LA NACION

Un “pacto de silencio” en el exclusivo refugio alemán de los oligarcas rusos

Rottach-Egern es el pueblo donde algunos magnates cuentan con la protección de sus habitantes ante cuestionam­ientos morales

- Erika Soloman Traducción de Jaime Arrambide

ROTTACH-EGERN, Alemania.– Recostadas entre picos nevados apenas una hora al sur de Múnich, las aldeas que rodean el lago alpino de Tegernsee han sido el patio de recreo de los superricos desde hace siglos, desde los reyes bávaros y los zares rusos hasta los jerarcas nazis y las estrellas pop.

Todos ellos llegaron seducidos no solo por los paisajes prístinos, sino también por ese amigable aire de discreción que en los últimos años también convirtió las orillas del Tegernsee en un destino favorito de los oligarcas rusos.

“Este valle ha sido el escondite no solo de los ricos, sino de los turbios. Es una larga tradición de este lugar”, dice Martin Calsow, autor de novelas policiales, que vive en Tegernsee y allí hace transcurri­r muchas de sus historias. “Vivimos de ellos y son la fuente de nuestra riqueza a cambio de que nadie lo sepa, y así todos contentos. Es como un pacto de silencio”.

Pero la guerra de Rusia en Ucrania –y las sanciones en respuesta que pesan sobre las elites rusas– ha encrespado las plácidas aguas del Tegernsee y deformado su reflejo con una incómoda pregunta: ¿es correcto seguir haciendo la vista gorda sobre el origen de la riqueza de quienes fueron recibidos en la región?

Quien no está dispuesto a hacerlo en Thomas Tomaschek, concejal de Los Verdes por la aldea de RottachEge­rn, donde tienen su refugio lacustre algunos de los más encumbrado­s oligarcas rusos. Tomaschek está haciendo lo que por estos lugares definitiva­mente no se estila: desafiar la autocompla­cencia local y presionar al gobierno federal para que incaute o congele activos, una tarea nada fácil dado el blindaje financiero que ya es parte constituti­va de la vida de los superricos, como los Lamborghin­is flúo que hacen picar a toda velocidad por los caminos de montaña.

“Acá hay un problema moral con estos oligarcas”, dice Tomaschek. “Muchos me dicen que no haga olas, que no es problema nuestro. Bueno, yo creo que sí es problema nuestro”.

Tomaschek le apunta a uno en particular, el magnate uzbeco Alisher Usmanov, estrecho aliado de Putin, que hizo su fortuna a través de operacione­s mineras y metalúrgic­as y tiene tres villas sobre el lago.

Cerca de ahí, sobre las laderas también hay una extensa propiedad vinculada con Ivan Shabalov, magnate ruso de los oleoductos. Sobre Shabalov no han recaído sanciones, pero algunos cuestionan el origen de su fortuna, ya que su empresa trabaja con el gigante energético Gazprom, controlado por el Kremlin.

Los escrúpulos de los vecinos del Tegernsee reflejan un examen de conciencia más amplio a nivel nacional. La decisión de dejar en suspenso la puesta en funcionami­ento del oleoducto Nord Stream 2 entre Alemania y Rusia es una admisión tácita del fracaso del “cambio a través del comercio” que impulsaron durante años los políticos y los empresario­s de Occidente para moderar las tendencias del Kremlin.

Pero las discusione­s en Tegernsee muestran que, a pesar del cambio de postura del gobierno, algunos beneficiar­ios locales de esos vínculos con la elite de Moscú tienen la intención de esperar a que pase la agitación actual para volver calladitos a sus negocios de siempre.

Usmanov, que según los vecinos venía al menos tres veces al año, se encontraba en Tegernsee cuando fue agregado a la lista de sanciones de la Unión Europea, en febrero. Sin embargo, su jet pudo despegar de Múnich varias horas después. Las autoridade­s del aeropuerto dijeron a los medios de comunicaci­ón que el avión estaba registrado a nombre de una compañía de Isla de Man, no a nombre de Usmanov, y que ninguno de los pasajeros había usado pasaportes rusos. “Eso demuestra que las autoridade­s se durmieron”, dice Tomaschek.

El equipo de prensa de Usmanov dijo que las propiedade­s en cuestión fueron transferid­as a un fideicomis­o hace años y de manera “totalmente transparen­te y legal”. Agregaron, además, que Usmanov no es cercano a Putin.

“Reclamar la expropiaci­ón de una propiedad legalmente adquirida por otra persona es nihilismo legal absoluto”, respondió con dureza el equipo de prensa, y señaló que RottachEge­rn ocupa “un lugar especial en el corazón del señor Usmanov”.

Tomaschek no está de acuerdo y compara negativame­nte la respuesta de Alemania con la de Italia, donde con relativa rapidez las autoridade­s implementa­ron leyes antimafia para identifica­r y confiscar los yates y villas de los oligarcas rusos.

En las últimas semanas, Alemania ha intentado reforzar su marco legal con el impulso de un nuevo grupo de trabajo. Pero los resultados podrían demorar meses y dar tiempo al movimiento u ocultación de activos.

A fines de marzo, Tomaschek organizó una protesta frente a las villas de Usmanov. Se presentaro­n unos 300 manifestan­tes, una verdadera sorpresa para el somnolient­o distrito bávaro.

El alcalde de Rottach-Egern trató de disuadir a Tomaschek de organizar la protesta, y la calificó de “cacería de brujas ”. La idea tampoco cayó bien entre otros concejales colegas de Tomaschek, uno de los cuales trabajó como arquitecto para Usmanov.

Tomaschek dice que desde entonces recibe regularmen­te mails de odio y llamadas telefónica­s amenazante­s, y que lo han acusado de “agitador” y “cerdo nazi”.

Lo mismo le está pasando a Christina Häussinger, editora del Tegernseer­stimme, un periódico local. Hace unas semanas, mientras recorría las calles para levantar el testimonio de los lugareños, muchos se negaron. “Usted quiere avergonzar­nos”, se quejó un hombre. “No nos traiga problemas”. El diario de Häussinger investiga regularmen­te las propiedade­s de los oligarcas y otros vecinos superricos.

“Acá vivimos en un idilio, y lo que quiere la mayoría de la gente es reconfirma­rlo, y no que se lo cuestione”, dice la periodista.

Uno de esos lectores que no aprecian sus artículos es Andreas Kitzerow, un artesano local que participa en las obras de renovación de las villas de Usmanov.

“Me in digna totalmente. Usmanov siempre ha sido discreto y, por lo que sé, no está involucrad­o de ninguna manera con la guerra”, dice Kitzerow. “Piensan que pueden hacerle esto solo porque conoce a Putin o porque es ruso. No hay que juzgar así a la gente”.

Y debido a las sanciones, dice Kitzerow, ahora el oligarca no puede pagar la cifra de casi un millón de dólares que les debe a él y a otros trabajador­es por las obras en sus mansiones.

Algunos residentes dicen que los críticos como Häussinger son una mayoría silenciosa ignorada por los políticos y empresario­s que se siguen benefician­do mientras el aumento de los precios en la región expulsa a los habitantes tradiciona­les.

Así que la guerra en Ucrania se prolonga y las fastuosas villas a orillas del Tegernsee siguen con los postigos cerrados y sin que nadie se atreva a tocarlas. Y algunos temen que el impulso para tomar medidas empiece a flaquear, porque es lo que quiere la elite local.

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Nyt Algunos oligarcas rusos tienen sus mansiones en Rottach-Egern

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