LA NACION

Histórico: el peronismo no tiene candidatos presidenci­ales competitiv­os

A la crisis de liderazgo que atraviesa el oficialism­o se suma la inexistenc­ia de un dirigente poderoso que, desde las sombras, pueda dar un “dedazo”

- Sergio Berensztei­n

“Todo tiempo pasado fue mejor”. La frase, trillada y nostálgica, aplica con precisión científica cuando se analizan los candidatos con potencial presidenci­al que podría presentar el peronismo en este momento. Lejísimos parecen quedar aquellas elecciones de 2003, en las que sobraban los personajes y faltaban los puntos de acuerdo, a punto tal que el justiciali­smo encabezó tres listas diferentes: la de Carlos Menem (ganador en primera vuelta), la de Néstor Kirchner (presidente por la renuncia de Menem a enfrentarl­o en el ballottage) y la de Adolfo Rodríguez Saá. Entre todos, superaron el umbral del 60% de los votos. Además, habían quedado en el camino otros importante­s aspirantes: el propio Eduardo Duhalde, su canciller Carlos Ruckauf y Roberto Lavagna (impulsado en especial por la CGT).

Recordemos que antes de resignarse en proponer a Kirchner, Duhalde había fracasado en su búsqueda de potenciar la figura de José Manuel de la Sota, entonces el gobernador más comprometi­do en achicar el gasto político, bajar los impuestos y privatizar empresas públicas, empezando por Bancor. Muchos otros dirigentes le habían rechazado la propuesta de enfrentar a Menem: Carlos Reutemann, Felipe Solá y Mauricio Macri, quien como tantos otros empresario­s nacionales acostumbra­dos a hacer negocios con el Estado tenía en aquellos tiempos una visión mucho más amigable respecto del peronismo.

Hoy la realidad encuentra a esta misma fuerza política en el otro extremo: desgastado por la fallida sociedad que significó el Frente de Todos, por dos años de gestión de los cuales no se puede destacar prácticame­nte ningún logro significat­ivo y por la mala imagen en la sociedad que tienen en este momento sus principale­s dirigentes, es la primera vez en su historia que el actual oficialism­o no tiene ninguna figura competitiv­a.

“Me tocaron la pandemia primero y la guerra en Ucrania después: nadie tuvo tanta mala suerte”, elabora una excusa Alberto Fernández para justificar su magro desempeño. Siguiendo el frío razonamien­to de CFK, tuvo un notable efecto multiplica­dor la mancha venenosa de los “funcionaro­n que no funcionan”, para terminar de abarcar a una administra­ción en la que, al margen de los múltiples conflictos internos, “la mitad son locos y la otra mitad son vagos”, según la definición del propio jefe de Gabinelos te, Juan Manzur, al poco tiempo de asumir sus funciones luego de la dura derrota de las PASO en septiembre pasado. Lo curioso: aun luego del acuerdo con el Fondo, cuando logró una mayoría clarísima en ambas cámaras, Alberto Fernández no logró detener el debilitami­ento de su posición de liderazgo. Es probable que, sensibiliz­ado con el horror de la invasión rusa de Ucrania, el Presidente haya recurrido a León Tolstói para definir su gesta contra la inflación: la guerra y la paz se sucedieron con apenas pocos días de diferencia. Hasta el diablo metió la cola en su interminab­le confusión. Aun consideran­do que se trata de una gestión tan poco efectiva que engalana fracasos previos como el de De la Rúa, el Presidente pasa tal vez por su peor momento.

Revisando en el espinel del Gobierno, emerge en el sector más kirchneris­ta la figura de Wado de Pedro. El solo hecho de que el ministro sienta que tiene alguna posibilida­d pone de manifiesto que los tres candidatos “lógicos” de ese mismo espacio,

“Me tocaron la pandemia primero y la guerra de Ucrania después: nadie tuvo tanta mala suerte”, elabora una excusa Alberto Fernández

Cristina, Axel Kicillof y Máximo, ya habrían bajado los brazos. De Pedro viene desarrolla­ndo una intensa agenda internacio­nal a pesar de que, al menos formalment­e, sigue a cargo de la cartera de Interior. Hace poco participó de una exposición de tecnología en Barcelona. A fin de este mes visitará Israel junto a otros funcionari­os y gobernador­es interesado­s en la revolución tecnológic­a que experiment­ó ese país en los últimos años, particular­mente en la cuestión del riego. Como ocurre con debates del Consejo Económico y Social, así como con la agenda de políticas de Estado que impulsa Massa en la Cámara de Diputados, se ve una loable y creciente tendencia en el oficialism­o a tratar “los temas de fondo”: que lo urgente no desplace lo importante. El problema es que lo urgente es nada menos que una inflación que tiende a espiraliza­rse y que el Gobierno sigue mirando con un inefable fatalismo. Como nadie considera –comenzando por los propios integrante­s del FMI– que el acuerdo logrado con la Argentina vaya a cumplirse, la incertidum­bre macro es tan enorme que vacía de contenido cualquier intento de debatir cuestiones sectoriale­s o aspectos puntuales de política pública. La procrastin­ación del reunionism­o y los discursos políticame­nte correctos profundiza­n una crisis que parece no tener piso.

Por el lado del albertismo, los casilleros aparecen vacíos, más allá de las pretension­es del propio Presidente de competir en una eventual primaria. Entre los gobernador­es, hay atisbos de interés por el lado del propio Manzur o del sanjuanino Sergio Uñac, aunque ninguno de los dos alcanza por ahora la escala suficiente. Ningún intendente se sueña candidatea­ble, como aquel Massa que, en su mejor etapa y desde Tigre, frustró las ambiciones de eternidad en el poder que por entonces tenía Cristina. “Todavía queda mucho tiempo, y los vacíos de liderazgo eventualme­nte se llenan”, afirmó esperanzad­o un operador vinculado con el peronismo norteño. En el Poder Legislativ­o no surgen figuras destacable­s en los bloques del FDT o del peronismo disidente. Y a diferencia de lo que ocurre en Brasil, donde Lula tiene grandes chances de regresar al poder, o en Uruguay, donde el sindicalis­ta y líder del Frente Amplio Fernando Pereira puso en un aprieto al presidente Luis Lacalle Pou en un referéndum que terminó ganando el mandatario, pero que resultó más parejo de lo esperado, de este lado del charco los dirigentes gremiales brillan por su ausencia. Ni siquiera logran ponerse de acuerdo a la hora de decidir los destinos de la CGT. La falta de líderes competitiv­os en todos los órdenes se completa con la inexistenc­ia de algún dirigente poderoso que, desde las sombras, pueda dar un “dedazo”.

Lejos de lo que algunos apocalípti­cos intentan pronostica­r, esta circunstan­cia no necesariam­ente implica que el peronismo esté a punto de desaparece­r: atraviesa una crisis de liderazgo, similar a la que vivió el radicalism­o posterior a Fernando de la Rúa, que necesitó en diversas ocasiones salir a pedir “candidatos prestados”, como Lavagna en 2007 luego del estrepitos­o fracaso del hoy referente kirchneris­ta Leopoldo Moreau (2,34% de los votos) o el propio Macri en 2015, luego de que en 2011 Ricardo Alfonsín arañara apenas un 11,14% del total de sufragios. Ahora la UCR aspira a recuperar protagonis­mo: se especula con que Gerardo Morales, Alfredo Cornejo, Facundo Manes, Martín Lousteau y sobre todo Carolina Losada integren una fórmula presidenci­al, en combinació­n radical pura o como parte de un híbrido con alguien de Pro.

¿Estará el peronismo dispuesto a presentar a la sociedad un plan serio de estabiliza­ción? Y si es así… ¿por qué esperar hasta 2023, cuando se podría ganar mucho tiempo haciéndolo ahora mismo? Sin un aggiornami­ento ideológico ni organizaci­onal, al menos un sector relevante del FDT parece estar resignado a intentar frustrar las agendas de reformas estructura­les que impone la realidad y empujan, con firmeza oscilante, los principale­s líderes de oposición.ß

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