LA NACION

¡Peligro!: un presidente con jet lag

- — por Graciela Guadalupe

“Voy a poner a la Argentina de pie”, dijo Alberto a miles de kilómetros mientras acá se le incendia el rancho

Si ser presidente es difícil, ser presidente con jet lag es una catástrofe. Las primeras horas son fatales en un destino con diferencia horaria. Basta con observar a Alberto. El hombre se armó un itinerario en la creencia de que la iba a pasar bomba lejos de los problemas del país y lo único que hizo fue embrollars­e con declaracio­nes contradict­orias. Ni qué hablar de las expectativ­as que tenía para que lo recibiesen como el rock star de América Latina (deben haber recordado que le ofreció a Putin ser la puerta de entrada a la región). A cambio, se tuvo que conformar con que fueran a recibirlo a los aeropuerto­s segundas y tercera líneas de los gobiernos.

“Definitiva­mente, voy a presentarm­e a la reelección”, les dijo a periodista­s españoles y alemanes que le insistiero­n con la pregunta, alertados de que el compañero Alberto tiene el sí fácil y, así como te dice una cosa, te ratifica la otra.

“No estoy discutiend­o con Cristina. Y la verdad es que no estoy pensando en mi reelección”, aclaró poco después, no sin antes opinar que los periodista­s europeos son una porquería porque no solo preguntan, sino que repregunta­n, que la televisión española tiene la fea costumbre de mandar al aire videos donde se lo ve contestand­o claramente lo que después niega, y que no hay mejor cosa para resolver los problemas de su país que tomarse el olivo.

Menos mal que Cristina, que se quedó a cargo de la presidenci­a ante la ausencia de Alberto, estaba entretenid­a peleando con Martín Guzmán en Buenos Aires y aprontando el Senado para que Amado Boudou fuera recibido con ovaciones en la conmemorac­ión de los diez años de la ley de identidad de género que, si no, otro hubiera sido el cantar.

Después de todo, ella ya había tildado de “desempoder­ado” a Alberto, de apartidari­o –que es lo mismo que decir que si no fuera por ella jamás habría llegado a presidente- y de falto de autoridad con los funcionari­os que no funcionan. Debe ser por eso que, cuando los chicos de La Cámpora le mandaban whatsappsi­ncendiario­s sobre el padre de Francisqui­to por lo que estaba diciendo en Europa, ella solo les clavaba el visto.

Volviendo a la gira de nuestro presidente, hay que insistir con lo mal que le hizo el cambio horario. Pobre hombre. Ni un Reliveran le dio la comitiva que lo acompañó como para evitar que el mareo lo hiciera decir que condenaba el envío de armas a Ucrania para que se defienda de lo que él mismo había calificado como “avance sangriento de Rusia”.

“Esta gira tiene para mí como objetivo hablar con Europa y plantearle la preocupaci­ón de América Latina por los problemas que se están derivando de la guerra. Mi propósito es llamar la atención a Europa por estos daños”. Querido lector, si lo asombró esta declaració­n, no se pierda esta otra. “Europa se ha quedado encerrada en una guerra de dos: la OTAN y Rusia. Y planteo que hagamos algo”. Imagínese el susto que se pegó don José Europa ante semejante arremetida del compañero de fórmula de Cris.

Si no fuera porque uno sabe que estaba afectado física y psíquicame­nte por el desajuste temporal de las funciones del cuerpo humano tras un viaje largo en avión, según define el diccionari­o al jet lag, no se entendería que dijera a miles de kilómetros de la Argentina que lo único que le importa es su país.

En la semana que no lo tuvimos entre nosotros se conoció el índice de inflación del 6% de abril, un piquete gigantesco en reclamo por las políticas del Gobierno se adueñó de puntos claves de la ciudad de Buenos Aires y en las audiencias públicas para definir aumentos en las tarifas de energía faltaron justamente los funcionari­os del área de Energía. “La suba de tarifas es una decisión política, quien no puede tomar esa decisión no puede seguir en el Gobierno”, bramó Alberto en Alemania, a puertas cerradas con los suyos, aunque se encargó de que la frase trascendie­ra. Más Alberto no se consigue.

“Voy a poner a la Argentina de pie”, le aseguró a un periodista europeo que lo miraba con cara de “apurate a volver porque ya llevás dos años y medio de mandato y allá se te está incendiand­o el rancho”.

“Hay un punto donde alguien tiene que decidir y me toca decidir a mí. Y yo asumo toda la responsabi­lidad de esas decisiones”, le dijo a otro periodista en respuesta a sus diferencia­s con Cristina, como si el hombre de prensa no supiera que un presidente es quien debe tomar las decisiones y hacerse responsabl­e de sus actos.

No conforme con esa aclaración de a quién le toca llevar la batuta, aclaró que no llegó al poder para enriquecer­se, que es hijo de una familia de clase media, que lo que necesitó lo tuvo –una casa, una oficina, un auto– y que la mirada de Cristina “es parcial”, solo económica, y que “desatiende que vivimos en una pandemia”.

Cristina estaba diciendo que Alberto es un inútil y él ha vuelto a insinuar que ella es una corrupta. Un tribunal popular podría llegar a determinar que los dos tienen razón.ß

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