LA NACION

Alejandro Rozitchner

«Gobernar es algo que está siempre destinado al fracaso»

- — por luciana vázquez » para LA NACION fernando massobrio

Convencido de que existen dos modos de entender la política –desde el conflicto o desde el desarrollo–, el escritor adhiere al segundo modelo, esquiva la mención explícita de cualquier nombre propio y apuesta por pensar el país más allá de la urgencia de la coyuntura

Estamos en el mejor momento de la civilizaci­ón, pandemia incluida”, sostiene. “Hay una incapacida­d de reconocer que el capitalism­o es el sistema que ha funcionado”, afirma. “La historia no es relevante en cuanto a la orientació­n del presente. Lo relevante es el deseo y el querer”, propone.

El filósofo Alejandro Rozitchner estuvo en La Repregunta. Ensayista y novelista, es autor de una veintena de libros, algunos de títulos muy sugerentes como Argentina impotencia. De la producción de crisis a la producción de país. Su último libro es De padres e hijos en el ciclo del tiempo. Fue asesor de Mauricio Macri durante su presidenci­a.

Con voluntad férrea de ir más allá de la coyuntura política y explorar otra manera de pensar los problemas –al extremo de esquivar sistemátic­amente la mención explícita de cualquier fuerza política o nombre propio–, Rozitchner dio su particular mirada sobre el debate en torno al capitalism­o, qué es gobernar, la política del desarrollo versus la política de lucha, el consenso, la libertad, la pretendida excepciona­lidad argentina y la vida versus la política.

Aquí, los principale­s pasajes de la entrevista.

-Con la pandemia se instaló la idea de que el capitalism­o tiene problemas. El presidente Alberto Fernández lleva ese punto a distintos foros. ¿Cuál es su mirada sobre este debate?

-Me causa gracia que la primera afirmación sea que el capitalism­o tiene problemas como si algo pudiera no tenerlos. Hay algo mal pensado desde el inicio si estamos buscando un sistema a prueba de problemas. No estamos entendiend­o que la realidad se comporta siempre problemáti­camente. Otro punto de ignorancia en la discusión global respecto del capitalism­o es la incapacida­d de reconocer que es “el” sistema que ha funcionado. El capitalism­o se cuestiona sobre todo desde el punto de vista intelectua­l. En los hechos, me parece incuestion­able. Es una falta de inteligenc­ia no reconocer el logro que significa el capitalism­o en la historia humana. [Johan] Norberg en Progreso hace un relevamien­to minucioso con cifras de cuál es la situación actual de la humanidad en todos los temas relevantes: violencia, alimentaci­ón, expectativ­a de vida, salud, etcétera. La evidencia es incontesta­ble. Estamos en el mejor momento de la civilizaci­ón por lejos, pandemia incluida. No es opinable: ves las cifras de lo que era la vida hace cien años y en todos lados hubo una mejora increíble. Pero nosotros seguimos sintiendo que esto no da para más.

-¿Nosotros, los argentinos?

-No, los argentinos estamos incluidos en el contexto de la occidental­idad o de la humanidad. Norberg también incluye una cita buenísima que dice algo así: la juventud ya no le da bola a los mayores, los valores se han perdido. Y la cita es del siglo XIII a.c. Eso revela que hay una caracterís­tica estructura­l de la mirada humana que genera esa sensación de disconform­idad respecto de lo que se está viviendo. Estamos necesariam­ente presos de la coyuntura porque estamos vivos pero debemos, en algún momento, dar el paso y mirar desde otra perspectiv­a. En general, cuando se abre el campo de considerac­ión, en vez de estar encerrado en la coyuntura te vas para el lado de la historia. Se supone que abrir la considerac­ión es pensar qué pasó antes.

-Aprender del pasado.

-Sí, pero aunque tiene cierta pertinenci­a, la historia no es relevante en cuanto a la orientació­n del presente. Lo relevante ahí es el querer, el deseo, no qué pasó antes ni qué va a pasar. Es qué queremos y cómo lo vamos a hacer. Hay que abrir esa perspectiv­a no solo en el campo de la historia sino también en cuanto a la dimensión existencia­l. Es decir, cómo se engancha cada uno de nosotros con el sentido de lo social en juego y, por el otro lado, con una considerac­ión más amplia de la vida. Hay otra distinción útil, la distinción entre una política de lucha y una política de desarrollo. Hay gente que piensa la política como un enfrentami­ento permanente con alguien a quien hay que derrotar, y otro grupo político que piensa la política como una especie de necesaria administra­ción de la sociedad para que funcione. Está muy claro que hay que ganar elecciones para hacer cosas, pero tu objetivo es hacer cosas. En otros sectores políticos no digo de la Argentina sino en general como concepción de la política, no se trata tanto de hacer cosas sino de tener el poder. ¿Para qué? Para tratar de conjurar un fantasma de incapacida­d vital. Es gente que no puede vivir, entonces tiene que tener el poder y reinar. ¿Para qué? Para nada. Es tener el poder para tener el poder.

-¿Y en el caso de la política de desarrollo, puede haber lógicas de amigo-enemigo mientras se encaminan hacia el poder? Una vez conquistad­o, llega el momento de ponerla en práctica.

-En ese caso, el objetivo podemos formularlo de la manera más inocente y banal: hacer cosas lindas y constructi­vas. Hacer cosas que sirvan a la gente. Es la sociedad creciendo. Como en las relaciones humanas: hay parejas de luchas y parejas de desarrollo. Hay parejas cuya modalidad habitual de relacionar­se es la discusión, la pelea. Y hay otras, las que se llevan bien, que van para algún lado juntos, disfrutan de un pasar.

-La política de desarrollo, ¿no está eludiendo un problema central de la política que es el conflicto, es decir, el conflicto con los que quieren cosas distintas?

-No. Estamos en el horizonte de la democracia, donde se supone que, como diría Nietzsche, la guerra se ha espiritual­izado y ya no nos matamos porque queremos ganar elecciones.

-Una normalizac­ión de esa puja.

-Eso es la democracia. Hay que entender que la democracia es un proceso. No hay una democracia que se instale perfectame­nte porque las cosas no suceden porque uno las diga. Tiene que madurar la realidad y darse una evolución en los hechos para que las cosas que uno dijo sean posibles. Todos

valoramos la democracia; después hay que ir perfeccion­ándola.

-Esta concepción, ¿podría traducirse en una vida política más aburrida versus un erotismo de la puja constante?

-Podría ser. Está bien esa idea. Podemos también mezclarla con una idea que me gusta que es que la política no tiene que ser demasiado central en una sociedad. Tal vez nosotros u otras sociedades estamos tan pendientes del tema porque se transforma en una especie de obstáculo, de cosa no resuelta. La política se traslada a una posición más lateral cuando se ha logrado cierta eficacia; entonces aparecen, siguiendo tu idea, otros erotismos. Ya no el erotismo de la lucha política sino el de desplegar tu vida.

-Por el contrario, las fuerzas políticas como el peronismo o el kirchneris­mo han encontrado en la diaria disputa por el poder y la construcci­ón de conflictos una manera del erotismo de la política.

-Tendríamos que abrir el juego para el lado del votante. La política no la inventan los dirigentes. Es una especie de danza en común. Nuestras formas de vida y costumbres, el tipo de disfrute que tenemos, van armando una escena política. Si no, es como decir que sólo la dirigencia es responsabl­e. Hay otro tema: gobernar es algo que está siempre destinado al fracaso. Ningún gobierno va a cumplir nunca las expectativ­as porque la expectativ­a es la imaginació­n, el ideal. Me gustaría un país donde no hubiera pobreza y chicos que no mueran de hambre y donde no haya conflictos: eso da la impresión de ser una perspectiv­a positiva pero, en lo concreto, después te la pasás insultando al mundo real. El idealismo, exigirle a un gobernante la perfección, es una inmadurez del votante. Hay que entender que los gobiernos siempre van, con suerte, a cambiar un grupo de problemas por otro grupo de problemas y eso es un paso evolutivo. Claro que hay gobiernos que cambian un grupo de problemas por otro grupo de problemas peor: por supuesto, hay distinción. A la política siempre se le está pidiendo algo que no se va a dar porque no es posible darlo. Es creer que por conseguir la pareja que añorás no vas a tener problemas por el resto de tu vida. Lo más interesant­e es tratar de lograr una conversaci­ón sobre la política que tenga en cuenta una demanda más realista y no pedir lo imposible porque condena a la producción de lo peor. Es lo que se llama idealismo: salgamos a matar a todos los malos y por fin vamos a terminar con el problema. Lo peor. Hay que ser más capaces de relativiza­r y de vivir en lo real y no en lo imaginado, en lo soñado. En la política se reivindica mucho el sueño. Es una mala manera de aludir al lugar hacia el cual hay que tender.

-Hay quienes sostienen que eso implica consensos. ¿Qué es para usted el consenso en un lugar como la Argentina?

-Pautamos que en vez de matarnos a garrotazos, vamos a discutir y vamos a ganar elecciones. Eso ya es un súper consenso. La ley, la Constituci­ón, es otro gran consenso. Hay consensos explícitos y hay consensos de vidas. Por ejemplo, la sociedad argentina tiene un nivel muy alto de confrontac­ión pero no nos estamos matando. Respecto de décadas pasadas, eso es un avance. Quedan otras cosas para aprender. Nosotros vivimos con la sensación de que la Argentina es un caso único donde está todo peor que en ningún otro lado.

-“Standalone”. Nos han definido así desde afuera también.

-Toda sociedad tiene sus problemas. Las sociedades que nosotros admiramos, las europeas, tuvieron dos guerras mundiales con millones de muertos. Es cierto, standalone, somos una manga de tontos que no saben lograr el desarrollo. Pero no somos el peor caso de la humanidad. Me parece valioso desarmar esa sensación de que solo en este país… Eso es simplement­e ignorancia.

-Es decir que aun en la Argentina, pese a los problemas y los obstáculos del puro presente, ¿también habría una dimensión evolutiva con un balance positivo?

-Sí, con todos los matices del caso. Por mera participac­ión en la época. La aparición de los antibiótic­os mejoró la salud pública por mera participac­ión en la época, no por capacidade­s especiales nuestras en muchos casos.

-El concepto de libertad se instaló en el debate argentino. ¿Cómo lo ve usted?

-No sé si la discusión sobre la libertad es real o es un tema del periodismo y del círculo rojo.

No sé si está presente como debate consciente en el votante. Pero sí estamos viviendo una experienci­a de libertad inédita por la época y el tema se presenta por lo que se vive. Como todos los avances positivos, trae problemas porque cada cosa que se conquista supone una renovación del ámbito de lo problemáti­co. A mí me gusta ese avance del liberalism­o, de lo liberal.

-¿Qué problema presenta este avance de la libertad en un país como la Argentina?

-En un lugar donde hay libertades, todo el mundo opina y todas las opiniones tienen el mismo valor se arma otro tipo de despelotes. Si hay democracia, todas las opiniones tienen el mismo valor. Ese es el ciclo que refunda la escena política, como si fuera un latido, cada dos años.

-Pero en esa libre circulació­n de visiones hay grupos que tienen un poder mayor de cancelar ideas que suelen ser menos políticame­nte correctas.

-Siempre hay lucha de poder. Esa es la naturaleza de la experienci­a humana. La naturaleza funda una lucha de poder en la reunión de consorcio, en los medios, partidos, empresas que compiten. Esa es la naturaleza saludable de la realidad. Ese quilombo no es un defecto; es la prueba de la vitalidad del fenómeno.

-Los argentinos solemos torturarno­s con la realidad que vivimos, una angustia colectiva que es también personal. ¿Es imposible desacoplar­se de esta angustia colectiva en la vida cotidiana?

-Si uno dijera que es posible desacoplar, le estaría faltando el respeto al problema. Primero, hay casos en los que no está desacoplad­a: si no tenés trabajo y no tenés plata. Pero satisfecha­s las necesidade­s, existe la posibilida­d de no vivir angustiado­s.

-¿Esa posibilida­d implica la aplicación de un subjetivis­mo?

-No, es el reconocimi­ento de lo real más inmediato. Somos un animal, un cuerpo que vive su vida. No vivimos la vida impersonal de la historia del hombre ni de “mi país”. Me parece muy importante eso: ¿qué vida vive uno? A veces uno cree que vive la vida del hombre genérico, o de la mujer. O que vive el “yo soy el argentino”. No sos el argentino: sos Carlos o sos Esteban. Cambiar una escena por otra no es un aporte a lo social. Hay maneras de incidir sobre el país que no suceden en la política. Tiene que ver con generar nuevas formas de vida. Las ONG parten de esta idea. Hay posibilida­des de aporte social que no pasan por el campo de la política.

La versión completa de esta conversaci­ón está en lanacion. com.ar y el video, en el canal de LN+ en Youtube

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