La Argentina, una mamushka de promesas incumplidas
La nostalgia del mundo empresarial por Macri no se inspira en épocas doradas; ven que lo que vino después no solo no funciona, sino que a veces carece de rumbo y lógica
Cuenta Macri que hace un mes, cuando visitó a Trump en su casa de Mar-a-lago, Palm Beach, le dijo al líder republicano que no sería candidato en 2023. Y que el expresidente norteamericano le contestó exactamente lo mismo sobre su propia situación: tampoco quiere competir en 2024, pese al reclamo de parte del electorado. ¿Decían la verdad? Es pronto para saberlo. Lo único constatable hasta ahora es que ambos dejaron el poder con ganas de volver.
Macri regresó esta semana a Miami, adonde viaja con frecuencia para dar charlas en la Universidad Internacional de Florida. Ahí se siente cómodo. Puede, por ejemplo, trasladarse en Uber sin ser reconocido y pensar, como en el almuerzo con Trump, sobre su futuro. “O Patricia u Horacio”, dicen que contesta cuando lo consultan sobre a quién de la oposición ve en mejores condiciones para pelear por la presidencia en la Argentina.
En realidad son todas proyecciones que, probablemente, ni siquiera él esté en condiciones de trazar, entre otras razones porque hace tiempo que no ve encuestas. Empezó a descreer de esos métodos la noche de las primarias de 2019. Rosendo Fraga decía ayer que el reflejo de moverse por instinto es algo propio de liderazgos del poder. Y que ve a Macri en esa etapa: “Fue un presidente sobrestimado y un político subestimado”, resume.
La idea de que el expresidente no participará de las elecciones está también bastante arraigada en el Instituto Patria, donde en realidad quisieran que no fuera así. Los kirchneristas preferirían verlo compitiendo porque, dicen, sería fácil de derrotar. Pero imaginan más como candidato a Rodríguez Larreta, a quien le atribuyen dos ventajas que les preocupan: su propensión a hacer alianzas y buen nivel de aceptación en la opinión pública. Todas estas suposiciones incluyen un aspecto fundamental: aunque invisible en las boletas, Macri será el verdadero armador del espacio opositor.
Pero el líder de Pro debe antes resolver cuestiones que tienen que ver con su intimidad. La que admite en público: Juliana Awada “no quiere saber nada”. La que no reconoce: una necesidad de reivindicación personal que lo llevó, por ejemplo, a titular su libro como Primer tiempo. Ese ensayo, que podría haber sido trivial en la vida de cualquier expresidente, tuvo en Macri un efecto psicológico superlativo. No tanto por lo que decía como por la sorpresa que le causó ver en su presentación a dirigentes que no esperaba. Y notó que, desde entonces, empezaba a ser motivo de consulta de quienes hasta hacía pocos meses lo daban por retirado.
La verdadera novedad de este cambio de tendencia es que incluye a empresarios, un sector al que terminó en 2019 reprochándole ingratitud y falta de respaldo. “Si ustedes no me querían”, bromea ahora.
Esta revancha con lo que bautizó “círculo rojo” es reciente. Podría decirse que se inició hace unos cuatro meses, no bien el establishment económico entendió no solo que se acrecentaba la crisis, sino que el gobierno de Alberto Fernández, con quien había llegado a ilusionarse al principio, terminaría peor de lo que empezó. “Ni siquiera vale la pena reunirse con el gabinete”, se quejó anteayer un ejecutivo petrolero.
Son los nuevos temas de conversación entre Macri y sus antiguos conocidos del mundo de los negocios. Por ejemplo, Daniel Novegil, de Ternium, que le organizó hace un mes una de estas reuniones en Miami. Charlas sin tabúes. Hubo otras. Alguien le preguntó en una de ellas qué haría el año próximo. “Por ahora lo que quiero es que crezcan los candidatos: después veremos”, contestó. “¡Pero cómo no vas a ser vos! –insistió el invitado–. No vas a dejar a estos pelagatos”. El comentario despectivo no era para el gobierno actual, sino para la oposición.
Hace dos años, no bien arrancaba la cuarentena, Macri se hacontexto bía ido de una comida en la casa del empresario Ricardo Esteves con la sensación opuesta. Estaban Eduardo Eurnekian, Federico Braun, Novegil, Juan Carlos Casagne y Facundo Gómez Minujín, entre otros, y esa noche quedó claro que el candidato del establishment económico era Rodríguez Larreta. Pero eran tiempos de otras urgencias y expectativas, con el trío filminas rompiendo récords de imagen positiva. Es cierto que aquella euforia de 2020 tenía ya entonces dos escépticos, Cristina Kirchner y Macri. Pero eran casi los únicos. “Espero que no creas el bolazo de 80% de Alberto”, dijeron entonces a este diario en La Cámpora. Macri no hacía declaraciones públicas, pero explotó en esos días delante de un conocido politólogo que, por Zoom, acababa de hacerle una semblanza de Alberto Fernández típica de esos días: el Presidente era alguien profundo, inteligente, buen articulador de consensos y, en definitiva, un peronista capaz de convertirse en una valla de contención para eventuales extravagancias de Cristina Kirchner. “No coincido en nada, en absoluto”, lo cortó Macri, y se explayó en cuestionamientos al jefe del Estado y vaticinios sobre el protagonismo de la vicepresidenta para el futuro. “Esto va a terminar mal”, concluyó.
Parecía despecho. Pero es la descripción que muchos empresarios hacen dos años después. Con un de necesidades distintas, más de fondo, que coinciden más con el estilo de Macri que con el dialoguista de Rodríguez Larreta. Como si pensaran que la Argentina necesita el shock que no tuvo entre 2015 y 2019. “Ahora son todos halcones”, concluye el expresidente. “Hasta Horacio está hawkish”, agregó un ex ministro de Juntos por el Cambio.
Que los empresarios piensen ya en 2023 no tiene que ver con una apuesta electoral. Es bastante peor: están dando por sentado que este gobierno no tiene posibilidades de revertir la situación. En eso coinciden con Cristina Kirchner. Son conclusiones que sacan tanto por los datos de la economía como por los movimientos del jefe del Estado. Nadie cree, por ejemplo, en los objetivos declarados para esta gira por Europa. Hay ministros que afirman que el propósito del jefe del Estado fue simbólico: recuperar la iniciativa y, de paso, tomar distancia en una semana de múltiples tensiones por las audiencias de electricidad y gas, la difusión de la inflación y la marcha federal. Dicen que venía de pésimo humor. “No me quiso atender ni a mí”, le contestó Vilma Ibarra a alguien que buscaba contactarlo.
Los empresarios temen que estos problemas empiecen a afectar la recuperación. Los inquieta la falta de dólares, admitida también dentro del gabinete, para la que exigen además una racionalización. Hace días, por ejemplo, que los fabricantes de neumáticos esperan la respuesta de Feletti a las planillas de precios y costos que le entregaron. En voz baja, dicen haber hecho un esfuerzo doble: toda esa información que les pidió el secretario de Comercio ya estaba en el despacho de Matías Kulfas, su jefe en el organigrama. Pero Feletti y el ministro de Desarrollo Productivo no se llevan bien y la duplicación de datos es entendible.
Lo que se explica menos son algunos criterios. Hay, por ejemplo, empresas nacionales que se quejan de que el Gobierno esté autorizando desde que empezó el año más importaciones que en el mismo lapso del año pasado. ¿No era que faltaban dólares?, se preguntan. Lo detallan así: 53% más de importaciones de cubiertas para autos y camionetas, 56% más para camiones y ómnibus y 71% más para el agro. La medida debería contribuir a bajar los precios, pero no: no solo suben, sino que además sigue siendo difícil conseguir productos extranjeros. “Michelin ya no hay”, contestaron en un taller del sur del conurbano.
¿Cuáles son entonces las prioridades? ¿Y el programa económico? Durante el verano, a los petroleros les molestó que en el paquete de proyectos que el Gobierno pretendía enviar a sesiones extraordinarias convivieran dos difíciles de congeniar: la ley de hidrocarburos, que prevé incentivar el desarrollo de petróleo y gas, y la de movilidad sustentable, que establece que desde 2041 no se vendan autos con motores a combustión en todo el país.
La nostalgia de los empresarios por Macri no se inspira en épocas doradas. Ven que el expresidente fracasó, pero que lo que vino después no solo no funciona, sino que a veces carece de rumbo y lógica. No lo extrañan tanto a él como al Macri que debió ser. La Argentina es una mamushka de promesas incumplidas.