LA NACION

La confianza no se vende en el mercado de vacunas

- signo de los tiempos por adriana amado para la nacion Analista de medios

Cuando la humanidad estaba entretenid­a en recuperar los encuentros navideños suspendido­s el año pasado, la pandemia recuerda que todavía anda dando vueltas. Y la ciencia le advierte a la política que los virus no desaparece­n por vacaciones o temporada de Fiestas. Al contrario, gustan de multiplica­rse en ellas.

Mientras los pronóstico­s más optimistas consideran al coronaviru­s una gripe invernal, la realidad viene a confirmar las proyeccion­es que advertían mutaciones más contagiosa­s y resistente­s. Ese escenario se recreó hace un par de semanas en una simulación con expertos de cuatro continente­s convocados por el programa Alianzas para la Democracia y el desarrollo para América Latina de la Fundación Konrad Adenauer.

El simulacro, en el que tuve la fortuna de participar, busca evaluar el impacto de un brote más mortal y contagioso que se detectaría en Boston en un viajero que volvía de Kenia con una escala forzada en Frankfurt en la temporada navideña de 2024.

Para el grupo de especialis­tas en salud, seguridad, estrategia política y comunicaci­ón que participar­on del simulacro a fines de noviembre, la situación parecía probable pero lejana. Al cierre de la actividad, cuando la variante ómicron estaba confirmada, las hipótesis del simulacro se volvieron contingenc­ias inminentes. Y si durante el ejercicio apareciero­n dudas acerca de los aprendizaj­es que había dejado 2020, el devenir del brote real de 2021 confirma los efectos contraprod­ucentes que la fatiga y el escepticis­mo oponen a cualquier medida sanitaria.

En el simulacro, las decisiones de salud y seguridad nacional de los diferentes equipos debían considerar los aspectos económicos y de cooperació­n internacio­nal, tanto como la situación emocional de la comunidad y los dilemas éticos derivados.

Tanto aquella ola simulada como esta real enfrentan el escepticis­mo colectivo ante una pandemia que dejó magros resultados sociales tras grandes sacrificio­s personales.

Los modelos matemático­s que proyectan la cantidad de víctimas se basan en datos como la tasa de reproducci­ón del virus, los resultados previos, la infraestru­ctura sanitaria, los sistemas de monitoreo, las medidas restrictiv­as y la movilidad resultante. Cuarentena­s, cierres, protocolos y demás medidas de protección personal y social necesitan de la confianza social. El factor miedo que durante las primeras semanas de la pandemia colaboró para detener la movilidad es el que generó las mutaciones más resistente­s. Rebeldía, suspicacia­s y otros anticuerpo­s sociales se inocularon en la población al mismo tiempo que las vacunas, y condiciona­n fuertement­e cualquier futuro pandémico.

Este factor es especialme­nte crítico en los países con más víctimas por Covid-19 a dos años del primer caso. Todos están en Latinoamér­ica y Europa del Este, regiones con bajos índices de confianza y alta percepción de la corrupción según el ranking de Transparen­cia Internacio­nal. Mostrar confianza es comportars­e en el presente como si el futuro fuera cierto, definió Niklas Luhmann. Improbable en países inciertos.

La confianza reduce la complejida­d y facilita la toma de decisiones, pero tiene una base muy frágil porque está construida por impresione­s personales de las experienci­as pasadas. Las expectativ­as inseguras son más resistente­s que las seguras, que se desmoronan a la primera desilusión. Por eso, la efímera confianza que tuvieron las primeras decisiones presidenci­ales antes que un logro de la gestión fueron una oportunida­d desperdici­ada. La ciencia confirma que las mascarilla­s y la distancia social son las más efectivas para evitar los contagios, así como la vacunación es imprescind­ible para evitar las hospitaliz­aciones. Las decisiones políticas relajaron las primeras por motivos electorale­s. Y profanaron la segunda con nepotismo y desorganiz­ación que hacen que a un año de iniciada la campaña de vacunación esté lejos la inmunidad que exigen las nuevas cepas.

Si algo coincide el simulacro con los escenarios actuales es en la dependenci­a de las decisiones de la confianza pública. Hasta la simple recomendac­ión de usar una mascarilla se vuelve inviable cuando se dirige a una sociedad desconfiad­a. Ni qué decir de volver al encierro total que demandaría un virus como el del simulador que, sin medidas extremas, mataría a nueve millones de personas en la primera semana. Cualquier medida de prevención requiere una alta dosis de confianza que no se vende en el mercado global de las vacunas porque solo puede producirse en casa.

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