Deconstruir los mitos de un destino histórico
Tras las PASO de 2019 el candidato presidencial del FDT, Alberto Fernández, señaló: “Los peronistas siempre tenemos que venir a arreglar lo que otros desarreglan”. Frase llamativa dada su incorporación tardía al movimiento fundado por Perón luego de atravesar diferentes partidos, definirse como un “liberal de izquierda” e incluso confesar su pasado alfonsinista.
La sentencia forma parte de otros supuestos contiguos como: “solo los peronistas terminamos nuestros gobiernos”; o aquel que supone que “el país solo puede ser gobernado por el peronismo”, generalmente adosado a otro según el cual solo ellos saben “ejercer el poder”. Frases destinadas a cimentar el sentido común de un destino peronista. Detengámonos en el análisis de cada uno de estos axiomas.
Empecemos por el segundo. No es difícil advertir su falacia, pues el peronismo acabó derrocado en dos oportunidades: 1955 y 1976. Sin contar que en 2002 el expresidente Duhalde, tras la muerte de dos militantes de izquierda por la policía bonaerense en Avellaneda, debió convocar a elecciones anticipadas y precipitar la entrega del poder a Néstor Kirchner el 25 de mayo, quebrando el ritual del 10 de diciembre. Después, la supersoja permitió descomprimir una política de legitimidad volátil.
otro mito, esta vez acuñado por sus enemigos, sostiene que el peronismo en la oposición “no deja gobernar” a sus adversarios poniendo como ejemplos el infeliz desenlace de los gobiernos de Arturo Frondizi, Arturo Illia, Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. También falaz por varias razones. En el caso de los primeros, porque fueron derrocados por golpes militares: muy antiperonista el primero y menos el segundo. Podrá alegarse que el sindicalismo de Augusto Timoteo Vandor se encargó de representar al movimiento mediante su única expresión legal tras su caída; y que en ambos casos, sus “planes de lucha” contribuyeron a desestabilizar sus gestiones.
Tanto como que hacia mediados de los 60 “el Lobo” había aprendido la lógica de ajustar salarios con productividad y precios estables; y que sus “planes” eran solo una mascarada para no perder la conducción unitaria de la organización sindical. Cierto es también que la cúpula de la CGT fue una invitada especial en el acto de juramento del general onganía tras un golpe avalado por el propio Perón. Pero el “plan de lucha”, que poco después Vandor le declaró también a él, fue reprimido por las autoridades que dos años más tarde corrieron desesperadas a recuperar su apoyo ofreciendo el botín de las obras sociales.
Ya era tarde: tras el Cordobazo, uno de los primeros asesinados por la guerrilla fue Vandor; y el gobierno que había prometido ser el “milagro argentino” comenzó su retirada. El último exponente de la “revolución argentina” debió desde entonces abrir las esclusas políticas incluyendo al peronismo. ¿Con Perón o sin Perón? Las cosas tal vez hubieron sido más fáciles merced a la reconciliación de dos enemigos íntimos como Perón y Aramburu, aparentemente en curso cuando no por casualidad el expresidente fue ejecutado también por la guerrilla.
Con Lanusse, la reincorporación fue traumática y el retorno del peronismo al gobierno pudo encender la tan temida guerra civil que el régimen militar en fuga procuró evitar. Perón retornó definitivamente para frenar el desquicio; aunque a costa de introyectarlo en el movimiento. El resto es sabido: el “pacto social” fracasó, el anciano caudillo no resistió los embates, y su sucesora y esposa no estuvo a la altura de las circunstancias.
El balance es, no obstante, ambiguo: la guerra civil de masas se sublimó en otra de cuadros ya antes del golpe de 1976. Por lo demás, el clima de tolerancia contrario a la tradición de deslegitimidad recíproca cultivado por Perón y sus antiguos adversarios desde La Hora del Pueblo brotó robusto desde la restauración democrática de los 80. La victoria del candidato radical Raúl Alfonsín en elecciones sin proscripciones desplomó, asimismo, el mito de la invencibilidad del peronismo aquel 30 de octubre de 1983.
El desenlace del gobierno radical seis años más tarde, ¿fue responsabilidad de la actitud destituyente del peronismo plasmada en la nueva versión de los “planes de lucha” vandoristas encarnados por los 18 paros generales de Saúl Ubaldini? Solo conjeturable merced a una mirada sesgada por varias razones: el peronismo político se reorganizó por primera vez como un partido democrático y apoyó sin condiciones el gobierno durante los pronunciamientos militares de 1987 y 1988. En 1987, el electo gobernador de Buenos Aires, Antonio Cafiero, se aproximó inmediatamente al presidente para sintonizar la política presupuestaria.
Luego, el gobernador riojano Carlos Menem venció a Cafiero en elecciones internas inéditas e irrepetibles en el PJ; y un año más tarde derrotó al candidato radical, el gobernador cordobés Eduardo Angeloz. También vale aclarar que Menem fue el primer mandatario provincial opositor que en 1983 se aproximó al caudillo radical retomando la senda de Perón y Balbín en 1973. Menem y Duhalde, por lo demás, a diferencia de la ortodoxia justicialista, apoyaron al gobierno en el referéndum sobre el Canal de Beagle en 1985.
El tránsito en plena hiperinflación de 1989 del gobierno de Alfonsín al de Menem fue posible por la buena voluntad de las partes más que un gesto de superioridad, como lo prueba que las últimas llamas del incendio solo se apagaron dos años después. Durante ese período crucial la colaboración entre ambas fuerzas se probó en las consultas permanentes entre quienes habían compartido sus estudios universitarios en la Universidad de Córdoba: el presidente Menem y el gobernador Angeloz. En 1990, hasta se le ofreció al vencido opositor el Ministerio del Interior. Los dos partidos volvieron a confluir, con sus jefes a la cabeza –Alfonsín y Menem–, para reformar la Constitución en 1994.
La transición serena del gobierno de Menem al de Fernando de la Rúa fue la primera normal desde 1938; aunque con un mandatario saliente no precisamente ponderado como un estadista. La pregunta de rigor es si la debacle de diciembre de 2001 ya estaba latente en 1999, o si el gobierno de la Alianza precipitó lo evitable. ¿Fue un golpe inspirado desde la provincia de Buenos Aires o la infeliz fatalidad de un conflicto que requiere seguir siendo estudiado? Cabe señalar que el ministro de Economía de De la Rúa era el mismo que había estabilizado y disparado el crecimiento de los primeros 90.
Durante esos 20 años, las preguntas que inspiran esta nota hubieran resultado ridículas. Algo de naturaleza siniestra sobrevino después del tsunami que inauguró este siglo en la historia del país y que condujo a estos falsos dilemas. Convendría recordar que el sistema político democrático y republicano evitó entre 2002 y 2003 una catástrofe mayor merced a un interregno provisional coparticipado entre ambos partidos. Quince años más tarde, como en 1983 y en 1999, una fuerza no peronista –pero “con” peronistas– le ganó la elección al peronismo oficial; pero a diferencia de 1989 y 2001 Macri terminó su mandato. La presunción de “venir a arreglar lo que otros desarreglaron” a más de dos años de distancia habla por sí misma.
Tal vez deconstruir estos mitos inspirados en el pathos del bloqueo recíproco de nuestra cultura política nos permita crecer recordando el pasado desde otra perspectiva más atenta a nuestra trayectoria de pactos en medio del incendio.
Miembro del Club Político Argentino