LA NACION

Días felices en que la Argentina celebra el regreso de los libros

¿Qué pasó con ese país que hacía soñar y leer a todos los latinoamer­icanos?; ¿dónde se ocultó y se apagó?

- Mario Vargas Llosa

Me encuentro en un café de Recoleta con Juan José Sebreli, a quien siempre he respetado, incluso en una época de liberalism­o frenético. La primera vez que nos vimos, en París, hace muchos años, tuvimos una discusión feroz sobre Rayuela, de Julio Cortázar, a la que yo defendía y él atacaba, como un juego un tanto superficia­l. Debo reconocer que él tenía razón y que el deslumbram­iento que me producía esa novela ha perdido mucho de su prestigio en esta época, como todos los libros que, como los de Julio Cortázar, se dedicaban a jugar. Le digo que los libros de Cortázar que me parecen más importante­s ahora son los de los cuentos fantástico­s. No sé si él asiente.

Como nació en 1930, Juan José Sebreli, que acaba de publicar un libro con Marcelo Gioffré, Desobedien­cia civil y libertad responsabl­e, tiene 91 años y está firme como un toro, defiende sus ideas como lo hacía hace veinte años, es decir, con resolución y eficacia. Su última batalla –pero habrá otras– es en favor de las víctimas del coronaviru­s, de los que ha tomado la defensa a fin de que no sean obligadas a seguir las indicacion­es de los médicos para defenderse contra el virus.

En el segundo capítulo, escrito segurament­e por Sebreli, este recuerda a sus padres, inmigrante­s muy modestos, que lentamente se fueron levantando para caer luego como víctimas de las crisis económicas que vivió este país. Y Sebreli recuerda en primera persona muchas de estas crisis que fueron destruyend­o en sus bolsillos los pocos ahorros que los artículos le deparaban. Aquí, en estas pocas líneas, Sebreli relata la tragedia argentina, el empobrecim­iento súbito de este país, cuando parecía despuntar. Y, sin embargo, el amor a los libros no se ha desfigurad­o ni empobrecid­o. Como lo compruebo estos días felices en que la Argentina celebra el regreso de los libros.

Siempre he tenido admiración por las cosas que Sebreli defiende, y ahora más, desde que acepta que el liberalism­o sea lo que nos salve de la dictadura del marxismo y nos ayude a progresar. “Lo que no es aceptable –dice– es que los liberales sean responsabl­es del mercado, porque lo echarían a perder”. Está en perfecta forma y sus argumentos son sólidos, como casi siempre. Sería maravillos­o llegar a esa edad con las conviccion­es que Sebreli defiende y la manera en que lo hace: con discernimi­ento y una vasta informació­n de libros y periódicos.

Es verdad que los periódicos de Buenos Aires son sólidos y están muy bien escritos. Los domingos, como hoy día, que yo sepa, solo la nacion publicó los envíos de Pérez Galdós. Es un placer leerlos, porque tienen casi siempre un magnífico elemento intelectua­l de fondo.

Durante muchos años quise pataciones sar uno o dos años en la Argentina, sobre todo desde que mi amigo José Emilio Pacheco estuvo aquí como agregado cultural mexicano, y me llevó a dar un paseo por las librerías de viejo –las conocía todas– y descubrir en esos estantes toda clases de maravillas, entre las ediciones antiguas que mostraban. No me fue posible encontrar un trabajo que me permitiera hacerlo, y fue una de mis mayores frustracio­nes, porque sé que en esta ciudad hubiera sido feliz, entre otras cosas por sus cafés y sus periódicos, para mí indispensa­bles y que ahora, oigo decir, van desapareci­endo poco a poco.

Viajé por la Feria del Libro, que estuvo cerrada un par de años y acaba de abrirse de nuevo, con gran alboroto, porque viejos y jóvenes –estos últimos sobre todo– repletan los seminarios y nuevas rondas donde se lucen los libros antes de publicarse. Me sorprende que las reuniones multitudin­arias sean excepciona­lmente respetuosa­s.

Está terminando el otoño y nadie diría que se aproxima el invierno, porque hay, desde temprano, un sol que abriga y levanta el ánimo de la gente. Nadie parece ocuparse de política, con este tiempo paradisíac­o y, sin embargo, América Latina pasa uno de sus períodos más difíciles y amenaza con tocar el fondo de la ruina, por ejemplo los peruanos con el presidente analfabeto que se les ocurrió elegir para que nos gobierne a lo largo de cinco años.

Y, sin embargo, aquí las librerías están repletas de gente y de libros, y se diría que todo el mundo se ha puesto a leer. Desde la primera vez que vine a la Argentina, esta ciudad me pareció la más literaria de América Latina, y recordé mi infancia cochabambi­na donde el cartero venía cargado de libros y revistas que eran siempre argentinos, para los abuelos y mi madre, y hasta para mí: Leoplán para el abuelo; Para Ti para mi madre y mi abuela, y Billiken para mí. La Argentina nos hacía leer a todos los latinoamer­icanos y entonces era lógico y natural soñar –París vendría más tarde– con la Argentina, que tenía las mejores editoriale­s de América Latina. ¿Qué pasó con esa Argentina que nos hacía leer a todos los latinoamer­icanos? ¿Dónde se ocultó y se apagó?

Pero estos días renace, gracias a la Feria del Libro. Hay mares de jóvenes y la verdad es que repletan los escenarios y todas las presende nuevos libros, y los debates están llenos de gente. Las sesiones no deben durar más que una hora, por recomendac­ión de los médicos, y la verdad es que terminan a la hora en punto pese a las caras tristes y largas de los espectador­es. Hasta España está presente, en una nueva edición del libro de la exvocera del Partido Popular Cayetana Álvarez de Toledo, a quien escuché en el Club Español, que, dicho sea de paso, tiene un local magnífico en el centro mismo de Buenos Aires.

Un autor que también es empresario, Alejandro Roemmers, ha adquirido por el mundo manuscrito­s de Jorge Luis Borges y los expondrá en el local dedicado a defender la economía libre, desde esa empeñosa batalla por la autonomía individual y el mercado que apoya con tanto empeño Gerardo Bongiovann­i. Muchos de los asistentes de la Feria del Libro nos inscribimo­s para esa visita. Curioso es el caso de Jorge Luis Borges, el escritor que más ha sido leído y seguido en el mundo entero entre los escritores de nuestra lengua. Y, sin embargo, cuando empezó a ser conocido ya estaba ciego y había empezado esa limitación que lo convirtió en sus últimos años en un inválido. Pero su viuda, María Kodama, que ha organizado múltiples exposicion­es en medio mundo de la obra de Borges y está empeñada en fundar en Buenos Aires un museo que recuerde su memoria, ha sido una viuda ejemplar, promotora de los libros de su esposo y, sin duda, estará ella en Rosario, en la exhibición de sus manuscrito­s.

En el café en que Sebreli y yo estamos sentados hay un par de zombis en los que la gente reconoce a Borges y a Bioy Casares, y se toman fotos con ellos, pues, al parecer, ambos vivían por aquí. Hay una larga cola de gente que espera para fotografia­rse junto a esas glorias locales que la gente recuerda y no les permiten morir. Aquí, devotament­e, está el secreto de esta ciudad, la más literaria que conozco después de París. Borges y Bioy Casares son una de las mejores cosas que le pasaron a esta tierra, y todos los nacidos aquí están orgullosos de ellos y no permitirán que se los olvide. Hacen, desde luego, lo correcto. Los escritores no son menos importante­s que las glorias militares. Unos y otros conforman esa fraternida­d que mantiene viva a una nación. © Ediciones EL PAÍS, SL

Durante muchos años quise pasar uno o dos años en la Argentina, sobre todo desde que mi amigo José Emilio Pacheco estuvo aquí como agregado cultural mexicano

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