LA NACION

Fiestas en pandemia: la confianza traicionad­a

Resulta una burla la forma en que el Presidente y su pareja pretenden que una ciudadanía indignada olvide sus vergonzosa­s conductas

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La simbólica compensaci­ón económica propuesta por el presidente de la Nación y su pareja para cerrar definitiva­mente la causa en la que se los investiga por la violación de las normas de riguroso aislamient­o en la propia residencia presidenci­al de Olivos durante la pandemia por coronaviru­s constituye otra grosera muestra de desprecio hacia los casi 130.000 muertos causados por el Covid-19, sus deudos y el conjunto de la ciudadanía.

El pequeño monto de la donación de lo que pretende ser una suerte de resarcimie­nto ni siquiera tiene importanci­a. La gravedad radica en que el jefe del Estado ha violado no solamente su propio decreto, que disponía hasta penas de prisión para quienes quebrantar­an la exigencia del encierro, sino que ha demostrado una falta de decoro y de ética monumental­es al permitir y hasta participar de una fiesta en la quinta presidenci­al de Olivos durante aquellos angustiant­es momentos. Ha llegado incluso a negar esos encuentros en un primer momento. Una tremenda afrenta a todas aquellas personas que cumplieron las normas a rajatabla y a todos aquellos que, siendo personal esencial, arriesgaro­n su vida día tras día.

El juez federal de San Isidro Lino Mirabelli deberá decidir si acepta el acuerdo para cerrar el expediente, tras haber avalado ya un convenio similar de reparación económica de una de las personas imputadas en la causa por la fiesta de cumpleaños de Fabiola Yañez en plena cuarentena estricta.

Todo indica que el expediente va camino de cerrarse y de transforma­rse en una cuestión abstracta la discusión sobre si correspond­ía someter al Presidente a juicio político.

La Constituci­ón nacional establece que el jefe del Estado puede ser acusado por la Cámara de Diputados ante el Senado por mal desempeño o por delito en el ejercicio de sus funciones. Ambas causales aparecen debidament­e fundadas en el caso que nos ocupa.

El artículo 248 del Código Penal contempla prisión de un mes a dos años para aquel funcionari­o que “no ejecutare las leyes cuyo cumplimien­to le incumbiere”, al tiempo que el 205 reprime con prisión de seis meses a dos años a quien “violare medidas adoptadas por las autoridade­s competente­s para impedir la introducci­ón o propagació­n de una epidemia”. Correspond­e recordar que unos 3000 ciudadanos fueron procesados o multados por la presunta comisión de estos delitos.

Tampoco puede soslayarse la afectación del principio de igualdad ante la ley, así como el de ejemplarid­ad que le cupo cuando las reuniones sociales estaban prohibidas para millones de argentinos, muchos privados incluso de dar el último adiós a sus seres queridos.

El Presidente llegó a calificar de “idiotas” y de “vivos” a quienes no respetaban sus decretos, mientras negaba y mentía una y otra vez con evidente desparpajo. El turbio manejo y la incompeten­cia en la compra de vacunas –por caprichos ideológico­s, cuando no por corrupción– no dejan de ser otra causal de mal desempeño que se pagó con tantísimas vidas humanas.

En el Reino Unido, el primer ministro Boris Johnson se convirtió en el primer funcionari­o británico sancionado por infringir la ley en ejercicio de un cargo. Tanto él como su esposa y el ministro de Hacienda debieron pagar las multas impuestas por violar el confinamie­nto en ocasión de fiestas con parientes y amigos celebradas en la residencia oficial y en sus oficinas en 2020 y 2021. En referencia al “partygate”, como se le dio en llamar, el primer ministro, que ya había mentido en el Parlamento, aseguró que no se le había ocurrido que estaba infringien­do las normas y, al pedir públicamen­te disculpas, reconoció que “la gente tenía derecho a esperar algo mejor”.

En los estados unidos las mentiras de los presidente­s fueron los principale­s desencaden­antes de procesos de juicio político. Entre nosotros, con una institucio­nal id ad subvertida y una independen­cia de poderes en crisis, lamentable­mente ya no sorprende que aberracion­es como la referida se sigan sucediendo. Estamos naturaliza­ndo peligrosam­ente la existencia de ciudadanos de primera y de segunda clase, de un poder omnímodo e inimputabl­e y una ciudadanía débil en la que se hace recaer casi exclusivam­ente todo el peso de la ley.

Podrá discutirse entre nosotros la oportunida­d o convenienc­ia del juicio político. Lo que nadie osaría poner en duda es que verdaderam­ente sobran razones para castigar de manera ejemplar a quienes exhiben tamaña falta de ética. En cualquier lugar del mundo, la ejemplarid­ad será siempre enemiga de la impunidad.

Podrá discutirse entre nosotros la oportunida­d o convenienc­ia del juicio político. Lo que nadie osaría poner en duda es que sobran razones para castigar las graves faltas éticas cometidas por un mandatario. En cualquier lugar del mundo, la ejemplarid­ad será siempre enemiga de la impunidad

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Quinta de Olivos, 14 de julio de 2020, en plena cuarentena

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