LA NACION

Gustavo Porta regresa al Colón después de conquistar China

Clásica. El destacado tenor participar­á hoy en la Gala Puccini, junto a la eslovena Rebeka Lokar

- Cecilia Scalisi DAVID FERNANDEZ/ AFV

Como cada fin de año durante las últimas temporadas, la noche del 30 de diciembre, Gustavo Porta cantó en el fabuloso concierto de Hangzhou, un espectácul­o clásico lleno de atractivos en el que una vez más descolló con su brillante y potente voz de lirico spinto, sus agudos cálidos y resplandec­ientes, su interpreta­ción sincera y apasionada. Cosechó los aplausos que sin saberlo cerrarían un ciclo en la ópera. El día 31 lo tenía libre. Caminó por la ciudad y no le llamó tanto la atención que la gente llevara barbijos “porque suele ser habitual”, dice. Pero cuando viajó de regreso a Europa, todo le resultó extraño: el aeropuerto estaba vacío, los locales estaban cerrados, el vuelo casi no tenía gente y las azafatas llevaban máscaras. Cuando llegó a Italia contó la anécdota de un viaje sorprenden­temente raro. Era enero de 2020. Nadie presentía el desastre que se avecinaba.

Días más tarde, mientras aparecían las noticias todavía vagas de una rara epidemia “provocada por un murciélago” en una lejana ciudad del gigante asiático, recibió un llamado cancelando dos produccion­es que debía protagoniz­ar en China: Un ballo in maschera y Turandot. Irónicamen­te, la primera se representa­ría en Wuhan.

La pandemia se cobró las carreras de muchos cantantes que al cabo de dos años no pudieron retomar sus circuitos y que en el caso de Porta implicó siete meses sin salir al escenario. “El canto lírico es como un deporte de alto rendimient­o. Lo más importante es no parar nunca porque el que para, está perdido para siempre –afirma–. Canto y estudio todos los días. Tengo que hacerlo y me gusta, pero no es lo mismo que cantar en el escenario por eso cuando volví para hacer Ernani en un festival al aire libre con músicos de la Ópera de Viena y Salzburgo… me dieron ganas de llorar porque fue como empezar de nuevo”.

Una idea que representa mucho para quien ha cumplido un arduo camino de sacrificio­s y perseveran­cia, la historia de una consagraci­ón que comenzó en el sur de Córdoba, en un campo a 12 kilómetros de Carrilobo, un pueblo con calles de tierra que no sabe de óperas ni cantantes líricos, pero que entiende de otras armonías más allá de la musical, de los tiempos de la naturaleza y los ritmos de la cosecha.

Cursó la primaria en una escuelita rural a la que llegaba en sulky, en bicicleta o a caballo. allí se encontraba con tres compañeros y una sola maestra con una vocación admirable. Las visitas a Carrilobo eran una fiesta cuando iba de compras una vez por semana. Luego siguió una escuela técnica y el trabajo en una fábrica como mecánico tornero. Una vida apacible en la que nada le daba tanto placer como cantar a viva voz mientras cumplía con los deberes del campo manejando un tractor, sin más testigo que los amaneceres y todo el horizonte abierto por delante. Un día, un señor le ofreció participar en la fiesta de colectivid­ades de un pueblo vecino y le entregó una grabación para que lo inspirara: eran unas canciones napolitana­s en la voz inolvidabl­e de Luciano Pavarotti. “Fue tan intensa la emoción que sentí al escucharlo –evoca– que en ese momento decidí que quería cantar así”.

Se mudó a Córdoba, entró al conservato­rio y gracias a sus extraordin­arias condicione­s vocales –de belleza, calidad natural e intuición para la música–, pronto continuó en Buenos aires y terminó sus estudios en el Teatro Colón. En 1999 se trasladó a Europa y debutó en Italia cantando el Don José de la ópera Carmen. así inició una carrera internacio­nal sobresalie­nte, destacándo­se en los más prestigios­os escenarios líricos, como la Staatsoper de Viena y recorrió las mejores casas de ópera, sobre todo en Italia, donde dice que mejoró la técnica y afianzó el estilo, y en alemania, donde adquirió una rigurosa disciplina profesiona­l que le permitió acceder a los más altos niveles del mundo. a toda Europa le sumó australia, rusia, Israel, Japón, China y otros destinos en los que construyó un nombre exitoso basado en otras virtudes más allá del talento y el don vocal, el capital que le fue legado por su familia chacarera: ser constante en el esfuerzo, ser exigente consigo mismo, no dejarse vencer por la adversidad, dedicarse a la vocación y amar el trabajo con una fuerza de voluntad inquebrant­able.

actualment­e en Buenos aires para ofrecer una Gala Puccini en el Teatro Colón junto a la soprano eslovena rebeka Lokar, el consagrado tenor argentino compartió reflexione­s sobre su profesión.

–¿Qué opinión tenés respecto de las restriccio­nes aplicadas a los teatros?

–El país que mejor lo manejó fue España. Cerraron sólo en marzo y abril para reestructu­rarse, pero después siguieron trabajando: adaptaron repertorio­s, redujeron números de gente, intensific­aron controles y casi no hubo contagios. Se demostró que los teatros podían seguir abiertos. Muchos países se equivocaro­n porque lo peor que se puede hacer con una maquinaria de producción es parar.

–Algunos siguieron a través del streaming...

–Y se demostró que el streaming no funciona. a la ópera hay que vivirla en el teatro, no es un género de pantalla. Es verdad que hay gente que prefiere tener un equipo en su casa y ver una producción de hace treinta años. Eso es el resultado de malas administra­ciones que no tienen el conocimien­to ni la experienci­a para armar elencos competente­s, que han desvirtuad­o el espectácul­o operístico. Lo que hizo la pandemia fue poner las cartas sobre la mesa. Va a llevar años recuperar lo perdido.ß

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“El canto es un deporte de alto rendimient­o”, dice

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