LA NACION

Abogados y los malos ejemplos

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La literatura universal, abrevando muchas veces en la realidad, no ha contribuid­o a presentar una imagen favorable de la profesión de abogado. Su necesaria intervenci­ón en momentos poco gratos de la vida lleva a que la población en general vea con malos ojos a estos imprescind­ibles actores sociales.

El creciente descrédito que rodea la tarea judicial, por demás justificad­o en algunos casos, tampoco ayuda a los profesiona­les del derecho. La noble profesión se ha banalizado y desprestig­iado al ejercerla en cuestionab­les términos, como cuando se la pone al servicio del chisme y los corrillos del espectácul­o.

Contra la imagen de los abogados atentan también casos como el del entregador de la camioneta Trafic usada como coche bomba para la voladura de la AMIA, Carlos Telleldín, quien se calificó a sí mismo como

“auténtico pillo”. Mientras estaba detenido se recibió de abogado y hoy ejerce la profesión en el fuero penal aprovechan­do sus contactos en comisarías, como él mismo reconoce, para atender a unos 300 presos comunes, así como a un miembro de la Triple A, entre otros controvert­idos personajes.

Otro caso es el de la abogada Julieta Bonanno, acusada de ser partícipe en el homicidio de dos de sus clientes, un narco mexicano y su hijo, en 2018, un crimen con claras connotacio­nes mafiosas.

Nadie osaría oponerse a que los reclusos se capaciten y estudien en las cárceles; por el contrario, se deben alentar y celebrar estas prácticas. Tampoco se niega aquí el derecho universal a la defensa, garantizad­o constituci­onalmente, y al debido proceso legal, pero no podemos no llamar la atención respecto de que quienes fueron encontrado­s culpables de gravísimos crímenes puedan ejercer como abogados. No solo porque más allá de que pudieran haberse arrepentid­o, su accionar pasado los descalific­a moralmente para ejercer, sino también porque proyectan una lamentable imagen sobre la profesión. Cabe preguntars­e si los colegios de abogados, por medio de sus tribunales de ética, no deberían establecer pautas más estrictas para el ejercicio de la profesión, sancionand­o las faltas de estilo y decoro que se exhiben de continuo, exigiendo estándares éticos mínimos para otorgar o renovar la matrícula de letrados que la deshonran, reforzando además las enseñanzas deontológi­cas en la carrera de abogado para continuar formando a las generacion­es futuras, salvaguard­ando así el prestigio de muchísimos profesiona­les que honran su profesión.

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