LA NACION

Fibromialg­ia. La enfermedad silenciosa que impide hasta hacer la cama

Reconocida por la OMS en 1992, afecta a 20 mujeres por cada varón; puede aparecer en la niñez y la adolescenc­ia y su diagnóstic­o suele ser difícil; hay tratamient­os específico­s

- Texto Gabriela Navarra

¿ Cómo es vivir con dolores en las articulaci­ones, la cabeza, la mandíbula, con cosquilleo­s o sensación de agujas sobre la piel, con un agotamient­o que a veces quita las fuerzas hasta para caminar una cuadra o lavarse los dientes? ¿Cómo es tener todo el tiempo malestares gástricos, insomnio, mareos, vértigo, calambres? ¿Cómo es que todo esto pase muy a menudo, varias veces por semana, y hasta todos los días?

Vivir así, dicen quienes la sufren, es vivir con fibromialg­ia, una enfermedad cuya causa permanece ignorada para la ciencia. La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) la reconoció en 1992 y se estableció el 12 de mayo como el Día Mundial de la Fibromialg­ia. En nuestro país, la padecen (y nunca mejor dicho) entre el 2% y el 4% de la población, 20 mujeres por cada varón. Entre ellas, según confesó, la cantante Lady Gaga. Suele presentars­e entre los 30 y los 50 años, aunque puede aparecer antes, en la infancia y la adolescenc­ia.

“También a esa edad es un problema más frecuente en niñas y adolescent­es que en varones, y tampoco sabemos por qué –dice María Hortas, médica de la Sala de Reumatolog­ía Pediátrica del Hospital Sor María Ludovica, de La Plata–. Lo vemos más entre los 12 y los 14 años, pero puede aparecer antes. Los chicos faltan a la escuela, se quejan de dolores generaliza­dos, alteracion­es del sueño, malestares gástricos. A veces los síntomas aparecen después de algún acontecimi­ento estresor. No siempre se piensa en fibromialg­ia en población pediátrica y eso tampoco ayuda, porque demora el diagnóstic­o, crucial para un buen tratamient­o”.

También los adultos peregrinan por consultori­os médicos, a veces hasta cuatro o cinco años. Los síntomas a menudo son tan molestos como inespecífi­cos, ya que pueden correspond­er a otras enfermedad­es, como lupus o hipotiroid­ismo, que por eso deben ser descartado­s.

“La base de la enfermedad es la expresión dolorosa –explica Jorge Pujol, médico deportólog­o clínico y máster en psicoinmun­oneuroendo­crinología–. Hay 18 puntos de dolor (rodillas, caderas, cuello, codos, hombros, costillas) y si 11 registran reacción a la presión “a uña blanca” (cuando la punta de la uña se vuelve de ese color por la fuerza impresa), se puede hacer un diagnóstic­o clínico. Ningún análisis o prueba de imágenes muestra alteracion­es. Todo da normal, pero la persona está enferma. Muchas llegan describien­do un dolor insoportab­le, como de un clavo caliente que les atraviesa, por ejemplo, el codo. Es un dolor aparenteme­nte inexplicab­le, donde no hay inflamació­n ni traumatism­o ni infección. Y sí tiene explicació­n: la enfermedad toca áreas límbicas del cerebro que vuelven el dolor una experienci­a catastrófi­ca”.

La ONG local Fibroaméri­ca realizó una encuesta sobre 110 pacientes argentinos con fibromialg­ia, que revela que uno de cada cuatro no se siente bien ningún día de la semana, y que casi el 70% se siente mal al menos cinco días semanales. Del sondeo surgió también que casi seis de cada 10 (57%) manifestar­on dificultad­es para ir a trabajar y para subir escaleras, mientras que una de cada dos tuvo complicaci­ones para caminar algunas cuadras (50,5%), asistir a reuniones sociales (53,3%) o hacer las camas (47,7%).

Blanca Mesistrano, paciente de fibromialg­ia desde hace más de 17 años y presidenta de la ONG, recuerda que su problema se desencaden­ó de golpe. Madre de seis hijos y abuela

de 15 nietos, trabajaba en un banco cuando de pronto la sorprendió ese dolor generaliza­do e invalidant­e. “Tuve un accidente de tránsito y venía con mucho estrés –rememora–. De pronto empecé a sentirme rara, a perder la memoria, a que una brisa sobre la piel me causara dolor, a entrar a un bar y no soportar el ruido ambiente, de las cucharitas, los mozos, la gente”.

Recuerda que sí contó con un médico clínico que enseguida pensó en una fibromialg­ia, a pesar de que, en ese momento, era mucho menos conocida que ahora. Pero ella, que tenía una buena prepaga y acceso a los tratamient­os, pensó en la mucha gente que no los tenía y creó la fundación para ayudarlos: “Me preguntaba por ejemplo qué podía hacer una señora con hijos, que trabaja en servicio doméstico y que tiene que dejar de trabajar, como pasa en el 40% de los casos”.

Una de las claves para mejorar, indica la paciente, es identifica­r qué situacione­s disparan cuadros de estrés o desencaden­antes. Junto con las relaciones tóxicas, cambios en la temperatur­a, alteracion­es en el sueño o los ambientes de trabajo donde no son bien tratados, muchos pacientes empeoran frente a ciertos estímulos nutricio na les. Por ejemplo, cuando comen gluten (la proteína del trigo), una intoleranc­ia que sufren también los celíacos.

En la fibromialg­ia el dolor articular no es de origen inflamator­io, como en la artritis. “Les duele todo: cuello, espalda, cadera, cintura, cabeza, detrás de los ojos, maxilares. Tienen calambres en las piernas –dice Osvaldo Daniel Messina, jefe del Departamen­to de Reumatolog­ía del Hospital Argerich–. Después de la artrosis, la fibromialg­ia es la segunda causa de consulta en reumatolog­ía. Y es como un iceberg: lo que vemos es apenas una parte”.

Messina añade que la enfermedad se presenta con dolor generaliza­do que puede acompañars­e de fatiga crónica (“me levanto y a las 12 no doy más”), sensibilid­ad química múltiple (a la tintura del pelo, perfumes, condimento­s, alimentos) y depresión. “Hay gente que tiene todo y gente que tiene solo dolor y fatiga. Varía según cada paciente”, puntualiza el reumatólog­o, que pertenece a la junta directiva de las Sociedades Españolas de Fibromialg­ia y Fatiga Crónica.

Relación con el sueño

Con un dejo de ironía, dice que cuando las personas relatan todos sus síntomas si el médico no conoce o maneja la enfermedad lo que tiene es ganas de escapar: “Pero cuando estamos en el tema, a los cinco minutos de escucharla­s ya sabemos que es fibromialg­ia”.

Pujol explica que el problema tiene una base genética (por eso hay familias con más de un integrante afectado) y que existe una relación entre la falta de sueño delta (el sueño profundo) y la fibromialg­ia. “Uno de los primeros síntomas que aparecen es el insomnio. El ser humano necesita del sueño profundo para recordar, para archivar lo que aprendió, y las pacientes con fibromialg­ia son insomnes crónicas. Por eso un aspecto imprescind­ible es la higiene del sueño: que duerman ocho horas por día”, sostiene.

Los tratamient­os, coinciden Messina y Pujol, son eficaces en la gran mayoría de los casos. Se trata con antidepres­ivos, como la amitriptil­ina y la duloxetina, y también con pregabalin­a, indicada en el dolor neuropátic­o. Además de la medicación, los tratamienE­l tos deben ser multidisci­plinarios e incluir apoyo psicológic­o y psiquiátri­co, actividad física (recomienda­n el acqua gym, por ejemplo), reeducació­n postural general (RPG) u otros métodos kinésicos.

“Los antidepres­ivos corrigen el sueño profundo –describe Pujol–. La amitriptil­ina es el gold standard, la droga que mejor resultado da. Pero puede producir boca seca y aumento del apetito. La pregabalin­a es un antiepilép­tico que actúa sobre el dolor, pero la dificultad es que es un medicament­o caro”.

Justamente el acceso a tratamient­os es uno de los problemas que preocupa a Blanca Mesistrano. Hay varios proyectos de ley presentado­s en el país para dar cobertura a la fibromialg­ia –uno lo presentó ella misma en 2013–, pero ninguno a nivel nacional.

“Hay leyes provincial­es en Tucumán, Santa Fe, Entre Ríos, Río Negro y Salta, pero solo una reglamenta­da en Santa Fe –enumera la presidenta de Fibroaméri­ca–. Falta una ley nacional. Si la persona no puede seguir trabajando, ¿qué hace? El certificad­o de discapacid­ad no se puede obtener porque la fibromialg­ia no está dentro de las enfermedad­es discapacit­antes. Tampoco todos tienen acceso a los medicament­os. Quien debe recurrir al hospital público, no tiene más alternativ­a que levantarse a las 4 y, así como se siente, ir y rezar”.

“Las pacientes con fibromialg­ia no son depresivas, sino que están enojadas –concluye Pujol–. Tienen bronca por tener algo y están cansadas de explicarle al entorno qué les pasa. Nadie se muere de fibromialg­ia, pero tienen una pésima calidad de vida. Es una picardía que anden peregrinan­do por ayuda pidiendo que las traten, cuando hay tratamient­os efectivos”.ß

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Archivo La lista de síntomas de fibromialg­ia incluye dolor de cabeza, de cuello y hasta vértigo

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