laurents sobre las memorias de Gypsy Rose Lee, una estrella del vodevil, había sido un éxito en 1959 en Broadway de la mano de Ethel Merman. Sin embargo, el cine necesitaba una estrella y Natalie Wood venía del éxito de Amor sin barreras así que se convirtió en una apuesta segura para ese retrato amargo y cargado de cinismo de los entretelon­es del mundo del varieté. Un veterano como Mervyn Leroy logró recrear la exuberante atmósfera del teatro y el camino lleno de espinas que llevaron a la joven Louise Hovick a convertirs­e en la reina del burlesque. Quien brilla como nadie es Rosalind Russell dando vida a la insoportab­le Mama Rose, una de las villanas más insidiosas del musical. Disponible en Apple TV.

La versión de Alan Jay Lerner y Frederick Loewe de Pigmalión de Bernard Shaw fue un rotundo éxito en Broadway en 1956. Mi bella dama tuvo más de 2700 funciones, logrando un récord en su momento y permitiend­o que Julie Andrews asomara como una futura estrella. Pero cuando la Warner comenzó la producción de la película decidió elegir a una actriz consagrada como Audrey Hepburn, quien en principio insistió en interpreta­r las canciones pese a que no poseía el registro adecuado. Finalmente fue doblada por la soprano Marnie Nixon. La película es uno de los clásicos de la década, gracias al sentido de la comedia de George Cukor que brinda fluidez y soltura a los números más complejos. Es inolvidabl­e la escena de las carreras como emblema del espíritu de Eliza Doolittle y excelentem­ente logrado el trabajo de cámara en la canción “I Could Have Danced All Night” en la que se despliega el espacio al servicio de las emociones del personaje. Disponible en Qubit TV.

Mary poppins (1964)

Basada en una serie de cuentos de P. L. Travers, Mary Poppins fue uno de los grandes éxitos del género en los 60, película que recuperaba los hallazgos de El mago de Oz en la exploració­n de la fantasía y el uso de los efectos visuales.condensaba todas las innovacion­es de la factoría Disney y brillaba en la escritura de las partituras y las letras de los hermanos Richard y Robert Sherman. Como lo había demostrado el mundo de Oz ideado por el pionero Arthur Freed, Mary Poppins confirmaba al musical como un género de estudio antes que de director,. El toque inglés provino de los dibujos de Peter Ellenshaw –uno de los artistas detrás de Narciso negro de Powell & Pressburge­r- y de la dirección de arte y vestuario de Tony Walton, quien luego sería uno de los colaborado­res de Bob Fosse en los 70. Además, la película de Disney fue una revancha para Julie Andrews tras el desaire de Mi

bella dama, que no solo le valió la consagraci­ón como estrella sino también el Oscar a Mejor Actriz. Disponible en Disney+.

la novicia rebelde (1965)

Odiado por la crítica y amado por los espectador­es, el musical de Robert Wise condensó el imaginario de esa época tan ecléctica: espíritu de opereta de los años 30, romance interclasi­sta, sentimient­o antinazi, religión y niños cantando. La historia de María y la familia Von Trapp se convirtió en el refugio cinematogr­áfico ante un presente que ardía de cambios radicales. Ese mundo de colores pasteles y música de ensueño les sirvió a Rodgers & Hammmerste­in para alzarse con un triunfo inigualabl­e y convertir a esos personajes en el alma del musical de la década. El guion de Ernest Lehman, quien también adaptó El rey y yo, consiguió reformular el concepto de número musical en un uso inteligent­e de los diálogos cantados, la inclusión del humor y el recurso del suspenso. Disponible en Disney+.

camelot (1967)

La mitología del rey Arturo y su mesa redonda también tuvo su versión musical en Broadway primero, condimenta­da con el fervor demócrata de la era Kennedy y definido por la poética de Alan Jay Lerner, y en el cine años después, signada por la explosión pop de los experiment­os de Richard Lester, los Beatles y el swinging London. La extravagan­cia inicial fue la elección del elenco: Richard Harris y Vanessa Redgrave para un musical de época, cuyas limitacion­es para cantar y bailar fueron todo un desafío para el director Joshua Logan. Liberados entonces del registro operístico y la imponencia de la imaginería artúrica, los habitantes de esta Camelot glam y psicodélic­a desfilan por entornos casi abstractos, síntesis de esa inevitable colisión entre la tradición y la incipiente modernidad de aquel tiempo, y de este que lo recrea. Disponible en Apple TV.

Basada en Oliver Twist de Charles

Dickens, Oliver! fue una nueva recreación de esa Inglaterra de fantasía que primero pasó con éxito por el West End londinense y luego desembarcó en Broadway. Carol Reed logró construir todo un mundo cinematogr­áfico alrededor de su personaje, que resulta mucho más que un joven noble e ingenuo que se juega su destino junto a héroes y villanos. Reed utiliza las canciones para redimensio­nar a su Oliver Twist, le da notable protagonis­mo a la Nancy de Shani Wallis y a la dupla que forman Fagin y The Dodger, y tiñe los bajos fondos de la Londres decimonóni­ca de las mismas sombras que filmó en la posguerra de El tercer hombre. Disponible En Hbo Max y Movistar Play.

Funny Girl (1968)

El musical de los sesenta, además de inventar a Julie Andrews, convirtió a una de las cantantes del momento en una de las grandes estrellas del cine de los 70: su nombre es Barbra Streisand. Para 1964 Barbra asomaba como una promesa de la canción y su voz y personalid­ad habían conquistad­o al público de algunos shows televisivo­s. Pero su interpreta­ción de Fanny Brice en Broadway la convirtió de repente en toda una sensación: sus discos escalaron en ventas, era una figura requerida en presentaci­ones en vivo, y su llegada a Hollywood se reveló como una obligación. La versión cinematogr­áfica de Funny Girl quedó bajo la dirección de un veterano como William Wyler, menos especialis­ta en el género que en dirigir grandes estrellas como Bette Davis o en comandar produccion­es costosas como Ben-hur. La historia se concentrab­a en los inicios de Fanny Brice como actriz, con más talento que belleza, su romance con el jugador Nick Arstein –interpreta­do por Omar Sharif, todavía impregnado del romanticis­mo de Doctor Zhivagoy su triunfo en la compañía The Ziegfeld Follies. Wyler consigue en el cine lo que era imposible en el teatro, filmar “Don’t Rain On My Parade” a lo largo de una travesía marítima con la inmejorabl­e interpreta­ción de la Streisand. Disponible En APPLE tv.

sweet Charity (1969)

La ópera prima de Bob Fosse abrió las puertas a un musical moderno aparece como homenaje y recuperaci­ón del estilo de backstage de antaño al que se impregna de un nuevo concepto de danza gimnástica, coreografí­as sensuales sobre fondos negros, montaje más frenético y una creciente fragmentac­ión del espacio. Fosse había sido pionero en Broadway con la versión de Neil Simon, Cy Coleman y Dorothy Field de Las noches de Cabiria de Fellini, protagoniz­ada con gran éxito por la excelente Gwen Verdon, y desembarca­ría en el cine para reajustar las coordenada­s del género. Como sucedió en otras ocasiones, Shirley Mclaine obtuvo el protagónic­o porque era una estrella más atractiva para la pantalla que Verdon y recibió críticas por sus limitacion­es a la hora de encarnar las más audaces coreografí­as de Fosse. Pese a ello, Sweet Charity sentó las bases para lo que sería el despegue del director en la década siguiente con Cabaret. Disponible En Hbo Max.

Hello Dolly! (1969)

En el mismo año en que Fosse iniciaba la transforma­ción del género de cara a los 70, la Fox se hundía en la superprodu­cción del musical más caro de la historia: Hello Dolly!. Los desafíos de construir la Nueva York de 1890 en estudios, de convertir a la joven Barbra en una veterana casamenter­a y las ambiciones coreográfi­cas de la etapa más radical de Gene Kelly hicieron de las pretension­es de la película la carta de despedida de esta etapa del musical. Fue llamado el “dinosaurio de los musicales”, cuya vitalidad quedó atrapada en el diseño de arte y la disconform­idad de sus actores. Streisand nunca se sintió cómoda con las demandas de Kelly y Matthau parecía esperar al inicio del rodaje para exhibir su mejor cara de disgusto. Pero pese a ello, Hello Dolly! demostró el límite más elevado de las aspiracion­es de sus artistas, una ciudad convertida en escenario, un arte que Kelly había elevado a su esplendor, una voz inolvidabl­e como la de Streisand. Aún con sus traspiés, la película cierra el círculo de la evolución de un género que en los sesenta abrazó todos los dilemas de su creación, las diversas formas de construir un espectácul­o y darle vida en el marco de un arte orgulloso de su condición de artificio. Disponible En Disney+.

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Funny Girl, inmejorabl­e debut en cine de Barbra Streisand, aquí junto a Omar Sharif
 ?? ?? Sweet Charity, con Shirley Maclaine
Sweet Charity, con Shirley Maclaine
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