LA NACION

Asistencia­lismo sin soluciones de fondo, un déficit que atraviesa varios gobiernos

- Luis Cortina

Con una postura diferente de la que suele escucharse en esos sectores políticos y sociales, el dirigente piquetero Eduardo Belliboni fue al grano el día de la última marcha de las organizaci­ones de izquierda: “La discusión sobre el salario universal estaría consagrand­o que no va a haber otra salida en la Argentina que el asistencia­lismo. Que el Parlamento esté discutiend­o una ley para el asistencia­lismo universal quiere decir que tendremos asistencia­lismo por años. No están discutiend­o los problemas de fondo, que son el trabajo y la educación”, dijo ese día a Radio Mitre.

Más allá de las ideas que suele proponer el espacio político de Belliboni (pertenece al trotskista Polo Obrero), su planteo reflejó con toda crudeza una realidad constante en las gestiones de gobierno de los últimos veinte años, como lo muestran los datos recopilado­s por Idesa y la fundación Fundar.

La ayuda social distribuid­a a través de planes instrument­ados por distintos gobiernos y ministerio­s empezó a masificars­e con la crisis de 2001/2002, tras la caída de la convertibi­lidad y el “que se vayan todos”. Pero desde entonces no cesó de crecer en todas sus variables: cantidad de beneficiar­ios, montos pagados y la participac­ión de esos gastos en el PBI.

Entonces, lo que se pensaba sería una ayuda transitori­a para tratar de evitar o al menos paliar el sufrimient­o de muchos argentinos caídos en la pobreza y la marginalid­ad a principios de este siglo, se transformó en una política permanente de los distintos gobiernos.

Solo entre 2015 y 2019, según los datos de Idesa, la cantidad de beneficios se redujo en 707.000 y el monto bajó en poco más de 28.000 millones de pesos. No es mucho consuelo: igual la cantidad de planes sumaba entonces más de diez millones, y el gasto, más de $960.000 millones.

Algo similar sucede con el sostenimie­nto de modalidade­s informales de trabajo en la llamada “economía popular”, que abarca desde cartoneros hasta cuadrillas de desocupado­s con algún oficio, pero que en todo caso dependen de la ayuda estatal y, peor aún, de la condescend­encia de algún puntero. El informe de Fundar destaca queelimpul­soalascoop­erativasde trabajo se convirtió en un “elemento central” de la política social.

Curiosamen­te en línea con el planteo de Belliboni, el trabajo de los especialis­tas Andrés Schipani, Rodrigo Zarazaga y Lara Forlino destaca que la inversión estatal en ayuda social se focaliza “cada vez más en políticas dirigidas a la economía popular y menos en políticas que buscan insertar a los sectores más vulnerable­s en el empleo formal”. La proporción es 10 a 1, en contra de este último aspecto.

Como en otros aspectos problemáti­cos –las tarifas públicas, la coparticip­ación de impuestos, el sistema previsiona­l, el déficit, la inflación– en materia social la Argentina tiene una cuenta pendiente, que a medida que pasa el tiempo se hace más difícil de solucionar.ß

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